Villalquite - Leon

09 - Diciembre - Número Año IX

LAS PESQUISAS DE MARCELLO
Suso de Toro

El ideólogo de Zapatero, el escritor Suso de Toro, ha salido en socorro de su pupilo y se ha liado a palos en el diario El País con los intelectuales y analistas de la izquierda —y en especial con Antonio Elorza, que se atrevió a hablar de la insoportable “levedad del presidente”— para decirles que están viejos, chochos, ciegos y confundidos porque no alcanzan a vislumbrar la gran obra revolucionaria y creativa del líder que nos gobierna, entre otras cosas porque fueron educados por el franquismo en el Estado nación, y eso les impide ver y comprender el alcance del Estado federal y revolucionario que hoy nos trae Zapatero como una bendición, porque las cosas no deben ser estáticas, y menos aún los Estados, los países y las patrias, y porque todo eso es moldeable y cambiable al ritmo de los tiempos modernos que nos invaden.

Ya sabíamos que Suso de Toro era bastante tonto y simplista, pero no sabíamos que además era un insultador y descalificador de sus potenciales adversarios —que no lo son porque no les llega a la suela del zapato—, muy en el estilo de los llamados liberales del PP —Acebes, Aguirre, Zaplana y su particular corte mediática—, que primero insultan, luego descalifican y después pontifican. La teoría del Toro enamorado de Zapatero, que es como estarlo de la luna, es que estamos ante un gran estadista que llevaba ni más ni menos que dieciocho años agazapado en los escaños del Congreso de los Diputados, y que desde allí, de un salto descomunal, se subió al liderazgo del PSOE y luego, con otro de mayor alcance, a la Presidencia del Gobierno. Y entonces, ese plan secreto que tenía escondido bajo el escaño lo puso encima de la mesa de la Moncloa y decidió, él solo, poner en pie los cimientos del Estado moderno español.

Nada de pasar de la transición a la democracia —en un país donde la corrupción sale a borbotones por todas las ciudades de España—, para alcanzar la división de los poderes del Estado, la verdadera representatividad de los electores, la Justicia independiente (va camino de entregar el Tribunal Constitucional a los nacionalistas) y la prensa libre para que los periodistas no tengan que apuntarse a un partido político, como ocurre con demasiada frecuencia, para poder trabajar. No, la gran reforma, el secreto guardado durante dieciocho años en su escaño del Congreso, era el Estado plurinacional que iba a barrer bajo las alfombras a esa España trasnochada de Isabel la Católica, del imperialista idioma español, de la cruel conquista de América, etc. Y Suso de Toro es el ideólogo elegido, la persona que le ha dado cuerpo doctrinal y aval ético e izquierdista a todo este caos que nos invade, en el que Zapatero es la estrella de la nueva Ilustración.

Hemos estado esperando a ver si alguno de los colaboradores habituales de El País —o su propio director, Javier Moreno, que también debería darse por aludido y que no hace mucho prometió defender la independencia y la verdad— saliera al ruedo ibérico a darle unos capotazos y luego una estocada a este Toro que escarba más que embiste y que no sabe ni lo que es la izquierda, ni lo que fue el franquismo, ni lo que es España —puede que sea el inventor de la famosa frase de “España es una nación discutida y discutible”— ni, por supuesto, quién es Zapatero y qué ideas tiene, si es que las tiene, que mucho nos tememos que no, como lo temen y ya se atreven a escribirlo y decirlo los dirigentes del PSOE e intelectuales de su entorno cultural.

Las cosas, Suso, son mucho más sencillas. Zapatero se coló en el PSOE con 9 votos que in extremis le prestó Guerra, y alcanzó la Presidencia del Gobierno por causa del 11M y de las mentiras de Aznar, Acebes y Zaplana. Y luego llegó al Gobierno y tras prometer en Cataluña que apoyaría en Madrid lo que aprobara el Parlamento catalán y recibir, nada más llegar al Ejecutivo, una oferta de negociación final de ETA, se metió en la bañera de la Moncloa con un par de patitos de goma —que dicen que también le gustan a Rajoy— y con el cubo de Rubik y empezó a mover los cuadros y los colores hasta que de pronto dijo ¡eureka!: voy a darles a los catalanes un Estatuto soberanista para que lo vean los de ETA, y con su resplandor y la posibilidad de repetirlo y ampliarlo en Euskadi, los etarras depondrán las armas a mis pies, y mientras tanto yo tendré estabilidad en mi gobierno y al final de la carambola a dos bandas, catalana y vasca, pasaré a la Historia como el gran pacificador y reformista del Estado federal que meterá para siempre en una España moderna al pueblo vasco y catalán. Y tras estas profundas y estratégicas reflexiones sobre semejante hallazgo —darles a los nacionalista y a ETA lo que quieran, como a los ingleses les ha regalado el istmo de Gibraltar—, Zapatero salió de la bañera, se puso el albornoz y dijo a la secretaría: pónganme con Suso. Y una vez al habla le comunicó su hallazgo a su querido intelectual y añadío: yo tengo la música, pon tú la letra que con esta ópera magna vamos a triunfar en el Real.

Luego, ya se sabe, la cosa se fue torciendo, el Estatuto hubo que remendarlo, lo de la negociación va saliendo rana, las encuestas van mal, y empieza a haber deserciones en el buque insignia del aparato de propaganda oficial, y eso no se podía consentir y fue en ese momento cuando Zapatero le dijo a su fiel cancerbero: ¡Suso, mátalos! Y entonces el ideólogo de cabecera encaró el rifle, metió la bala de plata en el cargador e hizo pum, y le salió un churro a juego con la intelectualidad y la talla de estadista que luce, al día de hoy, su capitán.