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España > Leon > Villafer (Villaquejida)
21-03-06 13:33 #204188
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Una historia para no olvidar
Sabemos hoy que en el entorno geográfico cercano a Villafer, Valderas, Albires, Audanzas del Valle, Maire de Castroponce,...terminaron sus días al menos algunos de los desaparecidos de la comarca bañezana. Un "paseado" (más bien que fusilado) que como algunos otros (Miguel Gila entre ellos) sobrevivió a su ejecución fue Heliodoro Villar Blanco, el "fusilado" de Villafer. Este es el relato que él mismo hizo al periodista del Diario de León, y que el rotativo publicó en su edición del 27 de agosto de 1991:
DIARIO DE LEÓN
Martes, 27 de agosto de 1991
EL "FUSILADO" DE VILLAFER
Heliodoro Villar sobrevivió a un pelotón de ejecución falangista en agosto de 1936 en Villafer y desde entonces conserva el apodo, porque no quiere olvidar

Víctor Iriarte (ICAL)
Heliodoro Villar, nacido en la localidad leonesa de Villafer, hace 77 años. Hace 55 años, el 16 de agosto de 1936 fue detenido en su pueblo por pistoleros falangistas y sacado a pasear tres días después. La misma noche que García Lorca moría en Viznar en idénticas circunstancias Heliodoro fue arrastrado por siete hombres hasta la vía del «tren burra», entre las localidades de Valderas y Villanueva del Campo, y pasado por las armas. Recibió una bala en la cara y otra en el codo y la abundante sangre confundió a sus ejecutores dándole por muerto. Logró sobrevivir y desde aquella noche conserva el apodo de «el fusilado». Su ejecución no le sirvió para olvidar el horror y, una vez recuperado, fue alistado en las tropas franquistas y enviado a la guerra. Su objetivo vital desde entonces es «que se cuente todo».
Heliodoro Villar tenía 22 años cuando estalló «el Glorioso», como él dice. Obrero en el campo y en obras públicas, estaba afiliado a las Juventudes Socialistas y a una «Sociedad de Trabajadores de la Tierra» adscrita a UGT, que había conseguido para ese verano del 36 repartir entre todos los vecinos de Villafer 60 días de faenas agrícolas a diez pesetas la jornada. No llegó a trabajarlas.
«El fascismo estaba muy arraigado en una localidad próxima, Valderas, donde se mataron durante la guerra a 112 personas», indica. El día de Santiago, los camiones con pistoleros falangistas se acercaron hasta Villafer para buscarlo. Heliodoro se escondió y los días siguientes durmió en casas de amigos y en los campos cercanos.
«El 8 de agosto dijeron que los mozos del reemplazo del 35 que fuésemos excedentes en casa teníamos que incorporarnos a filas.En ese momento, ir al servicio militar era una garantía de salvar
la vida», indica el «fusilado». Partió para León, «cargado de medallas con los «detentes» en la solapa para despistar» y un seguro de vida, la carta que le había do un primo suyo, Pedro Vallinas, jefe de milicias de Falange, con un mensaje tan limpio como amenazador: «Que nadie se meta con mi primo». En la capital, lo reconocieron unos de Valderas y, detenido, lo entregaron, pero el pase le devolvió la libertad. Volvió al pueblo y, cuando los sobrinos le avisaban de la llegada de guardias civiles y camisas azules, volvía al campo.
Finalmente, fue detenido tras una persecución que empezó a las once de la mañana y concluyó a las 17 horas. Lo agarraron vecinos de su pueblo, amenazados por los pistoleros de Valderas, irritados por haberlo dejado escapar una vez. «Me descubrió Laurentino, hijo del señor Camilo, quien era hermano de Manolo, al que tenían detenido en La Bañeza y sometido a palizas; uno amenazó con pegarme, pero Telesforo lo impidió: «¡No hombre, que es del pueblo!», gritó; otro que venía con ellos era un vecino mío, Lorenzo «el Mono», a quien la guerra le daría oficio, se hizo guardia civil», recuerda Heliodoro.
«¡TÍRATE AL PUENTE»
Cuando entró preso en el pueblo, explica el «fusilado», «la señora Eliseria lloraba, el marido me miraba y traquiñaba la cabeza. El barbero del pueblo le susurró mientras le afeitaba: «si te corto yo el cuello, te haría sufrir menos que ellos». El terror se había apoderado para entonces de la zona. La madre conocía el trato a los «rojos» y, cuando lo vio, le salió sangre del alma: «¡Hijo, tírate al río antes de que te maten!». Sólo lo sabría después, pero indirectamente le salvó la vida en el momento en que lo fusilaron.
Llegaron los falangistas, quienes comenzaron a interrogarlo para que les revelase donde estaban unas supuestas armas, bombas y listas de fascistas para ser asesinados. La tortura comenzó con un simulacro de fusilamiento. En Valderas fueron tres días de golpes y ricino. El ultimo, lo llevaron a la Casa del Pueblo para otro interrogatorio. «Pero ya no me pegaron. Lo tenían todo decidido». Era la noche del 19 de agosto.
Heliodoro Villar Blanco es una enciclopedia andante, el Espasa de la represión. En estos años ha recopilado nombres, fechas, historias. Conoce a familiares de represaliados, sabe de sus verdugos y como terminaron sus días muchos de los que protagonizaron «la militarada». Y lo ha escrito en un relato dulce, desgarrado y sentencioso: «Parece ser que cuando asomé, ella me vio y se lo chivó. Era Eudosia, tía de Zacarías; como si Dios la hubiera castigado, al poco tiempo quedó ciega». «En los campos me junté con Frailan, que se vino a refugiar porque había dado algún mitin por aquellos pueblos. Era inteligentísimo y si no es porque le daba a la bebida hubiera llegado lejos. Murió de vagabundo». «La Guardia Civil por menos de nada te soltaba un castañazo. Desde niño lo he vivido. Necesitaban menos cursos de instrucción y más de cultura y ciudadanía», puede leerse en sus escritos. Su relato está plagado de digresiones, enriquecido con historias patéticas que ha escuchado. Describe anécdotas nimias como si hubieran ocurrido hace media hora, las compara con lo que ha leído y lo adorna con las coplillas que escuchó en las trincheras.
FUSILAMIENTO
Cuando dispararon sobre Heliodoro, sólo le dio tiempo de gritar «¡Ay, madre mía!». Eso le salvó la vida, porque la bala le entró por el carrillo derecho y le salió por el izquierdo, sin tocar las muelas, con lo que la posible infección hubiera sido mortal. Otra bala le rozó el cogote y una tercera le alcanzó el codo izquierdo. Llevaba una camisa blanca, que se llenó de sangre escandalosamente y despistó a los asesinos.
Cuando se marcharon, Heliodoro anduvo 16 kilómetros, eludiendo los pueblos, carros y vehículos, hasta llegar a Villafer. El médico, «una buena persona», le ayudó; el sacerdote no dio la cara.
Tuvo suerte. Su primo falangista había regresado la víspera del fusilamiento a Valderas para liberarlo. Los asesinos se tapaban unos a otros e incluso le dijeron que se lo habían llevado «unos de Valladolid». El pariente, que incluso llegó a desenfundar su arma contra sus propios compañeros, lo protegió durante la convalecencia.
Heliodoro llegó a hablar en el 42 con el enterrador que habían mandado a recoger el cadáver y conoció de esta forma a sus verdugos, Marino, Sastrín «el robaperas», Meredí, «Tatota», Esteban, Peinador «el del chalé» y «Titimona». Algunos viven, «y si les viera, me daría vergüenza y asco», dice. Pero no guarda rencor, «matar es repugnante, las guerras las condeno por completo».
Tras recibir la extrema unción se recuperó y en mayo del 37 fue reclutado en el Ejército franquista. Estuvo en el frente de Asturias, en Guadalajara, Teruel, el Ebro y Barcelona «luchando contra los enemigos de Dios y de España, por lo que merece la protección de la Patria y el respeto de sus conciudadanos», reza un certificado que recibió tras la contienda.
En Teruel fue herido, pero la suerte seguía abrazada a su cuerpo, porque la bala chocó contra un duro de plata que llevaba en el bolsillo y resbaló lo suficiente para no alcanzarle mortalmente. Si fuera un gato, le quedarían todavía cinco vidas.
«NO ME ARREPIENTO«Yo soy de izquierdas y pienso que la Transición ha sido una chapuza de las más grandes, porque ni siquiera se han quitado las placas de los caídos por Dios y por España», dice. En su opinión, hoy día «los socialistas no son socialistas, ahora manda don Dinero. Yo admiro a los concejales republicanos que hacían su labor y luego iban al Ayuntamiento, porque trabajaban por el ideal y no por el estómago», dice.
Cuando se le menta su buena estrella, se ríe. «Vender lotería, eso es lo que tenía que haber hecho». En sus memorias, describe con crudeza lo que vio: fusilamientos, soldados congelados, hambre, miseria, enfermedades, vejaciones y reconoce que volvió «moralmente derrotado» a su pueblo en el 39. Ahora, su máximo anhelo es que «se cuente todo, porque se ha escrito muy poco de lo que pasó».
No se arrepiente «de ninguna manera» de lo que ha vivido y sólo lamenta el sufrimiento de sus padres. Las marcas de la bala que le cruzó la cara, todavía visibles en las mejillas como un hinque en la tierra, le han estirado aún más si cabe los labios para acentuar su sonrisa, que no ha perdido nunca. «Es que tengo mucha conformidad», concluye.
Federico y Heliodoro
Federico García Lorca pasó sus últimas horas en «La Colonia» de Viznar, la improvisada cárcel donde pasaron su última noche las víctimas de la represión de Granada. El sabía desde su detención que no sobreviviría y con relativa asepsia, los historiadores han podido reconstruir los hechos que condujeron al asesinato del poeta. Murió junto a otras tres personas, los banderilleros anarquistas Joaquín Arcollas y Francisco Galadí y un maestro de escuela, Dióscoro Galindo González, que había nacido en la localidad vallisoletana de Ciguñuela.
Félix Sierra, autor de libros sobre la represión como «La fuga de San Cristóbal» y amigo personal de Heliodoro, siempre se ha preguntado «cómo sufriría en sus últimos días y horas Lorca, qué sentiría Federico cuando iba a ser fusilado. «Nunca podremos saberlo con certeza -confiesa-, pero podemos hacernos una idea extraordinaria gracias al testimonio del «fusilado», porque sufrió el mismo calvario».
Felix Sierra ha reescrito las memorias de Heliodoro, en las que cuenta cómo aquella noche de hace 55 años «era como pasar el Calvario. Uno era inocente. Me habían dicho que me iban a matar. Yo no lo entendía. Me quedaba una remota esperanza: ¿por qué iban a matarme si yo no era culpable de nada, si no había cometido ningún delito?.
»Les veía remangados con sus pistolas y me aterrorizaban, pero también llevaban un montón de medallas de la Virgen colgando y yo pensaba si era posible que estos hombres con tanta medalla sean capaces de matar a sangre fría.
«Era la noche del 19 de agosto. Después de tres días de palos y ricino, a las 11 de la noche me sacaron de Valderas en dirección a Villanueva del Campo. Íbamos a pie A unos tres kilómetros, de frente a una casilla del ferrocarril de vía estrecha, pararon. Pensaba aún que en el último instante cambiarían de opinión. Me llevaban entre siete. Fue rápido. Momentos antes de que me dispararan se acercó uno y me dijo, «no lo puedo evitar, te matan». Al momento de separarse, llegó la descarga».
«Caí al suelo. Quedé inmóvil. La cabeza me zumbaba Creí que estaba muerto. Me alumbraron con una linterna Dijo uno, ¿le damos el tiro de gracia? «Ya tiene bastante» respondieron. Se alejaron de mí hablando. Yo, a pesar de mi estado, oía el murmullo»
«Me di cuenta de que estaba vivo. No recuerdo el tiempo que estaría inmóvil. Me levanté, me tambaleaba (...) Me sentí desfallecer y, al llegar a la vía, pensé en poner la cabeza en el rail para que me terminara de matar el tren cuando pasara... pero reaccioné, porque el instinto de conservación te hace fuerte para ir a donde sea».

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