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CRONICAS MINERAS

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CRONICAS MINERAS
CRÓNICAS MINERAS.
Publicado en "Castillete", nº 19. Diciembre de 1.984. Firmado por Eduardo Brime Laca.

Desde siempre, los técnicos de Hulleras de Sabero, en el grado, nivel o jerarquía que le corresponda, pasan muchas horas de su vida estrujándose la cabeza con el propósito, y me atrevo a decir que con la obsesión, de mejorar los métodos de explotación no sólo con el exclusivo objetivo de producir más sino de hacerlo más cómodamente y con mayor seguridad.
No voy a hacer aquí inventario de todas las innovaciones llevadas a cabo desde que se creó la Empresa pues esto me obligaría a revolver en muchos papeles -y esto lleva su tiempo- sino que relataré una que, por ser de las más recientes, conservo frescos gran número de detalles.
Retrocedemos a Diciembre de 1983. Son fechas de bastante ajetreo para los técnicos: se hacen informes, se confeccionan memorias, se analizan resultados... Y sobre todo se proyecta el plan de labores para el próximo año, ocasión que siempre se aprovecha para estudiar la posibilidad de mejorar nuestra explotación con alguna innovación tecnológica. Estábamos en éstas cuando, allá a mediados de mes, la firma TAIM nos ofrece quince pilas, compuesta cada una de un bastidor deslizante y tres mampostas hidráulicas, con cuyo material se puede equipar un taller de seis metros de calle más el correspondiente pase de galería.
El asunto merecía la pena así que comenzamos a madurar la idea de realizar una prueba. Antes de hacer ningún número se determinó hacer una visita a la Hullera Vasco-Leonesa, en donde hay varios talleres montados con estas pilas, con el fin de ver sobre el terreno que había que hacer para montar nosotros un taller semejante. Y allá me fui una fría mañana de finales de Diciembre con Nicolás Martínez Galguera y Emilio Álvarez Borgio. Con la proverbial cordialidad que caracteriza a la gente de la Hullera Vasco-Leonesa, sus técnicos nos enseñaron un taller que podría ser gemelo al que nosotros pensábamos montar. Estuvimos todo un relevo. Nos gustó. Para ser exactos, nos entusiasmó.
A la vuelta de la visita los tres teníamos muy claro que merecía la pena hacer la prueba y que, además la podíamos hacer sin necesidad de realizar grandes obras de infraestructura para montar el taller, así que, obtenida luz verde por parte de la Dirección, nos pusimos manos a la obra.
En primer lugar había que establecer el proyecto. Aunque poseíamos la suficiente información técnica acerca de las características y funcionamiento de las pilas, había que dejar muy detallado cuales eran los tipos de trabajos que había que realizar, y cómo, por quién, y en qué momento se debían ejecutar.
No sé la de cuartillas que se rompieron ni la de dibujos que tuvimos que tirar pero en Febrero, cuando se redactó el proyecto definitivo, los técnicos que de una forma directa íbamos a tener que ver con el asunto sabíamos cómo había que hacer las cosas, aunque luego el tiempo nos obligó a cambiar algunas, y a poner en práctica otras nuevas.
A todas éstas, la Hullera Vasco-Leonesa (buena gente, esa) nos invitó a que enviáramos allí a un vigilante, un picador y un electromecánico, de los que en su día formarían parte del personal del taller para que se familiarizaran con el material y se hicieran con esa media docena de truquillos que no hay manera de encontrarlos en los libros sino que pertenecen a la más tradición oral minera.
Y con Emilio Álvarez Borgio al frente allá se fueron Enrique Ferreras, Octavio Rodríguez Vinhais y Javier Verduras. Los tres formaron parte junto con Aníbal Fernández Arias, Aurelio Becerra y Amara Oughuacha del Primer equipo que montó el taller y lo puso en marcha, suceso que tuvo lugar el jueves 23 de Febrero de 1984, festividad de San Policarpo.
Desde el primer día empezaron a salir las cosas a pedir de boca. En cuatro relevos se montaron las catorce pilas (dejamos una de repuesto) en el taller de las 43 (E) de las Plantas Horizontales del 6W4S, si bien antes, los electromecánicos habían hecho un alarde de efectividad al bajar todos los materiales por el pozo del muro y ponerlos al pie del taller. Más que por su peso, eran complicados de manipular por su longitud (Un bastidor cerrado mide 3´75 m.)
El día 27 de febrero se pica la primera calle y cuatro días después visitan el taller D. Manuel Arroyo y D. Enrique Valmaseda, Director General y Director Técnico, respectivamente, de la Sociedad quedando gratamente complacidos de la instalación. El personal del taller estaba orgulloso de su obra y no era para menos aunque, sinceramente, yo no las tenía todas conmigo pues la capa se las trae, como al poco tiempo pudimos comprobar.
¿Y por qué no hacerlo en otra capa más fácil?, se preguntarán ustedes. La respuesta es doble. En primer lugar porque dada la dificultad de la capa, si la prueba resultase positiva significaba la consagración definitiva del sistema. En segundo lugar porque tampoco había posibilidades de elección pues, en la época en que se concibió el proyecto, era la única capa con corrida suficiente (dos guías de 65 m. vaden una) para que la prueba fuese representativa de todas las circunstancias, buenas y malas, que podríamos encontrarnos en el futuro, así que... Y comenzó a marchar "el de las marchantes", como popularmente se conoce ya el taller entre los mineros de Sabero.
Al iniciarse la segunda semana se puso el taller a dos relevos. Empezaron a surgir algunas pegas sin importancia, fruto de la inexperiencia, que se fueron subsanando. Por ejemplo, vimos que era más rápido y cómodo mover los pánceres cuando éstos tenían los canales atornillados; otro día pudimos ver que modificando la forma de los purgadores se manejaban las pilas mucho mejor...
Por cierto, todavía no les he explicado en qué consiste una pila. Veamos.
Dije al principio que una pila estaba formada por un bastidor deslizante y tres mampostas hidráulicas, pero claro, ésto es decir muy poco. De todo el conjunto, la pieza clave es precisamente el bastidor, el cual a su vez está formado por otras varias piezas: lo que podríamos llamar el cuerpo principal está constituido por dos cajones metálicos de sección rectangular de 265x180 mm; el delantero tiene una longitud de 2.300 mm. y el trasero de 1.300 mm. Están unidos por un llantón que, sólidamente fijado al cajón delantero gracias a un cilindro hidráulico que hay dentro de éste. El invento no puede ser más simple.
Además, el cajón delantero lleva dos alojamientos para dos mampostas hidráulicas que se pueden mover como las patas de un compás -lo cual permite el desplazamiento hacia adelante de la pila- si bien en su posición de trabajo deben estar rigurosamente aplomadas.
Por último -seguimos hablando del cajón delantero- en el extremo más próximo al frente lleva acoplado un brazo abatible accionado por otro cilindro (hidráulico, claro) y que sirve para facilitar la sujección de la enrachonada a la hora de picar la cora de la calle.
Hablemos del cajón posterior. A diferencia del anterior sólo está soportado por una mamposta hidráulica y en cola lleva el alojamiento para una pata extensible que sirve para contener el hundimiento. Nosotros, igual que la Hullera Vasco-Leonesa, hemos confeccionado estas patas extensibles a base de dos trozos rectos de cuadro metálico que se pueden introducir más o menos uno dentro del otro.
Bueno pues, en esencia, esto es una pila, lo cual se maneja con una pistola (para meter líquido a presión en los cilindros y mampostas) y un purgador (que al accionarlo en las válvulas hace que se escape el líquido y se aflojen los cilindros y mampostas). Su accionamiento es sencillísimo y, una vez armada la pila, no hay que desmontarla para nada hasta que se acabe el taller lo cual facilita enormemente el posteo y evita la manipulación de piezas pesadas, causa de frecuentes accidentes por sobreesfuerzos.
Volvamos al relato.
Decía que todo iba transcurriendo placidamente, con los errores propios del que está familiarizándose con un nuevo sistema de explotación, cuando el taller llegó a una zona de carbón muy flojo por el que se empezó a filtrar agua, llovía el mes de abril. Aquí empezó la prueba de fuego para todos. Para la entibación y para los mienros.
La humedad hacía bastante incómodos los trabajos. Había gran dificultad en alinear las pilas; la flojedad del carbón del piso hacía que las mampostas perdieran la verticalidad con riesgo de desplomarse alguna pila; hubo conatos de derabe, etc.
Pero pese a todo, el taller seguía su marcha. Principalmente porque los mineros que trabajaban en él tenían fe en el sistema.
Quizás los momentos más delicados fueron los días inmediatamente anteriores a las fiestas de Semana Santa. Se avecinaban cinco días seguidos de fiesta y el taller, por culpa del agua, estaba delicadísimo. El problema principal residía en que las pilas no se podían asentar correctamente en el piso pues era un auténtico lodazal. Se barajaron diversas soluciones hasta que alguien propuso que se colocara en el piso una alfombra de tela metálica pues de la misma forma que compactaba el carbón de la corona también lo haría con el del suelo. Se optó por esta solución.
Además, en previsión de posibles derrabes se cerró el frente de arriba abajo con una puerta de tablos, y se reforzaron las pilas con unas longarinas de madera soportadas por mampostas de ficción. Ahora no cabía otra cosa que esperar acontecimientos. Había confianza en las medias adoptadas pero a su vez había preocupación por la suerte del taller (signo equícovo del fatalismo ibérico).
El sábado Santo tengo anotado en mi diario (2): "se inspeccionó el taller por parte del retén de Reconocimiento: está impecable".
El martes de Pascua, finalizadas las fiestas, en la oficina de Arranque se respiraba una actividad febril. A los primeros instantes de ansiedad por parte de los equipos que trabajaban en el taller se unían los de tranquilidad y alegría íntima por el éxito de la operación. Se había ganado una batalla, posiblemente la definitiva. El taller seguía rezumando agua pero ya sabíamos como combatir el problema.
Los días que siguieron fueron de un afianzamiento en el dominio del sistema. La compenetración entre los componentes de los equipos llegó a tal grado que, aparentemente, daba la impresión que cada cual hacía las cosas por su cuenta pero en cambio, a poco que uno se detuviera a observar, se daba cuenta que todos sabían en todo momento lo que estaban haciendo los demás.
Lógicamente los resultados no se hicieron esperar. En Marzo se hicieron 0´68 calles diarias, en Abril 1´02 calles, en Mayo 1´46 calles al día, y así sucesivamente.
En el momento de escribir estas cuartillas llevamos ocho meses de trabajo ininterrumpido (bueno, casi; en agosto se cambió el taller para el recorte 6W35 y estuvo sin trabajar más de dos semanas) y es bueno poder decir que gracias a ese esfuerzo e ilusión que a todos los niveles hemos puesto, el éxito no ha dejado de sonreirnos.
(2) Es la primera vez en mi vida que hago un Diario, que comencé cuando se puso en marcha el taller. Es un latazo pero reconozco que ahora es como abrir un viejo álbum de fotos. Sólo llega hasta Mayo. Me cansé. Lo siento.
Enviado por: sotillano | Ultima modificacion:22-05-2008 23:05
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