Sorriba del Esla - Leon

D icen que tener salero es una condición indispensable p ara un candidato electoral. Vaya por Dios, quien esto escribe no hubiera podido serlo, pues bailo el twist como si fuese un vals. A Emilio Gutiérrez quieren colgarle la etiqueta de soso, también la de ser un desconocido. Al parecer, soso y desconocido aplicados a un candidato vienen a ser lo mismo que duro y pasado a un arroz. Ahora bien. ¿lo es y tiene importancia serlo? Nacer ya con salero y famoso es algo que solo ha logrado Paquirrín. Se trata de gobernar un ayuntamiento no de sazonar una ensalada. Muchos políticos fueron considerados sosainas en sus inicios. Zapatero fue llamado Sosoman, y recuerdo haber escrito de Amilivia, a finales de los ochenta, que era de la clase de persona que uno no se llevaría para animar un guateque Y qué si lo son o lo fueron. Los sosos también tenemos nuestro corazoncito.

El carisma da votos, pero también es la trampilla por la que se nos cuelan en la vida pública trepas y demás trileros encantados de haberse conocido. Sea cuál sea el partido, cuánto mejor un liderazgo silencioso, basado en valores y en la eficacia, que el estridente martilleo de un ego en constante proclamación de sí mismo; cuánto mejor también todas aquellas virtudes que salen con el trato, a través del trabajo en equipo. Los candidatos pueden ser guapos, feos o para un apañete; sonrientes o circunspectos; con cinturilla de avispa o de abejorro. ¿Pero qué tiene que ver eso con las actitudes necesarias para la gestión municipal? Si necesito un fontanero no llamo al electricista.

En una democracia ya asentada, no tienen sentido campañas como aquellas de la Transición, donde a todo se le daba un toque apoteósico, y más que un candidato parecía que se trataba de escoger con quién deseabas naufragar en una isla desierta. Estos tiempos difíciles han de conllevar que los partidos sean sobrios en sus declaraciones, comportamientos y promesas, por respeto a quienes sufren la crisis; sin renunciar al toque de humor que, cuando no es exabrupto, pone el guiso en su punto de s al. Aunque a algunos candidatos, lo que les gusta es el pimentón, no hay más que escuchar al alcalde. Le priva el picante. Toma, y a mí, pero la señora no me deja.