Una pesadilla real Es noche cerrada y a lo lejos se divisa una pequeña luz de color amarillo, solitaria entre el frío asfalto de la calle, abandonada. El silencio es el protagonista que acompaña mis pasos entre las sombras de los carteles apagados y los cierres de las puertas atrincherando unos locales tan vacíos, como las respuestas que daban a las preguntas hechas a los culpables de que el paisaje se tornara para darle semejante aspecto. Sigo mi camino hasta el lugar de destino y pienso en unos meses atrás; cuando a las horas que en estos momentos me dicta el tiempo apenas podía pasar por estas calles ahora solitarias. El bullicio ensordecedor de las gargantas, la música atronadora que salía de cualquier parte y la alegría que se advertía en la llegada de la noche cualquier fin de semana del año. Todo truncado por un señor barbudo de canas blancas que lideró el camino por el que aparecieron otros con su misma opulencia y que lograron un día a erigirse dueños y señores de la noche, acabando con todo aquello que se interpuso en su camino. Ya ni recuerdo el color de la pantalla en los cines abiertos hasta after-hours, que proyectaban filmes con excepcionales efectos especiales, mientras saboreaba unas palomitas de maíz recién calentado y absorbía un refresco al compás de las imágenes que se proyectaban en la gigantesca y confortable sala. Un atentado inesperado a la calidad de vida de los jóvenes y no tan adolescentes, a la diversión sostenida de la semana que esperaba su llegada. Sucedió demasiado pronto, en apenas unos meses cambiamos de la esperanza a la desidia, de la clase humilde a la pobreza injusta por una gestión que despreció a los ciudadanos, arrinconándolos en sus casas al calor de una bombilla ¡Miserable anochecer para un alba recortada! Ahora paseo a oscuras, desorientado en los pensamientos que me trasladan hacía un pasado cercano, mirando al frente desierto, solitario y oscuro de un país sujeto a un impostor que engaño a un pueblo. Los locales se cerraron, los cines dejaron paso a unos edificios desvencijados y la contaminación de una política basada en el ultraje al bienestar social ganó la batalla. Hemos quedado como vasallos del poder de quienes rescataron a los que nos timaron y nos sumergieron en las aguas que ahogaron nuestra perspectiva de crecimiento. Los bancos, los únicos que mantienen sus locales en perfectas condiciones para abrir indiferentes sus puertas a la que siempre fue, han sido y serán la clase social que pasó de la crisis a una pesadilla continua. Mientras no tengo ni donde caerme muerto, porque hasta las tasas de mi entierro las subieron, paseo, ando sin desconsuelo deseando que esto simplemente hubiese sido un mal sueño. JUAN ANTONIO SÁNCHEZ CAMPOS |