Riego de la Vega - Leon

Juan Fernando López Aguilar es un político brillante, un genio, respetado, al que una oleada de noticias y elucubraciones han manchado, y merece la presunción de inocencia .

Hasta hace dos días hablar de Juan Fernando López Aguilar era, sin duda, hablar de un político brillante, de un incansable trabajador, de un ex Ministro bien valorado, sin duda ni sombra sobre su expediente. No en vano presentaba un perfil excelente para postularse a unas elecciones generales y precisamente por ello no éramos pocos los que llevábamos tiempo animándole a dar el paso para presentarse a unas primarias en el PSOE, convencidos de que las ganaría.

Licenciado en Derecho (con premio extraordinario), licenciado en Ciencias Políticas y Sociología, Máster en Derecho y Diplomacia en Boston, Doctor en Derecho por la Universidad de Bolonia (con premio extraordinario), Catedrático de Derecho Constitucional, titular de la Cátedra Jean Monnet de Derecho de Integración Europea. Ha impartido clases en universidades de todo el mundo. Habla con total fluidez inglés, francés, italiano, alemán. Autor de múltiples artículos y libros de referencia en el ámbito del Derecho y las Ciencias Políticas. Dibujante conocido por sus caricaturas y músico desenfadado conocido por animar los encuentros con su guitarra y las versiones de los Beatles.

Contrariamente a lo que suele pasarnos, Juan Fernando era profeta en su tierra. Sirva como ejemplo una anécdota: el año pasado participé en unas jornadas universitarias con jóvenes de varias formaciones políticas. Todos terminaron el acto haciendo referencia a López Aguilar con excelentes valoraciones (y cuando me refiero a “todos” recuerdo especialmente al representante del Partido Popular, de Coalición Canaria, de Izquierda Unida…). No sólo entre los jóvenes era reconocida su valía y su honestidad. También entre mis compañeros de partido he oído siempre que Juan Fernando era uno de esos socialistas por los que bien merecía la pena militar. “De lo mejor del PSOE” es la afirmación más repetida que siempre he escuchado.

Hace años que le conozco personalmente. Desde el primer día prestó atención con paciencia y respeto al grupo de becarios que en Bruselas habíamos organizado unas charlas sobre política. Repitió varias veces y siempre nos buscó el momento para informarnos sobre las cuestiones más relevantes de las que se ocupaba en el Parlamento Europeo. Un hombre brillante, al que a veces cuesta seguir. Tomar nota de sus palabras es como ir redactando un libro. Frases que parecen imposibles, giros y metáforas que van saliendo a toda velocidad. De pronto salen conceptos en otros idiomas: alemán, inglés, francés, italiano…. Cualquiera que haya podido presenciar alguna de sus intervenciones sabrá perfectamente la sensación a la que me refiero. Su brillantez es evidente. Su genialidad también se percibe.

Quizás por estas dotes resulta una persona despistada, en su mundo. A veces da la sensación de que cuando le hablas está pensando en muchas otras cosas. Pero al final siempre te demuestra que te estaba escuchando (mientras estaba pendiente de otras mil cuestiones más). Como todos, Juan Fernando no es perfecto. Si algo pudiera yo señalarle es su absoluta incapacidad para darse cuenta de las estrategias y las conspiraciones que a su alrededor se generan. En las múltiples conversaciones que hemos tenido las intrigas palaciegas siempre le pillaban desarmado. Nunca sabía por dónde le venían y no se imaginaba por dónde le iban a venir. Ha costado tiempo comprender que a él estas cosas no le interesaban en absoluto, pues siempre ha creído que el buen hacer da sus frutos.

Sin embargo no han sido pocas las situaciones en las que los frutos no daban lugar a un merecido reconocimiento. Mas bien al contrario. Desgraciadamente a veces la mediocridad, sobre todo en política, no soporta brillos alrededor y por eso algunos se han empeñado en negar evidencias. A pesar de los avatares políticos he visto cómo se ha mantenido siempre firme, dolido por algunos desplantes, pero fiel a un proyecto.

Juan Fernando, sin ninguna duda, sería el mejor candidato a la Presidencia de Gobierno que el PSOE podría tener. Y además, me atrevo a decir que con él habría una verdadera esperanza de ganar unas elecciones que se antojan complicadas para los socialistas.

Es respetado en la derecha española: un discurso tranquilo, sin provocaciones, con rigor y mensajes contundentes. Una trayectoria inmaculada.

Es respetado en la izquierda, donde la formación y el conocimiento son un valor en alza. Sobre todo se ganó legitimidad ante la juventud en un debate mano a mano con Pablo Iglesias. Prácticamente unánimes fueron las valoraciones que le dieron como ganador de la contienda.

En tan sólo cuarenta y ocho horas una oleada de noticias, comentarios, elucubraciones han manchado de los pies a la cabeza a mi compañero. Han herido en lo más profundo a quien puedo decir mi amigo. Entenderá el lector que cuando se aprecia y admira a alguien cercano el dolor se comparta. Sobre todo cuando se conoce la madera de la que está tallado, se sabe del padecer tan profundo que ahora le acribilla. No quiero que piensen que estas líneas las escribo desde el sentimiento de amistad. Al menos no únicamente y no por encima de todo.

Estas líneas están escritas desde el más profundo sentimiento de justicia. Que yo considere en el ámbito personal a Juan Fernando incapaz de las barbaridades que se han dicho estos días no es objeto de ser aquí detallado. Pertenece a la esfera personal e íntima de mi consideración personal hacia un amigo.

Mis palabras quieren referirse a lo que es de Ley. A lo que todos tenemos la obligación de respetar. Los Derechos Humanos recogen el derecho de toda persona a su presunción de inocencia hasta el momento en que una sentencia pruebe su culpabilidad. A día de hoy esta sentencia no existe y teniendo en cuenta la gravedad de los hechos que supuestamente se le imputan, cuanto menos, la prudencia obliga a mantener su honor intacto mientras no se demuestre su culpabilidad.

Desgraciadamente es demasiado tarde para tratar de pedir respeto. Dos días en los que hemos podido leer absolutamente de todo han sido suficientes para producir un daño irreparable. Un daño que absolutamente nadie se merece. Independientemente de la sentencia resultante, hasta el momento en que esta se dicte, todo ciudadano tiene derecho a que sea la justicia quien le juzgue. Nadie más.

Igualmente, los medios de comunicación tienen la obligación ética de proveer de información veraz e imparcial a la ciudadanía. Sin entrar en las cuestiones de índole personal donde no se ha tenido el más mínimo respeto por cuidar la intimidad de una familia (el morbo está llegando a ser síntoma de una sociedad enferma), el asunto de la suspensión de la militancia de López Aguilar ha sido tratado de manera deleznable por algunos.

Antes de que la Comisión de Garantías para la Igualdad de Género del PSOE se reuniese en la mañana de anteayer, el propio López Aguilar ya había solicitado la suspensión temporal de su militancia. Sin que nadie se lo pidiera. De hecho, la noche anterior él mismo ya lo planteó al Secretario de Organización con la finalidad de no dañar al partido con todo este asunto. Afortunadamente algún medio sí ha recogido esta cuestión, fundamental a mi entender, puesto que es muestra ejemplar de quien pone por encima de su situación particular el interés del partido al que pertenece.

Es por este motivo por el que las declaraciones del Secretario General presumiendo de las medidas contundentes tomadas por parte del PSOE me parecen una mala jugada. Intentar arrogarse ejemplaridad cuando quien ha tenido un comportamiento tal respecto al partido ha sido Juan Fernando, me resulta un feo detalle.

Igualmente en este sentido me parece nefasto pretender dar a entender que es el PSOE quien aparta al eurodiputado del Grupo de los Socialistas y Socialdemócratas Europeos. Afirmaciones que juegan con la realidad, cuando lo cierto es que desde el momento en que el Ex Ministro solicita la suspensión de militancia es materialmente imposible que siga perteneciendo a la delegación española socialista y, por ende, al grupo al que ésta pertenece. Por lo tanto, una vez más, intentar arrogarse una actitud rotunda y ejemplarizante resulta una burda manera de aprovecharse de una triste situación.

Defiendo absolutamente que el eurodiputado mantenga su escaño en el Parlamento Europeo. Hasta que se dicte sentencia. No se trata en este caso de una cuestión que conlleve responsabilidad política. Es un delito de índole privada, de la esfera personal, que en ningún caso afecta a la gestión como responsable público que López Aguilar haya desempeñado o vaya a desempeñar.

No confunda el lector con otros casos en los que la responsabilidad política es evidente, a pesar de que muy posiblemente no conlleve responsabilidad penal.

No debería hacer falta decirlo, pero es preciso recordar que tenemos derecho a ser considerados inocentes hasta que sean presentadas pruebas rotundas que demuestren nuestra culpabilidad y así lo dictamine la justicia. Tenemos derecho a recibir información veraz e imparcial. Tenemos derecho a que nuestra intimidad no sea violada (aunque seamos personas más o menos públicas). Tenemos derecho a que las personas que nos aprecian den la cara por nosotros. Tenemos derecho a no sufrir más condena que, en caso de ser culpables, dictamine la justicia.

Tenemos derecho a tener buenos compañeros y a comportarnos como tales. Tenemos también derecho a equivocarnos, en su caso, y a poner la mano en el fuego. Tenemos derecho a elegir si llegado el caso nos tuviéramos que quemar. Y sobre todo, tenemos derecho a confiar.
Beatriz Talegón.