Cifuentes como síntoma En esta semana que termina he asistido un poco asombrada a una guerra en las redes que en realidad versaba sobre “como hay que sentirse” ante el accidente de Cristina Cifuentes. He visto/leído a gente que le deseaba la muerte y después a los que criticaban a los anteriores. He leído a amigos míos muy escandalizados por el odio que destilaban algunos comentarios en contra de Cifuentes. He leído a Don Ricardo arrepentirse de haber llegado a escribirle a la Delegada: “¡muérase!”. He leído que Juan Torres también se escandalizaba de que hubiera gente de izquierdas deseando la muerte de esta señora. He leído también los tweets de Gaspar Llamazares en los que no desea la muerte a nadie pero en los que no deja de incluir su pésima opinión sobre Cifuentes, lo que le valió una avalancha de twees de gente escandalizada por su actitud en los que no dejaban de desearle la muerte a él. En general, hay que decir que la derecha se escandaliza de que le deseemos la muerte a alguien haciéndonos ver que nos desean la muerte a todos y todas. También los trabajadores sanitarios de la pública han deseado a gritos que Cifuentes fuera a curarse a un hospital privado y ese gesto demuestra, según los medios de la derecha, que los trabajadores de la sanidad pública no tienen corazón y son unos egoístas desalmados, por lo que hay que despedirles e incluso meterles en prisión, según leí en los comentarios a esta noticia. Bastantes de esos comentarios decían que quedaba comprobado que los asistentes a esa manifestación eran chusma y que estaba claro que merecían todos la muerte. Me parece evidente que si se ha desatado el debate de manera especialmente cruda en esta ocasión es porque algo ha cambiado respecto a otras situaciones en las que hemos vivido enfermedades o muertes de personas significadas de la derecha. Al respecto tengo que decir que me he alegrado alguna vez de la muerte de alguien cuya desaparición física ha traído o podría traer la desaparición de un régimen opresivo. Me alegré de la muerte de Franco y en mi casa, como en tantas, brindamos; me alegré (aunque ahora esté mal decirlo) de la muerte de Carero Blanco por el papel que le tenían asignado en la perpetuación del régimen. Me alegraría de que se murieran dictadores, torturadores…Pero, aun así, creo que no es la muerte de estas personas en cuestión lo que me produce alegría sino lo que estas muertes significan. Es decir, no me alegro de su sufrimiento, sino de que dejen de torturar o de matar y de que se abran posibilidades de liberación. Seguramente la alegría personal por la muerte de alguien sólo es posible en el caso de que esa persona te haya hecho algo personalmente a ti o a alguien querido. Supongo que se alegran los torturados de que muera un torturador, o las víctimas de que se muera el asesino. En el caso de alguien vinculado de manera general, como otros miles de personas, a unas determinadas políticas que hacen realmente daño, como en el caso de Cifuentes, no me alegro de que se muera, enferme o le pase algo. No pienso en esos términos. Además, no soy partidaria de la pena de muerte, ni de ninguna ley del talión. En ningún caso. Jamás me produce ningún tipo de alegría que alguien pague con la vida sus crímenes. Estoy convencida de que nadie merece la muerte haga lo que haga. No me resultaría humano alegrarme del dolor ajeno, ni siquiera del dolor del peor malvado de la tierra. Creo que ese sentimiento no está en mi naturaleza, y creo que es un mal sentimiento, un sentimiento que, si se tiene, es mejor combatir. Dicho esto -que no deseo que nadie muera y que tampoco puedo sentir alegría porque nadie enferme- tengo que decir que lo que ha ocurrido con Cifuentes demuestra que mucha gente ya no percibe a los ejecutores de las políticas neoliberales como adversarios, sino como enemigos; y tienen buenas razones para pensar así. Me cuesta entender a esos bloggeros, a esos políticos, a esos tweeteros bienintencionados que cuando alguien del PP enferma aparcan todas sus diferencias, como si estas fueran un pequeño lance político superable; como si estas diferencias pudieran no afectar a lo personal. Eso podía ser así hace un tiempo pero en estas circunstancias históricas las políticas que se hacen se hacen contra nosotros y nosotras; las políticas austericidas dejan víctimas. Quien las aplica no puede esperar recibir indiferencia por parte de la gente que las sufre. La palabra “adversario” está bien para el juego electoral, para aquel que comparte un mismo planteamiento de principio, de marco fundamental, aunque no comparta muchos de los detalles; adversario es aquel que ocupa una posición diferente pero con quien puedo convivir tranquilamente en la discrepancia. Adversario es aquella personas con la que, a pesar de no estar de acuerdo, siempre puedo irme a tomar un café. Los políticos del PP han roto cualquier marco básico que pudiéramos compartir. No respetan siquiera el marco democrático básico cuando se niegan reiteradamente a condenar el franquismo, cuando se empecinan en no cumplir con la Ley de la Memoria Histórica, cuando no quieren condenar a sus elementos fascistas, cuando destinan miles de euros para restaurar ese monumento al franquismo que es el Valle de los Caídos, cuando reprimen con brutalidad cualquier protesta, cuando multan sin motivo a los manifestantes etc. Esto en cuanto al marco institucional. En cuanto al marco social, han declarado una guerra que consiste en expropiar todo lo público para repartirlo entre ellos y los de su clase. Y mucha gente se ha dado cuenta. Cuando las políticas de un gobierno son las responsables de que no puedas pagar las medicinas de un hijo, o el cuidador que necesita para su enfermedad, o te expulsan de tu casa, te dejan sin medio de vida, impiden que tu madre pueda ir a una residencia o tu hija a la universidad, entonces quienes dictan estas políticas o las apoyan no son adversarios, son enemigos. Para muchos y muchas de nosotrxs “esto” no es pugna política, es cuestión de vida o muerte. ¿Las decisiones políticas que hunden en la miseria a la gente no significan nada en el plano personal? ¿Si un diputado vota que se retiren los fondos a las becas después nos vamos con el/ella a tomar un café? ¿Reímos sus chistes, le deseamos lo mejor en el plano personal? ¿Qué se supone que es el plano personal? ¿Quedarnos sin sanidad pública, sin sillas de ruedas gratuitas, por ejemplo, sin ambulancias para diálisis no es personal? Los políticos que hacen estas políticas y los que las apoyan, son personas despreciables que nos roban la vida. Cuando les va mal, tienen un accidente o una desgracia, yo no les deseo lo mejor. ¿Por qué iba a hacerlo? Yo no me alegro de la caída de Cristina Cifuentes ni le deseo la muerte, aunque entiendo que tanta gente la odie. En realidad, lo que le pase a Cristina Cifuentes me da exactamente igual. No deseo ni dejo de desear su recuperación. No le mando mis mejores deseos para que se recupere pronto, tampoco deseo que se muera, no me ocupo de su situación, esa señora no es nada mío y, como política, no voy a fingir sólo porque ha tenido un accidente que le tengo respeto o simpatía. Que los médicos hagan su trabajo y que a ella le vaya como le tenga que ir que lo que yo le desee no va a afectarle en nada. Escrito realizado por Beatriz Gimeno |