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Malillos de Los Oteros - Leon

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España > Leon > Malillos de Los Oteros (Santas Martas)
16-03-12 00:49 #9783403
Por:jrma1987

Manuel Fidalgo, profesor de matemáticas en Mansilla de las Mulas
José Ramón Muñiz Álvarez
“MEMORIAS DE LAS TARDES DE NEVADA”
(Recuerdo de una tarde del
invierno)

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–Qué bella es la mañana cuando llega–, se dijo al ver la luz, tras los cristales.
Mirar tras la ventana, al levantarse, quizás era ya un hábito corriente. Movió al fin la cortina, y, reflexivo, tomó los libros y salió de casa. El alba bostezaba en lo lejano, y, abriendo paso al sol débil y triste, mostraba sus dorados melancólicos. Diciembre viene siempre con los hielos y la tardanza propia de la aurora, que menos tarda en julio y en agosto.
–Qué bella es la mañana cuando llega–, se dijo al caminar las viejas calles.
Notó al cerrar la puerta, ya en la calle, que no era mucho el frío de otras veces, pues suelen las heladas ser intensas en este rincón bello junto al Bierzo. Y vio, mirando al cielo, aquella mota, tan frágil en el aire, casi un copo, sujeto de la mano de la brisa. El Bierzo es un lugar donde las nieves no suelen abundar como en los montes, subiendo por el curso del Cabrera.
–Qué bella es la mañana cuando llega–, se dijo al tomar rumbo al instituto.
Quitó los guantes, siempre necesarios, camino ya del centro de enseñanza, sabiendo que los grados bajo cero no habrían de atacar con su cuchillo. Y, entonces, sorprendido, vio, en el aire, volar, como pavesa de silencio, de nuevo aquellas motas danzarinas. Y pudo comprender que, a su capricho, la nieve rompe el frío de la escarcha que suelen las heladas impasibles.
–Qué bellas son las nieves cuando vienen–, le oyeron murmurar viejos senderos. Y, haciendo su camino comúnmente, entró por fin, frotándose las manos, y a Loli saludó con su sonrisa, diciéndole que pronto nevaría. Los más madrugadores ya ocupaban su silla ante la mesa de la sala, minutos antes de empezar las clases. Y el cielo, más oscuro, de repente, dejó que las nevadas derramasen sus mantos por los campos de la villa.
–Quedamos esta tarde a ver el fútbol–, le susurró Rimada por lo bajo.
El Puente es un lugar aislado y triste, y, aquí, los profesores se aburrían, no habiendo cines, solo cuatro bares donde tomar acaso algo de vino. Y el cielo, casi negro, derramaba las sábanas de hielo por los suelo, mudando los paisajes y sus tonos. Los jóvenes alumnos modelaban esferas imperfectas con la nieve para formar extraños proyectiles.
–Quedamos en el Thais sobre las cuatro–, propuso Carlos al marcharse a casa.
Esteban, un alumno serio y tímido se vio atacado entonces por Rimada, que le lanzó una bola tras el cuello, dejando sorprendido al buen muchacho. Mas este, al no ser tonto, decidido, correspondió al ataque belicista, lanzándole otra bola en plena frente. Después de algunas risas se marcharon, que el hambre aprieta siempre los estómagos, después de tantas horas en el centro. Y no quiso cesar la nieve hermosa, formando sus tejidos por los prados.
A veces, las durezas del invierno se tornan como un beso en plena boca, dejando su regusto tan extraño, que mezcla la alegría y la tristeza. La escarcha de la helada también tiene sus ecos de belleza, tornando en cristal blanco cada hierba. Las lluvias, al rozar las cristaleras, también prometen blandas emociones que traen ternura y calma a los espíritus.
No suelen, por lo pobre de la zona, quedarse aquí a vivir los profesores. Lo usual es que se alquile en Ponferrada la casa de otras gentes que se han ido, que viven en España o en otra parte y alquilan sus viviendas entre tanto. De todos modos, en aquellos tiempos quedaron en el pueblo algunos pocos, cansados de una vida tan monótona. Por eso esta reunión era importante, y allí fueron, sin falta, a ver el fútbol, los cuatro profesores de que hablamos.
El Thais está en la zona más moderna del Puente, que es la zona con más vida. Allí toman café los profesores al tiempo del recreo, si no hay guardias, o en esas horas que, entre y clase y clase, se puede escapar uno a tomar algo.
Así, José Ramón salió de casa, llevando su paraguas en la diestra y habiendo de pisar con gran cuidado. Las nieves son, a veces, traicioneras y siempre patinar es grave riesgo, pisando las aceras o el asfalto. Y fue al llegar al Thais cuando, no lejos, halló un grupo de alumnos con sus chanzas. Gozaban del placer de ese regalo que suelen ser las nieves, un juguete que en manos de unos niños se hace magia, teniendo algo especial cuando se toca.
No estaba ya nevando para entonces y el agua de la nieve derretida formaba en el camino sus arroyos. Volvió a salir del bar y dio una vuelta, mirando aquellos montes, la apariencia de aquellas sierras altas y elevadas. Y al fin llegó Manuel, que alzó la mano:
–¿Pero es que no han venido todavía?
Y fueron hasta el Thais a tomar algo, tras ver que los demás tardaban mucho.
–Nos queda poco ya para el partido–, llegó a decir Manuel con impaciencia, sin sospechar, acaso, que su amigo jamás tuvo pasión por el deporte.
Y luego ya llegaron los dos Carlos, envueltos en abrigos y con gorra, por eso de las nieves y los vientos. Mas, dentro del local no hacía frío, pues bien ardió la estufa aquella tarde de nieves hechizadas de belleza.
–Qué bellas son las tardes cuando nieva–, pensó José Ramón, mirando fuera. Las tardes de diciembre duran poco y ya parece noche hacia las cinco, mas las farolas viejas de la calle mostraban gruesos copos en descenso.
–Qué bellas son las nieves en el aire–, se dijo, ajeno a las conversaciones de aquel partido insulso y de las voces.
Las gentes pasionales daban gritos tal vez por algún gol lanzado a puerta que no llegó a lograrse finalmente. Mas solo fue un momento de despiste, que no falta la cháchara si hay gente. Y suele la bebida alzar los ánimos, romper la timidez de los más tímidos y hacer hablar a los que son prudentes o tienen un carácter aburrido. Pues no faltaba vino y carajillos en un tiempo anterior a los recortes a los que los políticos son dados. Beber con los amigos es dichoso y en un pueblo pequeño sin más vida se vuelve un lujo casi imprescindible.
Rimada se atrevió con un partido, retando a los pupilos de aquel año, que el viejo futbolín allí aguardaba. Escéptico, Ramón, que es más distante, lo vio marchar risueño con los chicos y unirse a sus jolgorios juveniles. Manuel y el otro Carlos lo animaron, mientras José Ramón, tras los cristales, miraba aquella nieve, ya más densa. Y pronto sintió ganas de ir al baño, donde aliviar, sereno, sus tensiones: después de haber bebido algunas copas, es siempre aconsejable esta costumbre, que nada reprochable nos parece.
Y el caso es que, al salir, halló a Rimada, vencido, derrotado sobre el suelo, tras un golpe al azar, culpa de Esteban, que, si hemos de ser justos, nunca quiso mancar al profesor que enseña plástica. Pendiente de su profe, suspiraba, temiendo haber causado, sin quererlo, un daño irreparable al enseñante. Los otros apartaron a los chicos que se arremolinaban junto al hombre que, echado sobre el suelo, musitaba que le faltaba acaso un leve soplo de oxígeno llenando los pulmones. Mas pudo respirar, y, tras un rato, ya estaba alegremente con el fútbol.
Las almas argentinas son extrañas. Lo comentó Joserra muy prudente, sabiendo que Rimada es, por su origen, gallego, catalán y americano. Habló de sus parientes de Argentina, su gusto por el fútbol más violento y el vicio de ir al campo con paraguas:
–Allí el deporte es fiesta y es violencia–, aseguró risueño y con su fino carácter el genial Carlos Emilio.
Después, Carlos Abad, el otro Carlos, habló de cómo hacer un alambique y fabricar cervezas con carácter, y prometió una cata a los presentes.
–Te tomo la palabra–, le decía Manuel a Carlos, socarrón, a veces.
Y, al fin, cesó la nieve y se hizo tarde, y, al irse, caminaron las aceras, cubiertas por las capas de las nieves escasas todavía, barruntando mayores espesores y más hielo para el siguiente día, cuando, acaso, los niños de transporte no pudieran venir desde los pueblos porque el tiempo lo quiso así, feliz como los niños que juegan a los dados en la calle.
Cercanas ya las fiestas navideñas, era un primor la villa entre las sombras tomadas por el hielo blanquecino. Por eso, en vez de regresar y hacer la cena, quisieron posponer la vuelta a casa y fueron a Los Arcos, donde Carmen atiende bien a toda su clientela. Dudaron si tomar un carajillo, mas fue José Ramón quien, con ingenio, los supo convencer, al proponerles, tomar un irlandés, que más entona. Haciendo pues camino, entretuvieron la charla con alegres disparates y chistes de lo más desenfadado. Pero la nieve se hace traicionera. Por eso, tras un golpe, el buen Rimada, sufrió otro contratiempo, patinando.
Optaron por llevarlo a ver al médico, no lejos de la vieja biblioteca, que está donde el Ayuntamiento nuevo. Pasaron solamente unos minutos y vino para verlo la doctora. Por suerte no fue nada y continuaron. Y, haciéndose unas fotos en la calle, pasaron luego a la cafetería, tomaron irlandés y discutieron como es común hablar con los amigos de la niñez más tierna y más profunda, si bien eran recientes conocidos.
Después, ya tras la cena, cada copo volvió a poblar el aire, entre las sombras.

2011 © José Ramón Muñiz Álvarez
“Memorias de las tardes de nevada”
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