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Laguna de Negrillos - Leon

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España > Leon > Laguna de Negrillos
30-04-14 06:20 #12001357
Por:j vicente futuro fut

El velo que cubre los Misterios de la Biblia se ha retirado. 15ª Sección
Acompañada de innumerables Ángeles, se fue a la puerta del tabernáculo y habló con el Sumo Sacerdote que era Simeón, y por sus largos servicios en el Templo, recibió este beneficio y favor de que fuese en su presencia y en sus manos, el que ofreciese a la niña María al Señor; aunque no en todas estas ocasiones conoció el Sacerdote la dignidad de esta divina Señora. Pero Simeón, tuvo siempre grandes movimientos e impulsos de su espíritu, de que aquella Niña que ahora él tenía en sus manos ofreciéndosela al Señor, era grande a los ojos de Dios.-

Ana ofreció a Simeón, el cordero y la tórtola que llevaba, y con humildes lágrimas le pidió a Simeón, que orase por ella y por su hija, que si tenían culpa, las perdonase el Señor. No tuvo que perdonar Su Majestad donde en hija y madre era la gracia tan copiosa, pero tuvo que premiar la humildad con que siendo santísimas, se representaban como pecadoras. El Santo Sacerdote recibió la oblación y su espíritu fue inflamado y movido de un extraordinario júbilo y, sin entender otra cosa ni manifestar lo que sentía, dijo dentro de sí mismo: ¿Qué es esta novedad que siento? ¿Si por ventura estas mujeres son parientas del Mesías que ha de venir? Y quedando con esta suspensión y alegría, les mostró gran benevolencia; y la Madre Ana entró con su Hija en los brazos y la ofreció al Señor con devotísimas y tiernas lágrimas, como quien sola en el mundo conocía el tesoro que se le había dado en depósito.-

Renovó entonces Ana el voto que antes había hecho de ofrecer al templo a su primogénita, llegando a la edad que convenía; y en esta renovación fue ilustrada con nueva gracia y luz del Altísimo; y sintió en su corazón una voz del Señor que le decía: Vuelve y ofrece en este templo a tu hija María, dentro de tres años. Y fue esta voz como el eco de la Santísima Reina, que con su oración tocó el pecho de Dios para que resonase en el de su madre; porque al entrar los dos en el templo, la dulce niña, viendo con sus ojos corporales su majestad y grandeza, dedicada al culto y adoración de la Divinidad, tuvo admirables efectos en su espíritu, y quisiera postrarse en el templo y besando la tierra de él adorar al Señor. Pero lo que no pudo hacer con el efecto de las acciones exteriores, lo hizo en su interior, y adoró y bendijo a Dios con el amor más alto y reverencia más profunda que antes ni después ninguna otra pura criatura lo pudo hacer; y hablando la niña María desde su corazón con el Señor, le hizo esta oración:

Altísimo e incomprensible Dios, Rey y Señor mío, digno de toda gloria, alabanza y reverencia; yo, humilde polvo, pero hechura Vuestra, os adoro en este lugar santo y templo vuestro, y os engrandezco y glorifico por Vuestro ser y perfecciones infinitas, y doy gracias cuanto mi poquedad alcanza a Vuestra dignación, porque me habéis dado que vean mis ojos este santo templo y casa de oración, donde vuestros profetas y mis antiguos padres os alabaron y bendijeron y donde vuestra liberal misericordia obró con ellos tan grandes maravillas y sacramentos. Recibidme, Señor, para que yo pueda serviros en él cuando Vuestra Santa Voluntad así lo requiera.-

Hizo este humilde ofrecimiento como esclava del Señor la que era la Reina y Señora de todo el Universo; y en testimonio de que el Altísimo la aceptaba, vino del cielo una clarísima luz que sensiblemente bañó a la niña y a la madre, llenándolas de nuevos resplandores de gracia. Y volvió a entender Ana que al tercer año presentase a su hija María en el templo; porque el agrado que el Altísimo había de recibir de aquella ofrenda no consentía más largos plazos, ni tampoco el afecto con que la niña divina lo deseaba. Los Ángeles de la guarda, y otros innumerables que asistieron a este acto, cantaron dulcísimas alabanzas al autor de las maravillas; pero de todas las, que allí sucedieron, no tuvieron noticia de ellas, la hija y su madre Ana, que interiormente y
exteriormente sintieron lo que era espiritual o sensible respectivamente; sólo Simeón reconoció y vio algo de la luz sensible que se depositaba en María y Ana. Y con esto, volvió de retorno hacia su casa Ana, enriquecida con su tesoro y nuevos dones del Altísimo Dios.
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María era tratada como las demás niñas y niños de su edad. Su comida la común, aunque la cantidad muy poca, y lo mismo era del sueño, aunque la aplicaban para que durmiese; pero no era molesta, ni jamás lloró con el enojo de otros niños, mas María, era en extremo agradable y apacible; y disimulaba mucho con sollozar muchas veces, aunque como Reina y Señora del Cielo, que en aquella edad se permitía.-

María, aunque niña y bebé que era, ya tenía el entendimiento desarrollado y continuamente pedía por los pecados del mundo y por alcanzar el remedio de ellos y la venida del Redentor de los hombres. De ordinario tenía, aun en aquella infancia, el semblante alegre, pero severo y con peregrina majestad, sin admitir jamás acción impura, aunque tal vez admitía algunas caricias; pero las que no eran de su madre, y por eso menos medidas, las moderaba en lo imperfecto con especial virtud y la severidad que mostraba. Su prudente madre Ana trataba a la niña con incomparable cuidado, regalo y caricia; y también su padre Joaquín la amaba como padre, aunque entonces Joaquín, ignoraba el misterio, y la niña se mostraba con su padre más amorosa, como quien le conocía por padre y tan amado de Dios. Y aunque admitía de él más caricias que de otros, pero en el padre y en los demás puso Dios desde luego tan extraordinaria reverencia y pudor para la que había elegido por Madre, que aun el candido afecto y amor de su padre era siempre muy templado y medido en las demostraciones sensibles.-

María aunque tenía ya entendimiento siendo bebé y niña, guardo silencio forzoso en los años primeros, respecto a los otros niños, siendo estos torpes y balbucientes, porque no saben ni pueden hablar, esto fue virtud heroica en nuestra niña Reina; porque, si las palabras son parto del entendimiento y como índices del discurso y lo tuvo Su Alteza perfectísimo desde su concepción. María no dejó habló desde que nació porque no pudiera, sino porque no quería. Y aunque a los otros niños les faltan las fuerzas naturales para abrir la boca, mover la tierna lengua y pronunciar las palabras, María bebé y niña, no tubo este defecto; y porque en la naturaleza estaba más robusta, porque al imperio y dominio que tenía sobre todas las cosas obedecieran sus potencias propias, si ella lo mandara. Pero el no hablar fue virtud y perfección grande, ocultando debidamente esta ciencia y esta gracia, que Dios le concedía, excusando la admiración de ver hablar a una recién nacida. Porque muchos se harían preguntas, no siendo el tiempo llegado para responderlas.-

Orden fue del Altísimo que María guardase este silencio por el tiempo que ordinariamente corresponde con los otros niños que no pueden hablar. Sólo con los Ángeles de su guarda se dispensó en esta ley, o cuando vocalmente oraba al Señor a solas; que para hablar con el mismo Dios, autor de aquel beneficio, y con los Ángeles legados suyos, cuando corporalmente trataban a la niña, no intervenía la misma razón de callar que con los hombres, antes convenía que orase con la boca, pues no tenía impedimento en aquella potencia y sin él no había de estar ociosa tanto tiempo. Pero su madre Ana nunca la oyó, ni conoció que podía hablar en aquella edad de bebé y de niña; y con esto se entiende mejor cómo fue virtud el no hacerlo en aquel año y medio de su primera infancia. Mas en este tiempo, cuando a su madre le pareció oportuno, soltó las manos y los brazos a la niña María, y ella cogió luego con las suyas las de sus padres y se las besó con gran sumisión y humildad reverencial; y en esta costumbre perseveró María, mientras vivieron sus padres Joaquín y Ana. Y con algunas demostraciones daba señal en aquella edad para que la bendijesen, hablándoles más al corazón para que lo hicieran que quererlo pedir con la boca. Tanta fue la reverencia en que los tenía a sus padres, que jamás faltó un punto en ella, ni en obedecerlos; ni les dio molestia ni pena alguna, porque conocía sus pensamientos y prevenía la obediencia.-
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Cumplido el tiempo del silencio de la niña María, este se rompió y se oye en la tierra la voz de aquella tórtola que fue embajadora fidelísima del verano de la gracia. Pero antes de tener licencia del Señor para comenzar a hablar con los hombres, que fue a los dieciocho meses de su tierna infancia, tuvo una intelectual visión de la Divinidad, y en esta Divina visión entre la niña y el supremo Señor un dulcísimo coloquio, en el cual, la Reina y Señora del Cielo le dijo a su Majestad: Altísimo Señor y Dios incomprensible, ¿cómo a la más inútil y pobre criatura favorecéis tanto? ¿Cómo a vuestra esclava, insuficiente para el retorno, inclináis vuestra grandeza con tan amable dignación? ¿El Altísimo mira a la sierva? ¿El Poderoso enriquece a la pobre? ¿El Santo de los Santos se inclina al polvo? Yo, Señor, soy párvula entre todas las criaturas, soy la que menos merece vuestros favores, ¿qué haré en vuestra Divina presencia? ¿Con qué daré la retribución de lo que os debo? ¿Qué tengo yo, Señor, que no sea vuestro si vos me dais el ser, la vida y movimiento? Pero yo me gozo, amado mío, de que vos tengáis todo lo bueno, y que nada tenga la criatura fuera de vos mismo, y que sea condición y gloria vuestra levantar al que es menos, favorecer al más inútil y dar ser a quien no lo tiene, para que así sea vuestra magnificencia más conocida y engrandecida.-

El Señor respondió a María y la dijo: Paloma y querida mía, en mis ojos hallaste gracia; suave eres, amiga y electa mía, en mis delicias, te quiero manifestar lo que en ti será de mi mayor agrado y beneplácito. Yo soy Dios de misericordias, y con inmenso amor amo a los mortales, y entre tantos que con sus culpas me han desobligado, tengo algunos justos y amigos que de corazón me han servido y sirven. He determinado remediarlos, enviándoles a mi Unigénito para que no carezcan más de mi gloria, ni yo de su alabanza eterna.-

A esta proposición respondió la niña María: Altísimo Señor y Rey poderoso, vuestras son las criaturas y vuestra es la potencia; sólo vos sois el Santo y el Supremo Gobernador de todo lo creado; obligaos, Señor, de vuestra misma bondad para acelerar el paso de vuestro Unigénito en la Redención de los hijos de Adán; llegue ya el deseado día de mis antiguos padres y vean los mortales vuestra salud eterna. ¿Por qué, amado Dueño mío, pues sois piadoso Padre de las misericordias, dilatáis tanto la que tanto esperan vuestros hijos cautivos y afligidos? Si puede mi vida ser de algún servicio, yo os la ofrezco pronta para ponerla por ellos.-

El Altísimo le dice a María: Desde ahora, todos los días me pedirás la aceleración de la Encarnación del Verbo Eterno y el remedio para todo el linaje humano, y llora por los pecados de los hombres, que impiden su misma salud y reparación. Ejercita todos los sentidos, y comienza a hablar con las criaturas humanas.-

Y para cumplir con esta obediencia, dijo la niña a Su Majestad: Altísimo Señor de majestad incomprensible, ¿cómo se atreverá el polvo a tratar misterios tan escondidos y soberanos, y en vuestro pecho de tan estimable precio, la que es menor entre los nacidos? ¿Cómo os obligará por ellos y qué puede alcanzar la criatura que en nada os ha servido? Pero vos, amado mío, os daréis por obligado de la misma necesidad, y la enferma buscará la salud, la sedienta deseará las fuentes de vuestra misericordia y obedecerá a vuestra Divina voluntad. Y si ordenáis. Señor mío, que yo desate mis labios para tratar y hablar con otros fuera de vos mismo, que sois todo mi bien y mi deseo, atended, os suplico, a mi fragilidad y peligro; muy dificultoso es para la criatura racional no exceder en las palabras; yo callaría por esto toda la vida, si fuera de vuestro beneplácito, por no aventurar el perderos; que si lo hiciese, imposible sería vivir un solo momento.-
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Esta fue la respuesta de la niña María, temerosa del nuevo y peligroso ministerio de hablar de lo que la mandaban siendo aún niña.-

No era muy rica la casa de Joaquín, pero tampoco era pobre; y conforme al honrado porte de su familia, deseaba Ana vestir a su hija con el vestido mejor que pudiese, dentro de los términos de la honestidad y modestia. La niña comenzando a hablar, pidió con humildad a su madre no la pusiese vestido costoso ni de alguna gala, antes fuese grosero, pobre y traído por otros, si fuese posible, y de color pardo de ceniza. La madre, que a su misma hija miraba y respetaba como a Señora, la respondió: Hija mía, yo haré lo que me pedís en la forma y color de vuestro vestido; pero vuestras fuerzas de niña no le podrán sufrir tan grosero como vos le deseáis y en esto me obedeceréis a mí.-

No replicó la niña obediente a la voluntad de su madre Ana, porque jamás lo hacía; y se dejó vestir de lo que ella la dio, aunque fue en el color y forma como lo pedía María, y así quedó la niña María obediente a su madre y pobre en su afecto, juzgándose por indigna de lo que usaba para defender la vida natural. Y en esta obediencia de sus padres fue excelentísima y prontísima los tres años que vivió en su compañía; porque con la Divina ciencia, que conocía en sus interiores, estaba prevenida para obedecer al punto. Y para lo que ella hacía por sí misma pedía la bendición y licencia a su madre, besándole la mano con grande humillación y reverencia; pero aunque la prudente madre lo consentía en lo exterior, con el interior de su corazón, reverenciaba la gracia y dignidad de su hija María.-

María cumplidos los dos años de edad, comenzó a sentir mucho afecto y caridad hacia los pobres. Pedía a su madre Ana limosna para ellos; y la piadosa madre satisfacía juntamente al pobre y a su Hija, y la exhortaba a que los amase y reverenciase a la que era maestra de caridad y perfección. Y a más de lo que recibía para distribuir a los pobres, reservaba alguna parte de su comida para darles algo de comer. Daba al pobre la limosna, no como quien la hacía en beneficio de gracia, sino como quien pagaba de justicia la deuda; y decía en su corazón: A este hermano y señor mío se le debe y no lo tiene y yo lo tengo sin merecerlo; y entregando la limosna, María besaba la mano del pobre, y si María estaba a solas con este pobre, también le besaba los pies, y si no podía hacerlo besaba el suelo donde había pisado. Pero jamás dio limosna a pobre, que no se la hiciese mayor a su alma, pidiendo por ella; y así volvían remediados de alma y cuerpo de su divina presencia.-

No fue menos admirable la humildad y obediencia de la santísima niña en dejarse enseñar para leer y otras cosas, como es natural en aquella tierna edad. Lo hicieron así sus santos padres, enseñándola a leer y a hacer otras cosas; y todo lo admitía y dependía la que estaba llena de ciencia infusa de todas las materias creadas, y callaba y oía a todos; con admiración de los Ángeles, que a esta niña miraban con tan peregrina prudencia. Su madre Ana, según el amor y luz que tenía, estaba atenta a la divina Princesa, y en sus acciones bendecía al Altísimo; pero como se iba acercando el tiempo de llevarla al Templo, Ana vivía con amor y Con el sobresalto de ver cumplido el plazo de los tres años señalado por el Todopoderoso, lo ejecutaría luego para que cumpliese con su voto. Para esto comenzó la niña María a prevenir y disponer a su madre, manifestándole seis meses antes el deseo que tenía de verse ya en el Templo; y le representaba los beneficios que de la mano del Señor habían recibido, y cuán debido era hacer su mayor beneplácito, y que en el Templo, estando dedicada a Dios, la tendría más por suya que en su casa propia.-
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Oía la madre Ana las razones prudentes de su niña María y, aunque estaba rendida a la Divina voluntad y quería cumplir la promesa de ofrecerle su amada Hija a Dios, la fuerza del amor natural de tan única y cara prenda, junto con saber el tesoro inestimable que tenía en ella, pugnaban en su fidelísimo corazón con el dolor de la ausencia que ya la amenazaba tan de cerca; y sin duda rindiera la vida a tan viva y dura pena, si la mano poderosa del Altísimo no la confortara; porque la gracia y dignidad, que solo ella conocía, de su divina hija le había robado el corazón y su presencia y trato le eran más deseables que la misma vida. Con este dolor respondía tal vez a la niña: Hija mía querida, muchos años os he deseado y pocos merezco gozar de vuestra compañía, porque se haga la voluntad de Dios; pero, aunque no resisto a la promesa de llevaros al Templo, tiempo me queda para cumplirlo; tened paciencia mientras llega el día en que se cumplan vuestros deseos.-

Pocos días antes que cumpliese María los tres años, María tuvo una visión de la Divinidad abstractivamente, en que le fue manifestada la llegaba del tiempo en que Su Majestad ordenaba llevarla a su Templo, donde viviese dedicada y consagrada a su servicio. Con esta nueva se llenó su purísimo espíritu de nuevo gozo y agradecimiento, y hablando con el Señor le dio gracias y dijo: Altísimo Dios de Abrahán, Isaac y Jacob, eterno y sumo bien mío, pues yo no puedo alabaros dignamente, háganlo en nombre de esta humilde esclava todos los Espíritus Angélicos, porque vos, Señor inmenso, que de nadie tenéis necesidad, miráis a este vil gusanillo con la grandeza de vuestra liberal misericordia. ¿De dónde a mí tal beneficio, que me recibáis en vuestra casa y servicio, si no merezco el más despreciado lugar de la tierra que me sustenta? Pero si de vuestra misma grandeza os dais por obligado, yo os suplico, Señor mío, pongáis el cumplimiento de esta vuestra santa voluntad en el corazón de mis padres para que así lo ejecuten.-

Luego tuvo Ana otra visión: En que la mandó el Señor cumpliese la promesa llevando al templo a su hija, para presentarla a Su Majestad el mismo día que cumpliese los tres años. Y no hay duda que fue este mandato de mayor dolor para la madre que el de Abrahán en sacrificar a su hijo Isaac; pero el mismo Señor la consoló y confortó, prometiéndola su gracia y asistencia en la soledad de quitarle a su amada hija.-

Ana, se mostró rendida y pronta para cumplir lo que el Altísimo Señor la mandaba, y obediente hizo esta oración: Señor y Dios eterno, dueño de todo mi ser, ofrecida tengo a vuestro templo y servicio a mi hija, que vos con misericordia inefable me habéis dado; vuestra es, yo os la doy con agradecimiento y de gracias por el tiempo que la he tenido y por haberla concebido y criado; pero acordaos, Dios y Señor, que con la guarda de vuestro inestimable tesoro estaba rica; tenía compañía en este destierro y valle de lágrimas, alegría en mi tristeza, alivio en mis trabajos, espejo en quien regular mi vida y un ejemplar de encumbrada perfección que estimulaba mi tibieza, fervorizaba mi afecto; y por esta sola criatura esperaba vuestra gracia y misericordia, y todo temo me falte en breve tiempo y hallándome sin ella, curad Señor, la herida de mi corazón y no hagáis conmigo según lo que merezco.-
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