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Laguna de Negrillos - Leon

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14-03-13 13:40 #11146779
Por:j vicente futuro fut

Laguna de Negrillos y San Sebastian de Garabandal.--3/10ª.-
La Virgen del Carmen de San Sebastian de Garabandal.

3º Capitulo. 2º Parte del testimonio personal de una madre.-

El Sábado Santo no fue un día mejor. A pesar de la cordialidad que me prodigaban los Santa María, el P. Corta, don Valentín, el brigada de la Guardia Civil, y hasta las madres de las niñas, todo en el pueblo me estaba resultando hostil. Era indudable que toda aquella amabilidad se debía a la piedad y el recelo que sin duda despertaba el aislamiento a que la Virgen me había condenado. Mas para mí era lo de menos lo que pudiera pensar la gente; lo que más me dolía era percibir aquel desaire constante que venía de arriba.

Al fin, empecé a tener el presentimiento de que todo lo que me estaba ocurriendo pudiera guardar alguna relación con el sentido de los días en que nos encontrábamos. ¿Podía ceñirse todo lo mío a su significado litúrgico?. Casi no me atrevía a pensarlo; se me antojaba demasiado sutil. Pero lo cierto es que, a partir de aquel presentimiento, se me fue quitando el miedo. Lo acepté todo y me sometí a la voluntad de Dios.

Por la noche, cené temprano en la cantina, sola. Después, el brigada de la Guardia Civil me llevó a casa de Conchita. Su madre me recibió amablemente, y me ofreció un lugar junto a su hija. El calor de la llamarada era molesto, y mi malestar físico iba aumentando; sin embargo, mi bienestar moral crecía a medida que pasaban las horas.

Hablamos de infinidad de cosas. Lo más chocante de estas niñas es su naturalidad en el fluir de la vida corriente. Aceptan lo sobrenatural con una sencillez rayana en lo inverosímil: les parece que "ver a la Virgen" está al alcance de cualquiera y que lo que les ocurre a ellas es normal.

Lo que de verdad les preocupa es comprobar la credulidad de la gente.

Infinidad de veces hacen esta pregunta: ¿Usted cree?. ¿Cree de verdad que veo a la Virgen?. Probablemente opinan que de esa credulidad depende el que la Virgen haga el milagro grande que vienen anunciando desde el principio. Al margen de eso, en todo momento dan muestras de una gran seguridad en lo que se refiere a puntos teológicos.

Pese a su evidente ignorancia, sorprende la clarividencia con que lanzan sus comentarios.

Cuando Conchita cayó en éxtasis, yo me hallaba fuera de la cocina y por eso no pude apreciar exactamente cómo ocurrió. Sin embargo, en cuanto salió a la calle pude observar bien lo que le ocurrió al señor Mándale, recién llegado a Garabandal. Aunque creyente, él no admitía las apariciones; de pronto vi cómo Conchita se desviaba de su camino y venía derecha hacia nosotros, el señor Mándale estaba a mi lado, para ofrecerle a él su crucifijo.

Dicho señor, acaso avergonzado, o acaso para probarla, lo rehuía; Conchita, siempre con la cabeza como colgada hacia atrás, hasta resultar imposible ver lo que tenía delante, le seguía tenaz con su cruz, hasta que consiguió que la besara. Volviéndose entonces hacia mí, el señor Mándale me confesó emocionado que acababa de pedir a la Virgen, que si aquello era cierto, Conchita le buscara para hacerle besar el crucifijo.

Si mal no recuerdo, tampoco aquella noche me lo dieron a besar a mí.

Conchita se unió luego a las otras tres niñas, que andaban también en éxtasis por el pueblo. Cogidas del brazo las cuatro, y con paso ligero, según costumbre, recorrieron las calles, seguidas de la multitud con linternas.

Recordaba yo que otras apariciones, Lourdes y Fátima, habían sido muy locales y quietas, y me parecía como si la "acción" o "movimiento" de las que entonces presenciaba, tuvieran algo que ver con las características de nuestra actualidad. Era como si la Virgen, quisiera adaptar su misericordia a la "inquietud" de los nuevos necesitados.

Hubieran resultado un poco extraños, en nuestra época, éxtasis como los de Fátima o Lourdes; la gente necesita otra tónica, otro estilo.

Y el que reflejaban aquellas niñas de Garabandal se adaptaba bien a nuestra maneras.

Las apariciones se volvían, en ellas, asequibles; todos podían, guardando distancias, participar; todos, si se empeñaban, eran capaces de tomar parte, aunque indirectamente, en los diálogos que las videntes sostenían con la aparición. Desde el primer momento la Virgen había dado muestras de "querer acercarse" a los espectadores: permitía que se le hicieran preguntas, respondía a ruegos, aceptaba cosas para besar.

Producía, ciertamente, la impresión de querer superar distancias o barreras.

Yo, sin embargo, me encontraba en aquellos momentos tan aplastada por el ostensible "desprecio" que la aparición me ofrecía, que sin meditar en la indudable generosidad que demostraba a tantos otros, me propuse firmemente no volver a hacer más preguntas ni esperar la menor señal a través de aquellas niñas.

Durante la Vigilia Pascual, las mujeres del pueblo, siguiendo una antigua costumbre, iniciaron un rosario cantado por las Calles.

A pesar de mi cansancio, me vi impelida a seguirlas. La devoción que allí se respiraba, era realmente impresionante.

¡No recuerdo haber vivido una Pascua más fervorosa que aquella!.

La noche se me iba haciendo más clara, a medida que adelantaba nuestro rosario. Los tejados brillaban en la oscuridad casi tanto como la luna y las estrellas. Debíamos de ir por el tercer misterio, cuando ocurrió lo inesperado. Alguien me dio un golpecito en la espalda. Al volverme, me encontré con Rosario Santa María, que iba del brazo de Mari Loli; me dijo en tono confidencial:

Dice Mari Loli que tiene un encargo para ti.

De momento quedé desconcertada, sin ocurrírseme de qué podía tratarse. Había tenido ya muchas decepciones y no esperaba nada. Pero Rosario Santa María añadió:

-- Se trata de algo que la Virgen le dijo ayer sábado, pero con encargo de que lo tuviera callado hasta después de la una de la noche.

Mari Loli, algo avergonzada, iba repitiendo: Luego, luego se lo diré.

Yo, aturdida e intrigada, no sabía qué partido tomar. Pero Rosario, que había vivido de cerca mis malos ratos, intervino:

-- Nada de luego; se lo vas a decir ahora mismo, no puedes tener más tiempo a esta señora con semejante inquietud.

Entonces Mari Loli y yo nos apartamos algo de la comitiva; yo me incliné hacia ella, y ella, al oído, pero con voz clarísima, me dio el mensaje:

-- Dice la Virgen que su hijo está en el Cielo.

Lo que vino después, yo no sería capaz de describirlo. Todo, absolutamente todo, iba quedando absorbido por aquella declaración maravillosa. Sólo recuerdo con precisión que abracé a Mari Loli como si estuviera abrazando a Miguel.

Después me vi en brazos de Rosario; ella también lloraba, y me decía tantas cosas, que yo no podía entenderla.

Se arremolinó gente en mi derredor, y como en una mezcla confusa, yo veía a don Valentín, al P. Corta, a Eduardo Santa María, al brigada de la Guardia Civil. Todos me miraban, entre asustados y emocionados.

Llegó también la madre de Conchita, alarmada por aquel pequeño barullo, y deseosa de ayudar, exclamó:

-- Díganle a esa señora, que si llora porque no le han dado a besar la cruz, que no se preocupe, que tampoco a mí me la han dado a besar en toda la noche.

El resto del rosario fue como un subir al cielo. Recuerdo que le entregué mi bastón a Rosario Santa María y me así del brazo de Mari Loli; jamás en la vida me había sentido tan ligera ni tan segura.

Llorando aún, continuamos el recorrido del rosario, calle adelante, camino de la madrugada. Creo que yo rezaba más con los ojos que con los labios, pues Mari Loli iba repitiéndome:

-- No llore, no llore; pero me era imposible hacerle caso.
¡Había tanto por qué llorar!. Ya no precisaba linterna, ya ni siquiera miraba al suelo; del brazo de Mari Loli y llena de fe en la Virgen, anduve el resto del tiempo mirando sólo hacia arriba; ¡nunca he visto el cielo tan estrellado y tan diáfano!. Cada estrella era una sonrisa.

Hacia las tres de la mañana, entrábamos en la taberna del padre de Loli, Ceferino, comentando las cosas ocurridas aquella noche memorable.

Yo, aturdida aún por lo que me había sucedido, vi que Rosario cuchicheaba con Loli. Poco después vino a mí:

-- Dice Mari Loli, que el mensaje que te ha dado es incompleto; pero como te has puesto a llorar tan pronto, no ha podido continuar diciéndotelo.

Entonces la niña me confió lo que faltaba, y con aquello me dejo aún más perpleja.

-- Me ha dicho también que su hijo es muy feliz, felicísimo, y que está con usted todos los días. Yo ya sabía que su hijo estaba en el cielo; lo sabía desde ayer, en que me lo dijo la Virgen. Pero lo tenía callado porque Ella me dijo: No se lo digas a esa señora hasta mañana, después de la misa de Pascua.

A partir de aquel momento, todo cambió respecto a mí. Bastó que la niña cayera nuevamente en éxtasis, para demostrarme que aquel "juego de silencio" de los días anteriores estaba concluido. Inmediatamente vino a mí y aplicó el crucifijo a mis labios, una, dos, tres veces; luego, haciendo con él la señal de la cruz en mi frente, en mis labios y en mi pecho, volvió a darlo a besar la Virgen y, como para sellar definitivamente todo cuanto acababa de confiarme, de nuevo me lo ofreció a mí. Después, sin darlo a besar a nadie más, salió a la calle.

Ya fuera de casa, Ceferino, el padre de la niña, me hizo señas para que me acercara. "Está hablando de usted con la Virgen", me dijo.

Efectivamente, así era:

-- Yo ya le decía que no llorase, que tenía que estar contenta, pero no me hacia caso. ¿Y si vuelve a llorar cuando se lo cuente?.

Tan pronto como hubo acabado el éxtasis, Mari Loli vino hacia mí y me comunicó por lo bajo que tenía otro mensaje.

Esperó a que nos quedáramos solas, y en seguida me dijo:

-- Cuando yo estaba hablando con la Virgen, vi que se sonreía mucho, y que miraba hacia arriba; al preguntarle yo por qué se sonreía tanto, me ha contestado que al mismo tiempo que Ella me hablaba, "el" estaba viéndola a usted y que su alegría era muy grande.

-¿A quién te refieres, Mari Loli?, ¿A mi, ... él... ?.
No llegué a pronunciar abiertamente su nombre, pero ella me atajó:

-- ¡Eso!, Miguel. Me ha dicho la Virgen: "Dile sobre todo a esa señora que mientras hablo ahora contigo, Miguel la está viendo a ella, y que es felicísimo, que está muy contento, muy contento.

-- ¡Dime, Mari Loli!. ¿Cómo sabes tú que él se llama Miguel?.

-- Porque yo he preguntado a la Virgen: ¿Quién es Miguel? y Ella me ha contestado: "El hijo de esa señora."

Cuando todo se acabó en aquella madrugada, mi regreso a la casa donde tenía hospedaje fue como andar sobre una nube. El pueblo se azuleaba ya bajo el cielo todavía estrellado. El sol aguardaba detrás del monte.

Mercedes Salisachs, esta madre que perdió a su hijo en un accidente, escribió este testimonio para toda la humanidad. 2/2, Fin del testimonio.-
3/10.-
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Laguna de Negrillos, 14 de Marzo del año 2.013.-
Recopilador: José-Vicente.-
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