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Curillas - Leon

Poblacion:
España > Leon > Curillas (Valderrey)
30-05-09 12:55 #2367216
Por:No Registrado
RELATO_23.
Antes de continuar con la siega y los trabajos que realizábamos en el campo, quiero recordar a “Pedrin”, el ciego, que apareció muerto en la casa donde dormía. Con él se fue el músico que alegraba las tardes del domingo a los enamorados y a toda la juventud del pueblo que bailaba al son de la flauta y el tambor que él tan bien tocaba. No sólo con su desaparición se calló la flauta y el tambor, si no que también quedo sordo todo el campo y todos los campesinos que oían el “repique” de las campanas de la iglesia que diariamente él hacia sonar a la hora del ángelus, es decir, cuando eran las doce de la mañana. Ya todos sabemos que cuando la naturaleza a alguien le priva de algún sentido le desarrolla los demás. En el caso de “Pedrin”los sentidos del oído, de la orientación y de los conocimientos en general, la madre naturaleza le dotó de una habilidad pasmosa. Tenía un oído que, a cien metros o más, podía reconocer a la persona que iba frente a él por el ruido de las pisadas. Su sentido de la orientación era absoluto y podía recorrer todo el pueblo y todo el campo igual que cualquier otra persona que tuviera los cinco sentidos en plena forma física…
Con la perdida de “Pedrin” todos perdimos “el reloj”. Perdimos la hora y tuvimos que buscar otra referencia para ubicarnos en la hora que realmente estábamos viviendo. Decir que nadie, absolutamente nadie, tenia el reloj que hoy todos llevamos en la muñeca como algo normal y natural. Por lo tanto no se tenía ni el mecanismo ni los medios oportunos para averiguar con exactitud la hora del día que se estaba viviendo. Esto, en buena parte, se solucionó tomando como referencia el tren que pasaba por la estación de Valderrey a eso de una (13 h). Pero, evidentemente, esto tenía sus inconvenientes que también, en parte, se solucionaron de forma satisfactoria. Resulta que la estación de Valderrey desde muchos sitios del pueblo se ve bien, pero desde otros muchos sitios no se ve, ni bien ni mal, no se ve. Cuando se ve no había problema ya que se veía el tren y el humo y cuando no se veía se estaba alerta con el oído para oír el chaca-chaca del tren. Pero, claro, con lo bien que funcionaba entonces la R.E.N.F.E. , el tren de la una, a veces, pasaba a la una y media -otras veces- a las dos y cuarto y otras veces ni pasaba, con lo que estábamos sin reloj y sin saber exactamente la hora que era. Claro que, puestos a no saber, ¿qué falta nos hacia saber que hora era?. Total… ¿que más nos daba el conocimiento de la hora si desconocíamos lo que era una hora y, además, para nosotros el tiempo no existía...?
No sabíamos la hora, ni lo que ocurría en el mundo en esa hora, ni lo que había ocurrido en la hora anterior ni lo que iba a ocurrir en la hora siguiente. ¿Y qué?. ¿Qué más nos daba si con esto teníamos motivo suficiente para que todos, al menos todos, fuéramos totalmente felices inmersos en la infelicidad más absoluta, en la miseria más cruel que vivíamos bajo un sol radiante lleno de luz y esplendor?.
Si lo pensamos fríamente y si analizamos un poco el tema, tendríamos la explicación de las apariciones “marianas”. No es de extrañar que, en pleno campo, bajo un sol abrasador, con una quietud absoluta, con un aire totalmente en paro, que uno viera en el horizonte Palacios de Reyes y Princesas, en la lontananza oasis y camellos y -en el rastrojo- al lado de ti manadas de búfalos negros o vírgenes limpias e inmaculadamente blancas…
Nosotros no teníamos “estrés” ni “escuatro” ni nada que se le pareciera. El “estrés” es típico de cuerpos holgados y atiborrados de todo menos de necesidades y trabajo puro y duro. El “estrés” es una enfermedad nueva que se ha desarrollado paralelamente al bienestar, a la celulitis y a la obesidad…
Queda claro, pues, que nosotros no teníamos esos sufrimientos ni esas enfermedades modernas. Nosotros teníamos otras perentorias necesidades como era la de recoger la cosecha del centeno y del trigo cuanto antes mucho mejor. Pero -a veces- teníamos la necesidad, la acuciante necesidad, al menos, de encontrar una sombra en la que pudiéramos cobijarlos del sol que abrasaba la cabeza hasta casi derretir el cerebro pese al sombrero de paja que lo protegía…
Cuando se acababa de cosechar la parte del “castrión”, pasábamos a “tras de monte”, donde tampoco había árboles que pudieran dar sombra. A veces íbamos a un pinar de Matanza y bajo la sombra de los pinos, acompañados de miles de hormigas rojas, comíamos siguiendo el procedimiento ya descrito. Otras veces nos acercábamos al campo de Santiagomillas y nos cobijábamos bajo la sombra de dos “paleras” (sauces) que había al lado de la fuente de “fina ferrada”. Daba gusto este sitio porque allí, al lado de la fuente, bajo aquellas “paleras”se estaba la mar de fresquito y, además, siempre se estaba en compañía de alguna otra cuadrilla que hacían lo propio… Recuerdo especialmente este sitio porque allí, en una ocasión, nos reunimos a comer el Ti Adolfo, su esposa la Ti Visitación y su hija Ludivina, que segaban en “los mosquitos”. También estaban Saturnino y su mujer Adelina que segaban al lado del campo de Santagomillas donde llamaban “el poste”. El Ti Defino, su mujer la Ti Concepción y alguno de sus hijos que segaban al lado del llamado “teso negro”… Estábamos allí, bajo los dos sauces y al lado de la fuente, un montón de gente, de caballos y de burros que bebían en las “pozas” y pacían en la pradera. El comer en este lugar era un autentico lujo. No sólo teníamos una excelente sombra, si no que también teníamos allí mismo una fuente con agua fresca que el cuerpo agradecía…además, el mantel era de hierva y la “cama” de la siesta también con lo que todo salía a pedir de boca. Parecía que estábamos de romería, pero sólo era un parecer… realmente lo que hacíamos era comer y descansar un rato para luego volver a salir al “resisterio” aguantar los rayos del sol que con justicia (o sin ella) nos achicharraba a todos…
Era bastante normal que, en el trasiego de un minifundio a otro (una finca a otra), te encontraras con alguna cuadrilla (alguna familia) que pasaban de un lado a otro para segar otra finca que había al lado o un poco más allá. En estos casos la parada era casi obligatoria para comentar las incidencias que se habían producido en los días de siega. El camino, la senda o el sendero, era un hervidero de “salta-montes” que saltaban de un lado a otro en autenticas bandadas. En este caso, recuerdo, que me llamaban muchísimo la atención los caminos de las hormigas negras que se afanaban en llegar con la carga a su madriguera. Cuando observaba alguna que portaba una carga mucho mayor que ella, yo la cogía y la ponía en la boca de su agujero… pero no entraba donde realmente debería de entrar y a mi eso me disgustaba muchísimo. No entendía el por qué se volvía hacia atrás como queriendo recorrer ella el camino sin que nadie le ayudara. Hoy sigo sin entenderlo aunque, supongo, que habrá alguna explicación. De todas las maneras, es interesantísimo ver el trabajo que desarrollan estos seres. Es alucinante observarles y ver como trabajan y es maravilloso contemplarlos detenidamente. Creo, sinceramente, que hay que ser muy amante de la naturaleza para “amar” a todos los seres que habitan la tierra y pensar que todos formamos parte de ella y del ciclo vital que nos mueve. Claro que, por un lado, no conviene pararse mucho a pensar en ésto porque entonces caeríamos en la tentación de pensar que el animal que le sobra a la Tierra es, precisamente, el hombre y su afán destructivo.
Las “cuadrillas”, al transitar por el campo, guardaban todos un código sin que ninguna de ellas los estableciera y sin que nadie lo hubiera impuesto. Parecía que todos tenia presente el “Código de la Circulación” que nadie, absolutamente nadie, lo sabia ni tenía conocimiento de su existencia. Sin embargo, todos formaban igual. El hombre iba el primero con la guadaña en un hombro puesta de tal manera que la punta de la guadaña siempre apuntaba hacia el cielo. Sobre el otro hombro, atados con una cuerda, llevaba el martillo de picar y la bigornia, en la mano llevaba la barrila con agua y en el cinto el “gachapo” con agua y la piedra de afilar. Seguidamente iba el caballo, o el burro, con alguien encima que sujetaba el “rastro” que iba atravesado con el mango hacia arriba. Y, por último, la mujer que llevaba el cesto con la merienda y las hoces, y, a veces, un pequeño botijo de cerámica que tenía el agua fresquita… (Decir fresquita es decir que iba a diez o doce grados).
Antes de abandonar la zona del pueblo que nos ocupa, quiero hacer mención a las fuentes (pequeños manantiales) que había por estos lugares y donde llenábamos la barrila y el botijo de agua. Tirando más hacia Astorga y tomando como referencia el valle del “piélago” y de la “veiga” había una fuente que se llamaba la fuente de las “encañalices”. Mas abajo y casi al mismo nivel estaba la fuente de la “fontanicas” pasando justo “la jujilla” y más abajo estaba la fuente de “valdefrin”. En el mismo valle de la “veiga” había un pozo al que se podía bajar “engarriando” por las paredes hasta llegar al agua. Pasando a la parte de tras de monte, sólo existía una fuente que llevaba ese mismo nombre. Al otro lado del valle mencionado, existían la fuente de Monfrontinos y la fuente de “pedregales” que, precisamente, se hallaba en una finca que fue propiedad de mi padre. En el valle donde se halla ubicado el pueblo, empezando por arriba, estaban la fuente del “chancon”, a la derecha bajando hacia el pueblo estaba la fuente “del palirino”, más abajo y más a la derecha se hallaba la fuente “del paleiro”, y ya prácticamente en el pueblo estaban la fuente de “la riguerada”, la fuente de “llamas”, el pozo del “soto”y la fuente de “penillas”. A algunas de estas fuentes acudían a beber los animales y las aves silvestres que era frecuente ver por el campo. Me refiero a perdices, codornices, conejos, zorros, jilgueros, etc, etc. La última vez que visité a estas fuentes, excepto la de “fina ferrada” y la de “pedregales”, me lleve una gran desilusión ya que me encontré con que todas estaban totalmente secas… pensé en los animales y en las aves que no tenían donde beber y, por lo tanto, su subsistencia peligraba y su desaparición era inminente… Sentí pena y dolor porque toda la vida que había antes en el campo ya no existía… supongo que será normal, pero no lo entiendo.
Hacia el otro lado del pueblo había más fuentes que recordare en los próximos relatos.
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