Calzadilla de Los Hermanillos - Leon

Nada me gustaba más que ver a Juventino acercarse a la fuente con la carabina en la mano, con la inconsciente intención de acabar con todos los pardales que se le pusieran a tiro. Siempre se podía contar con Juventino. Gran nobleza, generoso repartidor de su tiempo y seguro compañero en cualquier juego.
Yo no tardaba en bajar con el balón hacia las dos paleras retorcidas,cayadas y huecas. La reguera era la frontera; la línea sagrada que lo mismo servía de zona de caza de ranas como de referencia de la banda en el campo de futbol. Lo cierto es que por una causa u otra la reguera todas las tardes tenía un protagonismo especial.
Los arboles que rodeaban la cancha también se convertían en aliados o enemigos dependiendo hacia donde rebotara el balón; nada nos resultaba suficientemente entorpecedor como para no jugar al futbol todas las tardes, sin hora fija para comenzar ni para acabar.
Al poco tiempo de juntarme con Juventino no tardaban los demás niños de Calzadilla en aparecer por allí con ganas de batirse el cobre. No importaba cuantos podiamos ser, nos dividiamos en dos grupos de la forma más espontanea, y a dar patadas hasta que cuarquiera se cayera en la reguera. Casi no había faltas y todos eramos magníficos arbitros. Nada en ese momento era más importante que ganar el partido, sortear los arboles, saltar a trompicones la reguera. El juego era anárquico y desordenado pero a nadie le preocupaba el orden ni las tácticas. El objetivo era llegar cerca de las inclinadas paleras y meter el balón, aunque fuera con la mano. El tiempo pasaba deprisa... siempre queriamos más y todo nos parecía poco.
Por algún retorcido motivo, "que nunca llegue a entender", siempre llegaba a casa con las zapatillas mojadas, oliendo a ranas, con el balón lleno de agua y la ropa llena de barro.

posdata: No nos imaginabamos que iban a inventar algo parecido a los teléfonos móviles.