mis cortos agostos en casa de mis abuelos (1974). Una casa llena de vida. Salir de la habitación era una apuesta permanente hacia lo inesperado. Las gallinas no dejaban de picotear en la puerta, los conejos se movían con entera libertad por el corral y yo no sabía ni como ni cuando poder bajarme los pantalones para desprenderme de todos los deshechos tratados por mi cuerpo durante la noche y que no tardarían en ser reciclados por las fabricantes de huevos. ¡Nada hacía pensar que un día más acabaría manchado de barro de la cabeza a los pies en la reguera de la fuente! La luz entraba en la habitación. Desde mi cama se veían las piedras incrustadas en el barro que rodeaba las ventanas. Eran de madera, pintadas de verde, con dos alas y seis cristales sujetados con unas pequeñas puntas. Las incansables abejas siempre estabán merodeando. Se movían por fuera del cristal amenazando con su entrada por cualquier resquicio en la madera. Eran permanentes, ruidosas y al mismo tiempo extremadamente generosas con su trabajo. ¡Que rica estaba la miel untada en una rebanada de pan de hogaza! ¡Nada hacia pensar que un día más acabaría manchado de barro de la cabeza a los pies en la reguera de la fuente! Saludos... |