Los euros Enfrente un niño le chillaba a su madre. A mí me chillaba el estómago. El autobús saldría en dos horas. Yo estaba enfrascado en un libro mítico. En la página del momento los personajes se inflaban de cerveza. A mí me pasa con el zumo de cebada lo que le a la gente que mea porque ve mear o bosteza porque ve bostezar. Comprobé mi efectivo. Tres euros con cincuenta, billete de bus en mano. ¿Qué mejor final para ese dinero que un tubo? Cerré el libro, la cafetería esperaba. La forma de pago era muy rara, pedías en la barra, sacaban una lista donde estaban todas las posibles cosas que podías tomar, tachaban lo que querías, y te daban tu papel y tu tubo. Cuando quisiera salir debería de dar la factura a la cajera de la puerta y listo. El primer trago me supo a gloria; seguí con el libro. Llegaron dos viejas por mi derecha, con sus sendos bocadillos de lomo, jugoso lomo, bendito lomo. Lo intentaba, pero no podía concentrarme en el libro. Rezaba porque se dejaran al menos medio bocadillo en el plato. Dosifiqué la cerveza por si sonaba la flauta, bajar el último trozo de carne envuelto en el último trago sería un regalo de los dioses. Me escucharon. Las viejas se fueron dejándose dos mitades como dos soles. Yo me quedé solo con el tesoro. Esperé unos diez segundos antes de hacer ningún movimiento. Imposible describir el gustazo de tener la certeza de que iba a comer. En el segundo número diez apareció una de las viejas con dos trozos de papel de aluminio. Diez segundos de grandeza eran mejor que nada. Seguí con el libro, acabé con el tubo. Miré el reloj, quedaba una hora para mi viaje, pero si lograba convencer al conductor que salía dentro de unos minutos ahorraría una hora de camino. Al salir de la cafetería, en la cola para pagar pensé, bueno, si me ahorro estos dos lereles estaría bastante bien. Así que salí como si no hubiera tomado nada. La cobradora del frac ni me miró, ni tampoco el gorila nazi que esperaba en la puerta a tener que partir la crisma a alguien. La sensación de poder que me recorría por haberle sacado una cerveza a Esperanza Aguirre hicieron olvidarme del lomo. Era capaz de todo. El conductor no pensó lo mismo, y tras varios intentos de convencerle acabé viendo cómo se alejaba el coche tres rumbo a Cádiz. Volvía a mi asiento, cuando una punzada cruzó mi cuerpo. Era el hambre. El hambre es mala, pero hace que pienses. Entonces lo vi todo claro. Volví a la cafetería, seguía estando llena de gente. Haciéndome el loco localicé a la camarera que me había servido antes. Sólo tenía que esperar a que estuviera en una punta de la barra, cuando yo me acercara al otro extremo para pedir a otra persona. Me atendió una chica muy estresada. Un tubo, y un bocadillo de lomo con pimientos, sugerí. La chica sacó un papel nuevo, apuntó las dos cosas y me las trajo. Tenía un bocadillo en mis manos. A continuación me senté lejos de la cajera y de la barra, y disfruté como disfruté de mi mejor polvo. Duré tres minutos. El bocadillo uno y medio. Regresé a la barra, saqué el segundo papel, y otra camarera apuntó otro tubo y un bocadillo de jamón con tomate. Éste lo saboreé más. Al acabar me di cuenta de que dos negros a mi izquierda me miraban, de la misma forma que yo miraba a las viejas antes. ¿Queréis un bocadillo? Claro. Esperad un momento, ¿os gusta el lomo? En la barra me apuntaron otros tres bocadillos y otros tres tubos. Acabé mi cuarta cerveza quince minutos antes de la hora clave, me despedí de los agradecidos colegas, no sin antes apuntar el bocadillo del camino y otros dos para ellos, ni contarles mi truco, para que aprendieran a pescar. La cajera me esperaba. Y el gorila. La gente sacaba sus listas con cruces. El sitio era enorme, el aforo casi completo, Los camareros no se complicaban mucho la vida, la de los cobros sólo quería un papel. Cuando llegó mi turno saqué el de la primera cerveza que providencialmente robé. Se lo entregué. Había calculado por encima lo que debería pagar, unos sesenta y pico euros, cantidad que hacía casi meses que ni veía. Dos con veinte, me indicó mi guapa cajera e ignorante cómplice. El mundo era mío. |