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España > Jaen > Lahiguera
20-06-10 23:56 #5593079
Por:higuereñazo

La tomadura de pelo y otros asuntos. Recuerdos casi prehistóricos de Lahiguera
He encontrado este escrito por estos mundo de Dios o del Demonio, que nunca se sabe lo que puede llegar a ser Internet. En cualquier caso aquí lo pongo:La tomadura de pelo y otros asuntos menores

Aún y siendo consciente de que corro el riesgo de ser tachado de antiguo, resentido, y demás, voy a continuar con la escritura de mis recuerdos y vivencias en Lahiguera. Posiblemente, haya higuereños a los que mis relatos le suenen a chino y crean que me estoy inventando estas historias, en cambio otros, aquellos contemporáneos míos, verán reflejado en mis escritos, la verdad más absoluta, y en mis reflexiones... bueno, aquí posiblemente haya discrepancias apreciables, pero esto no se puede evitar.

Siempre formé parte de una clase social baja. La pobreza de la que “disfruté” fue de la llamada de solemnidad, que no sé por qué conio se le da a ese tipo de pobreza un nombre tan rimbombante, y claro, esta circunstancia condiciona mi actitud ante la vida y la sociedad, y como no, ante la situación que me tocó vivir en ese pueblo, al que por encima de todo, repito una vez más, aprecio y añoro. Dicho esto, paso a recordar para todos vosotros algo referente a las barberías, los barberos y otras cuestiones relacionadas con la tomadura de pelo.

A un servidor, una de las cosas que menos le ha gustado en la vida, es que le tomen el pelo, tanto en el sentido metafórico de la palabra, como en el literal. De este último quiero hablaros:

Siempre supuso para mí un verdadero suplicio -y lo sigue suponiendo- el someterme a un pelado de cabeza. Cuando era un niño, más que un suplicio suponía para mi un martirio -suponiendo que el martirio sea peor que el suplicio, claro- verme sentado en un sillón alto de asiento de anea que tenia el barbero pa pelar niños, cuyos posabrazos junto al espaldar y a un listón de protección que tenía delante, más que una silla me parecía un potro de tortura. No podía soportar que el barbero me cogiera la cabeza y la zarandeara de un lugar a otro sin contemplación -al menos eso me parecía a mi- ni sentir como la maquinilla de pelar mas que cortarme el pelo me lo sacaba de raíz.

Claro que yo no era moco de pavo a la hora de complicarle la vida al pobre barbero, que entre que tenía el pelo “como el esparto” según sus palabras, y mis negativas permanentes a mover la cabeza hacia donde la quería llevar el pobre hombre, acababa siempre sudando la gota gorda cuando me pelaba. Llegó a decirle a mi madre, que prefería darle el dinero para que me llevara a otro sitio a pelarme. Así que ya podéis imaginaros el placer que le producía al Chato verme entrar de la mano de mi madre en su barbería.

Había tres barberías en Lahiguera por entonces, que yo recuerde, dos eran regentadas por dos hermanos: “Paco el barbero” y el Chato” , este último es el que siempre me peló a mí. Paco tenía la barbería en la Plaza, al lado de la casa del cura. La otra estaba en la calle Real en la misma acera donde estaba el cuartel de la Guardia Civil, dos o tres casa antes de llegar. Lamento no recordar el nombre de aquel hombre, cuya barbería nunca pisé. La tercera, era la del Chato.

Tenía el Chato inicialmente la barbería, en la parte de arriba del pueblo. Allí en aquel minúsculo habitáculo fue donde tuvieron lugar mis primeros traumáticos pelados de cabeza y las dolorosas esperas, siempre amenizadas por el cansino y perverso tic tac de un viejo despertador y del ruido igualmente persistente y monótono de las habilidosas, eso sí, tijeras del Chato. De cuando en cuando la conversación de personas mayores rompía un poco aquel aburrimiento y hacía que la espera hacia el martirio al que siempre espera ser sometido, fuera más llevadera.

Al poco tiempo, se trasladó el Chato, de cuyo nombre de pila no me acuerdo, si es que lo supe alguna vez, a un lugar mucho más céntrico: a la Calle Real, exactamente, o muy cerca de donde se celebra o se celebraba, la subasta pa correr a los santos pa Semana Santa.

De aquella barbería recuerdo, aparte del descomunal y escandaloso despertador, un cuadro con una fotografía de un moro con chilaba que daba de comer unas ramas a un ciervo, y el primer periódico que vi en mi vida: el ABC. No sé con que frecuencia compraba aquel hombre el ABC, pero seguro que no compraba más de dos al año, porque a mi siempre me parecía el mismo. Siempre, que yo recuerde, en la portada estaba presente el Caudillo y Jefe supremo de la Nación y los Ejércitos, Francisco Franco.

Pa que os quiero contar lo que me entraba en el cuerpo, de la punta de los dedos de los pies, hasta la cabeza, cuando el Chato le decía a mi madre: “Ya puedes sentarlo aquí”. Temblaba, e incluso alguna vez, mojé los pantaloncillos como consecuencia de una incontinencia urinaria...que me meé, vaya.

El doloroso calvario comenzaba para mí, cuando sentía sobre mi cogote el tacto de las frías manos de aquel buen hombre. Siempre me he preguntado por qué tienen todos los barberos las manos tan fría. Ahora se llaman peluqueros, pero a mí me siguen cayendo tan gordos -bueno, ellos no, su trabajo y sobre todo cuando me lo hacen a mí- como por entonces.

Bueno, me colocaba el Chato, un trapo alrededor del pescuezo para evitar que los pelos se metieran e inundaran el resto del cuerpo, pero tanto me lo apretaba, que llegué a pensar que lo que quería aquel hombre era ahogarme y así liberarse del coñazo que le daba siempre que me pelaba. Sentía por fin y para colmo de mi sufrimiento, la fría máquina pelaora pasar cortando y arrancando todo cuanto encontraba en su camino hasta que llagaba a media cabeza, Los cinco dedos del Chato se clavaban sin compasión alrededor de mi cabecilla infantil impidiendo que se moviera un solo milímetro. De cuando en cuando, la retorcía (la cabeza)con fuerza, para hacer más asequible la máquina o las tijeras, lo cual suponía para mi ponerme al borde de la desesperación. Me picaba todo el cuerpo sin que existiera la más insignificante posibilidad de rascarme porque mis manos estaban presas bajo aquel enorme trapo que seguía estrangulándome el pescuezo. Muy de cuando en cuando, pasaba casualmente la máquina peladora, por una de las zonas en picazón sin que ello supusiera más que un ligero alivio parcial a mi sufrimiento. El despertador seguía y seguía martilleando mis oídos sin remisión y sin esperanza alguna de que se rompiera, se le acabara la cuerda ni que por casualidad; se cayera de la estantería al suelo y se hiciera polvo. En el viejo espejo sólo podía ver -mi cabeza continuaba inmovilizada fuertemente por los inmensos dedos del barbero-, un montón de pelos negros de entre los cuales, salían unos alegres y vivarachos animalejos y que los higuereños llamaban,... llamábamos, vaya, por entonces “piejos”.

No sé por qué la gente tenía tanta aversión a estos insectos, cuando en el fondo, a todos nos producía cierto regusto, sentir por el cogote el cosquilleo casi orgásmico del corretear alegre y efervescente de uno o varios de estos parásitos, y no te digo ná cuando el paseo se lo hacían por detrás de la oreja u orejas.

Estaba muy mal visto tener piojos por entonces y nadie se atribuía su propiedad. Siempre había alguien al cual se le hacía propietario exclusivo de tan vergonzante contagio, cuando la realidad era mucho más sencilla: cualquier ciudadano higuereño, corría permanentemente el riesgo de ser contagiado fácilmente como consecuencia de la falta de medios para asearse y las condiciones infrahumanas en materia de higiene que sufríamos la inmensa mayoría de los higuereños por entonces, sin agua corriente, ni mucho menos cloacas donde desaguar cualquier inmundicia orgánica.

Eso si, había un producto desinfectante cuyo nombre de marca era ZZ, que no mataba ni una sola liendre, porque a base de tanto polvo, los animalejos se habían acostumbrado y pa mí, que en vez de causarles algún daño, el ZZ los animaba. Eso sí, tú corrías el riesgo de morirte si aplicabas sobre tu cabeza, sobaco o pubis, una dosis inapropiada. Jamás mis narices olieron nada tan asqueroso y nauseabundo. Tampoco comprendía como no se morían de asco los piejos y las liendres con el inaguantable olor de aquellos malditos polvos. Pero nada: pa presumir de limpios y de luchadores contra la infernal epidemia de piejos, las madres rociaban sobre la cabeza de sus niños casi cada día, medio bote de ZZ con lo cual cuando llegaba la noche, los piejos y la liendres seguían intactos, incluso más vivarachos, por las razones que he dicho antes, pero lo niños, a parte de oler a perro muerto, padecían dolor de cabeza y mareos, sin que esto supusiera para dichas madre motivo suficiente para suspender el tratamiento contra los piojos. Por encima de cualquier otra consideración, estaba mantener la conducta de limpio y aseado, lo cual pasaba por endiñarle al niño un buen viaje de ZZ cada día.

Luego había una doble conducta con respecto a estos omnipresente insectos: el rechazo social, por un lado, y por el otro, el placer que le producía a la inmensa mayoría de la gente, espulgarse a ellos mismos o a sus niños. Confieso avergonzado, pero con la sinceridad que me caracteriza, que siempre me gustó tener piejos; que me gustaba sentir como bajaban y subían alegremente pescuezo arriba, pescuezo abajo; el picor efervescente y casi orgásmico, como he dicho antes, que producían media docena o más, de ellos correteando por todo el cuero cabelludo; coger de cuando en cuando un ejemplar adulto, de aquellos del lomo colorao y cara de mala leche, y ponerlo encima de la uña del dedo gordo y con la otra del dedo homólogo de la mano contraria, apretar sobre su lomo y sentir como crujían como una pequeña bomba. ¡Eso, era diversión, y no como se divierte la gente hoy... sentándose frente al televisor para ver, aquí hay tomate o El Gran Hermano!

De mi y de mis hermanos, se encargaba mi abuela, que forjada en mil batallas contra estos diminutos bichejos, lendrera en mano y al tibio sol de primavera y no tan tibio del invierno, conseguía en cuestión de una hora u hora y media diariamente, erradicar parte de la población de piojos y liendres residentes en cada una de nuestras cabezas. La brillantina, muy de moda por entonces y muy barata, el calor del sol y la ZZ, contribuían en facilitar la labor de mi querida abuela, que sólo conseguía, pese a su esfuerzo diario, mitigar la epidemia, dejando siempre para el próximo día la erradicación total, erradicación que nunca pudo llegar a ver.

Ahora, muchos años después, el puñetero progreso, los dos cuartos de aseo de que disponemos en casa y la infinidad de productos de aseo personal que tenemos a nuestra disposición, han dado al carajo de tan agradable compañía. Ahora pa ver un piejo tengo que buscarlo en Internet, pero no es lo mismo, la verdad. Es como ver a las mujeres... Bueno, como no quiero herir la sensibilidad de nadie, lo dejamos aquí.
Puntos:
21-06-10 16:46 #5596304 -> 5593079
Por:lunalena

RE: La tomadura de pelo y otros asuntos. Recuerdos casi prehistóricos de Lahiguera
hola higuereñazo ya hace mucho que lei esto en internet, i me gusto bastante lo lei con mucho cariño, me gustan los relatos que la gente de antes nos cuentan me gustaria saber quien lo escribió por pura curiosidad ya que el chato el barbero en su tiempo fue unico de la epoca, dudo mucho que solo le pasaran estas cosas a este señor.

y me gustaria que la gente se animara a contar sus anecdotas que seguro hay para rato.

un saludo
Puntos:
21-06-10 18:02 #5596796 -> 5596304
Por:higuereñazo

RE: La tomadura de pelo y otros asuntos. Recuerdos casi prehistóricos de Lahiguera
Hola lunalena y foreros en feneral. A este señor, le pasaron muchas cosas más. Tantas en tan poco tiempo (17 años) como para escribir un libro.¿ Qué importa su identidad?. Es un higuereño de tantos, que como tantos,(valga la redundancia) otros, le tocó vivir en Lahiguera una época apasionante, dicho sea, en el sentido más trágico de la palabra. Ese señor, fue la primera persona que abrió una ventana al mundo con el fin de que ese mundo, conociera un pueblo pequeño y perdido en la campiña jiennense; y paralelamente, con la intención de que todos aquellos/as higuereño/as que como él estaban lejos, y sus descendientes, se asomaran a esa ventana y ver a través de ella, la posibilidad de reencontrarse con sus paisanos, aunque fuera a través del ciberespacio. Y sí, gracias a esa ventana, hoy muchos higuereños alejados entre si muchos kilometros,hemos podido conocernos y para todo higuereño emigrado lejos de su tierra, el pueblo empezó a estar más cerca. Luego, esa ventana casi ha dejado de tener sentido, porque los avances en internet han sido tan espectaculares, que hoy en día hay mejores recursos (por ejemplo este foro, FaceBook, etc.) para que los higuereños estén intercomunicados. No obstante, esa ventana sigue abierta como testimonio y presencia constante, del cariño que ha sentido un higuereño por su pueblo y su gente, pese a los avatares que le tocó vivir durante el tiempo que pudo residir en él. Ojalá, dedicáramos más tiempo del que dedicamos a fomentar la amistad y a compartir recuerdos y vivencias entre los higuereños.
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