Cañada Catena - Jaen

FIN DE AÑO


El Sol, cumplida su dura jornada, se retira a su descanso diario allá por el horizonte entre arreboles amarillentos-rojizos, señal inequívoca de que mañana, sin falta, volverá a realizar su trabajo de nuevo, pues ya lo dice el refrán: al poniente arreboles, mañana soles.

Mañana, de nuevo, perezoso, volverá a realizar su trabajo sin poner demasiado interés en su ejecución, pues ya lo sabemos que el sol de invierno sale tarde y calienta poco, pero aunque poco, se agradece su corta visita.

En el pueblo, acabada la faena diaria de la aceituna, la gente se mueve deprisa, unos para hacer las compras de algo recordado en el último momento y necesario para la despedida del año; otros, para llegar a casa, asearse y prepararse para tal fin o, para ayudar a la familia o amigos a poner sobre la mesa las viandas necesarias para que todo salga como deseamos en esta celebración.

Ahora, el pueblo parece un pueblo casi fantasma; los pocos comercios existentes, bajaron sus persianas antes de tiempo y los dueños y dependientes se dirigen con celeridad a sus domicilios. Los escasos bares, abiertos a esta hora, aconsejan a sus clientes, los más rezagados, que abandonen el local, pues es hora de ir a la reunión familiar dónde con impaciencia les están esperando. La calle queda solitaria, en ella reina la tranquilidad, está totalmente desierta, nadie transita por ella; la noche comienza a caer y un pesado manto de frío intenso lo cubre todo.

En el calor de los hogares la cena está preparada; los menos puntuales, como siempre, llegan tarde resoplándose las manos, símbolo inequívoco de la baja temperatura que hace en el exterior. Todos sentados en torno a la mesa, van tomando entre sorbos un buen vino o fresca cerveza, mezclados con aquellos manjares que con anterioridad, con destreza y cariño, se han ido preparando para tal evento. Las horas previas a la finalización del año van trascurriendo y, con nerviosismo, los comensales no dejan de mirar el reloj, esperando la hora de consumir las 12 uvas y brindar por el Nuevo Año.

Mientras, sin temer al termómetro, desafiante a una gélida noche, una sombra se desliza por el solitario pueblo; es la sombra de un Viejo, algo desaliñado, abatido, roto, cubierto con ropas muy usadas. Se mueve con dificultad, muy despacio y, arrastra los pies acompasadamente.

La hora se aproxima, la alegría y el jolgorio están a tope y,… como si un de un fantasma se tratase, allí, en cada reunión la Sombra se presenta, apoyada en el umbral de la puerta. Su larga y rizada barba, le llega hasta la cintura, y entre ella se deja entrever sus delgados labios caídos de los extremos; la nariz puntiaguda y afilada; las orejas transparentes y grandes; su frente surcada por doce profundas líneas, señal inequívoca de los doce meses que duró su vida y, como si sintiera vergüenza de ello, doce mechones de su larga y ensortijada cabellera intentan cubrirlas. Sus ojos tristes y hundidos; la mirada perdida en el tiempo, evocando mejores recuerdos y, su mano delgada con dedos largos como sarmientos, sostiene sin fuerza un rústico bastón, que le ayuda a estar en pie; quiere decir algo, pero su voz apenas sale del cuerpo y como un murmullo, apenas perceptible, parece entendérsele: “ estáis celebrando mi muerte”, a partir de ahora solo seré un recuerdo, un recuerdo para vosotros, yo os di de todo, bueno y malo, pero desde mañana en adelante solamente recordaréis lo bueno con una sonrisa y lo malo procuraréis olvidarlo; para vosotros solo seré un número, pero no olvidéis que cualquier tiempo pasado fue mejor. Dicho esto, sonaron las doce campanadas y la figura se esfumó como si de humo se tratase.

Diciembre 29 de diciembre de 2014
TflC.