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Bespén - Huesca

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04-08-13 16:01 #11483358
Por:No Registrado
VIEJOS OFICIOS (Los arrieros)
Los arrieros eran importantísimos para las economías rurales. Su trajín diario era entonces el único nexo de unión entre productores y consumidores de todo tipo de mercaderías entre las gentes de distintas comarcas. Algo parecido a los actuales camioneros, pero con la diferencia de que ellos, además de transportar las mercancías, las compraban y vendían.
Como dice la Real Academia Española: “arriero es la persona que trabaja con animales de carga”. “Y que esa palabra nació de ¡arre!, el grito que daban para hacerles andar”.
Cuando las actuales carreteras eran pistas de tierra o de grava, y aparecieron los primeros trenes, por los caminos de España andaban los arrieros con sus carros, como reatas de hormigas transportando alimentos y mercancías. Y Aragón, no iba a la zaga. De norte a sur, de este a oeste, por todas partes andaban carros con reatas de mulas acarreando todo tipo de productos.
Voy a comentar los que andaban por El Serrablo y Los Monegros (esto recopilado de mil maneras, y también de primera mano por la muy documentada nieta de uno de ellos y amiga mía), desde los viejos tiempos, hasta el primer tercio del siglo veinte, cuando aparecieron los primeros autobuses de línea que acabaron con ellos.
-Todavía recuerdo (me decía mi amiga María Pilar C.) los nombres y motes de algunos de los últimos que anduvieron con mi abuelo, por nombrarlos él docenas de veces. Uno que apodaban “Cacharrón”, que con más de 90 años, no hace mucho, aún tomaba el sol en la plaza de su pueblo con tres amigos que también habían sido arrieros. También me habló de otros: Cardelina, Perús, Casolas, Pedrocho, Felipón, Félix el quincallero, Pedro el pecero, y Lázaro, el manco de Badalona que vendía telas.
Algún estudioso del tema explica como distinguir los arrieros profesionales de los eventuales. Los primeros no tenían otro medio de vida, y mantenían su clientela fija que atendían regularmente, haciendo de puente entre las distintas comarcas. La Montaña, La Tierra Baja, la fértil vega del Ebro, Los Monegros, La Jacetania..., mientras los segundos eran los que valiéndose de los medios que tenían en casa (carro y caballerías), y aprovechando alguna semana ociosa entre unos trabajos y otros en sus campos, viñas y olivares, se lanzaban por los caminos a ganarse algún dinero extra, pero siempre ocasionalmente, y sin olvidar en ningún momento sus tierras.
Los arrieros no fabricaban las mercancías, sólo las compraban, las transportaban, y las vendían. Andaban por caminos y cañadas que conocían bien, parando a comer y dormir en los mesones (hoy todos en ruinas o desaparecidos), donde disponían de cuadras para los animales, y donde se encontraban con artesanos y trabajadores ambulantes, pastores trashumantes, comediantes, y otras gentes, a quienes las largas jornadas por tantas rutas, caseríos y aldeas, no les dejaban tiempo para estar con la familia.
Hacían acopio de mercaderías y productos diversos en casas y sitios que conocían bien, para tener bien atendida a la clientela. De la tierra baja subían herramientas de labranza, aceite, harina, vino, telas, arroz, bacalao, azúcar…, de la montaña bajaban queso, patatas, pieles, miel, cestas, canastos y caracoleras de mimbre, sal para las matacías…
Además de comerciantes y distribuidores de mercancías, alimentos, y otros muchos bienes de consumo los arrieros eran como embajadores entre unos pueblos y otros, dando testimonio y extendiendo las costumbres y la cultura popular entre ellos como lo hicieran los juglares en la Edad Media.
Aparte de sus alegatos y manifiestos contando en unos lo que pasaba en otros, y en otros, lo que pasaba en unos, en las largas jornadas por los caminos, aún les queda tiempo para discurrir o inventar coplas y romances que después comentaban en las largas veladas alrededor del hogar de los mesones y fondas donde dormían.
Ahí se juntaban con pastores, sastres, tratantes de ganado y otros trabajadores ambulantes, y entre las historias inventadas, y las verdaderas, las conversaciones se prolongaban, y al final, siempre derivaban hacia sus trabajos y afanes diarios: habilidades, peligros, accidentes con los carros, enfermedades de las mulas, aventuras con mujeres..., además de noticias que habían oído y que adornaban como querían. Algunas de las que inventaban, de repetirlas tantas veces, hasta ellos mismos las creían.
Los sastres tenían fama de miedosos, como uno que se enganchó con una zarza por la noche, y creía que lo había cogido una bruja. Por contra, los arrieros pasaban por ser valientes, sin embargo, y aunque no le temían a ningún espíritu ni peligro que los acechara, no les gustaba andar de noche. No por miedo, sino por los problemas que podrían surgirles con los animales, los carros, y las mercancías que transportaban.
Solo contaban para caminar con la poca luz de la luna, y eso, cuando no la ocultaban las nubes. Además se complicaba mucho el viaje con los rugidos del viento, las zarzas, los baches y piedras del camino, y los cantos de las aves nocturnas. Y lo más peligroso: al no ver bien las caballerías, podían salirse del camino y hacer volcar el carro.
Todo eso les servía para inventar las historias que luego relataban en las veladas alrededor de las chimeneas de las fondas y mesones donde paraban a dormir.
Solo una noche al año tenían miedo los arrieros: la de Todos los Santos. Era creencia popular que esa noche, las almas salían a su encuentro por las carreteras, y mucho más por los caminos. Esa si que era una noche adecuada para contar alrededor del fuego las historias que ellos mismos se inventaban mientras andaban solos, como la que contó uno que no pudo evitar que lo sorprendiera la oscuridad en la balsa del Arbolar, entre Nocito y San Úrbez, en la comarca de La Guarguera.
-“De pronto, se me apareció una hoguera blanca, que temblaba y se movía como si fuera verdadera. Yo, me santigüé y le dije: si eres cosa del diablo, vete, pero si eres cosa buena, quédate. La hoguera desapareció y me dejó pasar. Más adelante se me apareció de nuevo y volví a hacer y decir lo mismo. Así hasta en tres ocasiones. En la cuarta, cuando atravesaba el barranco del Lobo, salió de debajo del puente y me hizo caer al agua. Me encolericé tanto, que después de decirle barbaridades, me santigüé otra vez, y esta vez, además, recé un Padrenuestro. En un momento, la llama se deshizo y no volvió a aparecer más”.
Otro año, también en la noche de almas, otro arriero contaba que se le cayó el burro y le tiró la carga en el camino.
“-Lo intenté –decía-, de todas las maneras, pero no pude volver a colocarla como estaba antes. En ese momento pasó una fila de almas (figuras sin rostro, envueltas en sábanas blancas), con una pequeña luz en la mano, y las dos últimas que marchaban a oscuras, se detuvieron y me ayudaron a cargar el burro”.
-“Cuando llegues al pueblo (me dijeron), llamas en casa de Crisanto y les dices que quemen cera por nosotras”. “Seguro –añadió el arriero-, que eran las almas de dos que habían muerto en esa casa”.
En esta historia que se inventó el arriero, hizo de recadero de almas, pero en la realidad, si que eran portadores de avisos. Tanto de palabra como por escrito, comunicaban un pueblo con otro, anunciando bautizos, defunciones, bodas, y noticias en general. También hacían de casamenteros entre familias de distintos pueblos, aunque en esos menesteres tenían más fama los sastres y los pelaires.
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24-08-13 21:15 #11522611 -> 11483358
Por:No Registrado
RE:COCINA (Salsa bolognesa)
Para esta receta necesitaremos: ½ Kg. de carne picada (mitad cerdo y mitad ternera), 1 cebolla mediana, 2 zanahorias, 1 rama da apio, 2 hojas de laurel, ½ vaso de vino tinto, ½ de aceite, ½ de agua, pimienta, y sal.
MODO DE HACERA
En una cazuela amplia echaremos el aceite y rehogaremos lentamente las hortalizas muy picadas. Cuando estén a medio pochar, añadiremos la carne dejando que siga haciéndose todo hasta que esta carne pierda el color rosáceo. A continuación, agregamos el vino y dejamos un par de minutos para que se evapore el alcohol. Seguidamente incorporamos los tomates (previamente escaldados y pelados), la sal, la pimienta, el agua, y el laurel, y dejamos que se cocine a fuego muy lento durante una hora y media, removiendo de vez en cuando. La salsa reducirá y espesará, ya que más que una salsa, es un guiso con el podremos rellenar lasaña, canelones, berenjenas gratinadas, y por supuesto aderezar pastas para lo que es ideal.
José Miguel Palacio
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