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Bespén - Huesca

Poblacion:
España > Huesca > Bespén (Angüés)
10-06-13 19:02 #11364420
Por:No Registrado
VIEJOS OFICIOS
En los pueblos y aldeas más recónditas y aisladas (que ni siquiera aparecían en el mapa), y con malas comunicaciones, las ocasiones de obtener dinero extra que contribuyera a mejorar las rentas, eran prácticamente nulas.
De fuera había que esperar pocas ayudas (ninguna), la naturaleza no suele dar la comida gratis, y sus gentes tenían que ingeniárselas para emplear con provecho el tiempo libre. Sobre todo en invierno, que ni apuraba el trabajo, ni el frío dejaba trabajar. Coger cuatro olivas, ahoyar, cortar leña, y poco más.
Fuera porque estos pequeños núcleos de población, al estar perdidos entre los montes estaban expuestos a todo tipo de inclemencias del tiempo, fuera porque realmente hacía más frío que ahora, lo cierto era que soportar aquéllos inviernos era terrible, incluso dentro de las casas. Ver durante meses los charcos y el barro de las calles completamente helados, era absolutamente normal. Los abrigos y pasamontañas no existían, y para ir al monte, los hombres se defendían del frío con calzoncillos largos, “peducos” (calcetines recios de lana), alguna bufanda, boinas, y viejas y raídas chaquetas de pana.
Para fabricar aperos y herramientas nuevas (a veces, cuando no les quedaba otro remedio, también las compraban hechas en Huesca o Barbastro), había profesionales: herrero, carpintero, sastre, albañil, etc., pero cuando había que reparar lo viejo, algunos se valían por ellos mismos. Aparecía el tradicional espíritu ahorrador altoaragonés que los incitaba a reparar casetas de monte, paredes de corrales, puertas de gallineros, aperos, o cualquier clase de utensilios deteriorados. La mayoría de las veces con cuerdas o alambres.
En las casas menos pudientes la necesidad agudizaba el ingenio y algunos se convertían en verdaderos expertos. Si hubieran tenido los medios adecuados, habrían sido lo que hoy llamamos “manitas”.
Hasta la segunda mitad del siglo veinte, en Bespén había familias viviendo en casas cuyos nombres correspondían a sus oficios: “del albañil,” “del herrero,” “del sastre,” “del carretero”, “del practicante”, etc. Y aún hoy existen, están en pie, y las llaman así, aunque cerradas, y por supuesto, sin actividad artesanal alguna.
Aparte de estos profesionales locales, no había nadie más para los trabajos más específicos, por lo que tenían que venir de fuera: afiladores gallegos, estañadores andaluces, silleros, castradores, vendedores de vajillas, de frutas, de cochinillos, charlatanes, compañías de teatro ambulantes...
Lo que sí había era bodegas de vino. Y en todas las casas. La Naturaleza era tacaña en cereales y pastos, pero nos dio una cosa que la gente del pueblo supo aprovechar desde tiempo inmemorial. La tierra y clima especial para cultivar y elaborar el vino.
En próximos comentarios intentaré explicar como eran algunos de esos oficios que realizaban esas gentes ambulantes (hoy prácticamente desaparecidos), imprescindibles para la buena marcha de las economías de aquél tiempo.

José Miguel Palacio
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05-07-13 09:25 #11413419 -> 11364420
Por:No Registrado
DÍas para recordar
A pesar de que desde el minuto uno caminamos hacia la madurez como algo natural, y que durante ese tiempo crecemos y evolucionamos, la verdad es que cuando llega y miramos atrás, algunas veces sentimos que en no pocas ocasiones nos dejó un sabor agridulce. En ese tiempo de espera, no todo ha sido crecer. Junto a los buenos recuerdos, también hemos acumulado algunos otros menos buenos, ya que en el saco de la vida caben todos.
Precisamente hoy 5 de Julio es para mí uno de esos días entrañables y agridulces a partes iguales. En efecto, tal día como hoy de aquél lejano 1958 (hace 55 años) llegué a Zaragoza, y conocí a un gran amigo que en agosto de 2009 se fue para siempre. Con el permiso de todos vosotros, quiero colgar en el Foro lo que publiqué en la revista nacional de hostelería ”Horeca” el 15 de agosto de 2009.
A JOAQUÍN MAZA
(IN MEMÓRIAN)
Te conocí la tarde del cinco de julio de mil novecientos cincuenta y ocho, cuando yo tenía dieciséis años, y tú apareciste en la cocina de la entonces Pensión Maza vestido de soldado de aviación. Yo había empezado a trabajar en tu casa ese mismo día por la mañana, y ni te conocía, ni sabía que eras uno de los hijos del dueño. Me pareciste muy alto y comparado cómo iban vestidos los cientos de soldados que andaban por las calles a todas horas, creí que el elegante uniforme que llevabas, te lo habrían hecho a medida. Estabas haciendo el servicio militar y a la semana siguiente te licenciaste.
-“Hola, me llamo Joaquín”. Estas cuatro palabras a modo de saludo –y que te recordé alguna vez en broma durante los cincuenta y un años y un mes que fuimos amigos-, fueron las primeras que me dijiste.
Más tarde me dijiste que habías estado varios años de prácticas en la cocina de un importante hotel de Madrid, y que al volver a Zaragoza, te incorporaste a la de la pensión de tus padres, y nos caímos bien.
Con el Seat ranchera (en aquél tiempo aún se podía aparcar en la Plaza de España) íbamos un par de veces por semana a primera hora de la mañana a comprar al “hondo” del Mercado Central, y después desayunábamos en la cafetería Lanuza. Algunas noches, cuando cayó enfermo tu padre, también nos acercábamos a la Fuente de la Junquera a buscarle agua, que, según decían, tenía propiedades terapéuticas. Otras, al teatro, al cine, a algún bar… Y con frecuencia, a una torre que tenía tu familia en Cogullada.
Guardo muy buenos recuerdos de los siete años que permanecí en la Pensión Maza, y casi todos unidos a tu familia, pero sobre todo a ti. Después de ese tiempo, nos hemos seguido viendo, pero cada vez más esporádicamente. En Horeca, en alguna cena de hostelería, en algún funeral, en Biescas, en Cambrils, y últimamente en una cafetería del paseo María Agustín.
El día seis, un amigo común me llamó para decirme que habías muerto en Francia, y por una de esas cosas absurdas que nos esclavizan, no pude asistir a tu entierro, ya que también yo estaba de vacaciones muy lejos.
¡Qué paradojas tiene la vida! ¡Con las veces que me decías que cuándo te invitaba a ir a Bespén! ¡Y cómo bromeabas preguntándome “si era grande”, si había “Banesto”, si había “Corte Inglés”…!
Perdóname por no acompañarte en tu último viaje. Descansa en paz, y hasta siempre querido Joaquín.

José Miguel Palacio.
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