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Villanueva de los Castillejos - Huelva

Poblacion:
España > Huelva > Villanueva de los Castillejos
12-07-12 20:08 #10305484
Por:reichkel

El funcionario
Cada vez que acudo a cualquier estamento público a entregar algún documento, sobre todo si es el último día de plazo, siempre me acuerdo de él mientras espero en la interminable cola. Él era un hombre sencillo, de los que pasaba desapercibido cuando paseaba por la calle. Su voz era grave y severa, y acentuaba su aspereza los surcos que el tiempo había arado en su rostro. Actuaba con gestos ágiles y despiertos pese a sus 65 años y creo que era consciente de la grandilocuencia que desprendía su "Varon Dandy". Él apareció aquel año recogiendo los documentos en una sede del Ministerio de Educación, yo llevaba tres años entregando dichos papeles pero nunca había estado él, quizá se debiera a que aquel año se entregaban los documentos en otra sede a causa de las obras del departamento oficial y, aquel año, entré en su territorio. Era el último día de plazo, siempre era el último día de plazo. Llegué a la Plaza Niña y comprobé que la cola era bastante numerosa: "Sobre tres horas", calculé, y me situé en la punta de aquel apéndice que salía del interior de aquel reducido estamento oficial, disfrutando del sol de finales de Otoño. Me estuve recreando en la situación entre la modorra y el hastío hasta que, a un metro escaso de entrar en el recinto, la voz del funcionario bramó estrepitosamente: "¡Aquí hay qué venir con los papeles bien rellenos!" En aquel instante, una señora salió del edificio con la cabeza agachada y una mano puesta sobre su rostro para que no la identificará alguien conocido. Instintivamente, comencé a repasar mi carpeta para comprobar el estado de mi formulario y los documentos adjuntos. La hora que había estado dando el sol en mi cabeza hizo que mis ojos saliesen de la velocidad de la luz dejando misceláneas verdosas al tomar contacto su campo de visión con la nueva iluminación de aquel inexistente vestíbulo. Tuve que dejar de repasar y centrarme en no caer en un mareo ciertamente indigno. Conseguí soportar aquel vahído contando el numero de losetas que sufrían algún daño; todas. Y mientras realizaba dicho ejercicio de restablecimiento neuronal, mis oídos aturdidos seguían escuchando al funcionario: "¿Y me a venir dos horas antes de cerrar el plazo sin haber solicitado la documentación en la seguridad social? Usted es un mamarracho." En esa ocasión el que salía despedido era un señor bajito con la cara completamente desencajada. Nunca olvidaré aquel día. Jamás podré olvidar lo que ocurrió en la hora siguiente. El funcionario se había soltado la melena y, a escasas dos horas de finalizar el plazo de entrega, había rechazado a los veinte últimos por no llevar bien relleno los formularios, por no haber solicitado tal o cual documento, pero a todos les encontraba algún falló. El repertorio de primores fue para enmarcarlo: "Usted que se ha sacado la carrera, ¡¿en una tómbola?!" ; "¿Usted se piensa que voy a estar media hora para recogerle a usted los papeles? ¡Venga cuando los tenga rellenos que hay personas esperando leche!" ; "Anda que estarán aviados su alumnos", le dijo a una chica que salió con la cabeza agachada mientras no dejaba de decir: "Que vergüenza, que vergüenza"
Yo presenciaba todo aquello mientras mi turno se iba acercando y con la inseguridad de no saber, aunque cuando salí aquella mañana lo hubiese asegurado sin dudarlo, si a mí me iba a tocar "te deum" o "Deo gratias", cuando un chico vestido con chándal fosforito, por lo visto era profesor de educación física en un instituto del condado, se atrevió a responder al funcionario mientras se alejaba:
"Usted lo que no tiene es educación" - dijo el deportista -
"¡¿Educación?¡ - exclamó el funcionario - Ustedes sí que no tienen educación presentándose aquí sin haber rellenado los papeles dos horas antes de cerrar el plazo. Lo que ustedes están haciendo es una falta de respeto hacia los trabajadores de esta administración."
El deportista no cejó en su empeño de demostrar que le habían tratado irrespetuosamente y prosiguió:
"Pero usted debe de comprender que todas las personas no somos iguales..."
"¡Encima se atreve usted a rechistarme! - le cortó el funcionario - Yo llevo treinta años trabajando en este ministerio y si nada lo impide, me jubilaré este año sin haber cometido, nunca, - se recreó en esta palabra- un fallo, así que no me venga con estupideces."
El deportista no se rindió y, mucho menos, cuando se puso junto a él otro compañero de chándal que también había salido rebotado y asentía lo que él decía:
"Debería usted de comportarse de otra manera porque no creo que a nadie le guste ser tratado como usted lo está haciendo -dijo el deportista en una perorata infumable de súplica- y eso debería usted admitirlo porque es un hecho y aquí todos estamos de acuerdo..."

Los que seguíamos en la cola nos hicimos los longuis: "A mí todavía no me ha dicho nada", me dijo una chica que venía tras de mí y escuchamos de nuevo al funcionario:
"Me parece a mí que usted tiene muchas leyes. Anda ,anda. Váyase a la seguridad social a ver si le arreglan el papel que le hace falta, me extraña a mi mucho, que ya ha perdido media hora aquí discutiendo por algo en lo que no lleva razón."
El deportista se encolerizó y dijo, mientras en la cola la gente cuchicheaba diciendo: "No sé de que se queja":
"Esto es una poca vergüenza. En vez de darnos facilidades lo hacen todo más complicado y encima te ponen a gente que te echa para atrás."
El funcionario se levantó, justo cuando yo le entregaba los papeles, se bajó las gafas hasta la punta de la nariz y en tono yugular abrupta dijo:
"Seis meses para entregar el formulario y me viene con esas a una hora de cerrar el plazo. Se quiere ir a hacer puñetas. ¡Impresentable!, ¡arrastrado!, que eso es lo qué es usted, ¡una babosa! Haga el favor de callarse la boca."
El deportista comenzó a dar saltitos, como los niños ralos cuando no consiguen lo que quieren, esperando a decir algo, pero el funcionario se le adelantó:
"¡Hombre!, por fin unos papeles bien rellenos. Así da gusto."

Aseguro que me cogió de sorpresa e incluso me dio vergüenza que me incluyesen en aquel fuego cruzado, pero esa fue la gota que hizo que el profesor de educación física de un instituto del condado abandonara la administración. Y de pronto, como por arte de magia, todas las personas que venían tras de mí traían sus formularios bien rellenos. Cuando salí del edificio, vi al deportista con su otro amigo deportista hablando de: "que esto había que arreglarlo porque no era posible tanta falta de respeto, que si tenía que estar una hora con una persona que esté y que los de la cola que esperen... ". Y también pude escuchar por última vez al funcionario hablando esta vez con toda la amabilidad que le permitía su voz áspera: " Por fin gente competente."
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