Sotiel Coronada - Huelva

Hoy sobre mi vuelan lejanos recuerdos
Hoy me vienen mis más tempranos recuerdos de mi vida escolar y en ellos, un edificio grande, de forma rectangular, regular y amplio, e insertado entre la escuela de las niñas y la capilla, con unos grandes ventanales de madera repintados de gris. En su interior, unos bancos de madera, duros e incómodos. Justo frente a estos, unas enorme pizarras negras con unas letras a las que entonces no podía interpretar.
Este edificio, era inmensamente alto comparado con el techo de mi casa. A espalda de los bancos, unas filas de pupitres de color negro que se miraban de frente unos a los otros, con tinteros de plomo unos y de porcelana otros, embutidos en la parte superior y cercano a su tapa. También estos, llevaban incorporado los asientos, que eran largos y lustrosos, el lustre, era el resultado del largo tiempo de su presencia en esta aula y por los roces de los calzones de los chiquillos, de traseros huesudos y de sus recios glúteos
Enmarcado en una aldea minera de Huelva, donde a sus puertas se alzaban innumerables árboles de monumentales troncos blanquecinos, todos ellos nudosos, de ramaje profusos y donde todas sus casas eran excesivamente pequeñas y añejas.
En verdad, esa rancia y venerable aldea de calles profundamente soleadas y por tanto calurosas en verano pero al mismo tiempo refrescantes en las madrugadas. Era un lugar de ensueño, propicio para la paz del espíritu. En este mismo momento, en mi fantasía, percibo el frío helado del invierno y visualizo aquellas mañanas cubiertas de nieblas e inhalo la fragancia de sus mil arbustos odoríferos y me vuelvo a estremecer con indefinible deleite ante el sonido hueco, profundo y presumido de la campana de la iglesia cuando quebraba con su hosco y repentino tañido el silencio de la melancólica atmósfera en las mañanas festivas, cuando avisaba del inminente inicio de misa y donde el campanero era un pequeño y débil chavalín que golpeaba repetidamente con un mazo, un aro enorme y mutilado por un corte sesgado.
De todos los recuerdos, el primero, era aquel beso que con tanto cariño me dio mi madre al despedirse de mí. Asido de la mano de mi vecino, caminamos juntos alejándome de mi madre y de mi casa, que recuerde, quizás fuese la primera vez que me alejaba tanto de ella, la miraba de soslayo mientras bajábamos la pequeña cuestecilla de mi casa hasta el camino que nos llevaría hasta el colegio. También recuerdo que hacia frío, para mí era muy temprano, pero asido de la mano de mi vecino caminaba orgulloso de ir al colegio, para mí era todo un acontecimiento, todo me parecía tremendamente raro y aunque retraído pero a la vez iba dichoso y feliz, recuerdo que me sentía un niño mayor, este recuerdo perdurara conmigo mientras yo ...


---unsotieleño---

yo viva.
También recuerdo que era invierno, días después de reyes, portaba yo de mi mano una cartera que le había suplicado infinidades de veces a mi madre que me la comprara, pero siempre me ponía la escusa de la economía, pero por fin la conseguí. Fue una mañana de reyes, estaba sobre la mesa de estufa, junto al canastillo de los caramelos y algunos mantecados, recuerdo que mi madre me tuvo que llamar la atención e instarme sobre los demás regalos. Recuerdo que esta carpeta era de color marrón y que en comparación con mi pequeña estatura, era enorme de grande. También recuerdo que en interior de ella portaba un cuadernillo de palotes, una cartilla con el abecedario junto a una caja de lápices de de seis colores, una pizarra y un pizarrín, estas eran todas mis pertenencias para pasar el primer día de cole, que para mí indudablemente era tan importante.
También recuerdo a la maestra, Doña Manolita, con sus pulcras gafas de armazón metálico y a las que a veces yo miraba dudando si llevaban cristales o no, con cabellos oscuros pero ya apuntaban algunos claros, raro para su edad y con vestido prolongado hasta más allá de las rodillas. También recuerdo que doña Manolita y el maestro, hablaban y hablaban junto a la puerta gris divisoria de ambas aulas, mientras yo me mantenía aun cogido de la mano de mi vecino, esperábamos de pie junto a la mesa del maestro para mi presentación. Dicha mesa, era de pino, de patas torneadas y a la que se le podían apreciar varias capas de barniz tintado, estaba ubicada en el centro de un lateral del aula y colocada sobre una tarima, quizás, para divisar toda la clase y de paso dar efecto de autoridad.
Algunos de los niños próximos a nosotros y de edad cercana a la mía, hacían mohines y mímica para hacerse notar, pero yo seguía cogido de la mano de mi vecino y fingía no verlos.
El maestro, era alto y fuerte para mi estatura y en aquellos momentos pensaba que era enorme, un gigante, cubría su cabeza con sombrero tipo mascota de fieltro de color negro o gris, según época, quizás para cubrir una enorme y blanquecina calva que se dejaba entrever por debajo del sombrero . En su cabeza habitaban cabellos canosos siempre rasurados al cero, de manos velludas y sus dedos eran enormes y vellosos en los carpos, también poseía vellos en los apéndices de las orejas y muy prominentes en las cejas, donde se podía percibir sin esfuerzos que se lo recortaba. Calzaba botas enormes, tintadas de color marrón, a excepciones que la utilizaba de color negro, pero siempre de media caña y con elásticos en los laterales, aunque estas a simple vista se les podía ver las grietas en los pliegues y las suelas y tacones desgastados y todo ello debido a la acción del tiempo y por el largo uso.
Siempre recordaré lo dictador y duro que era para con los alumnos, y especialmente con algunos de ellos, no sabiendo al día de hoy el motivo de su especial dureza con ellos. A menudo, pasaba gran parte de las mañanas y de las tardes amodorrado, apoyando los codos sobre la mesa y su cabeza sobre la palma de sus manos pero siempre atento tras las gafas de cerca y mirando a lo lejos por encima de su montura. En invierno, solía colocar una lona blanca en rededor de otra mesa supletoria, esta era cuadrada, donde ubicaba debajo un brasero que traía a diario de su casa.
Tal vez el mayor placer que me es dado alcanzar hoy en día sea el demorarme en recuerdos de la escuela y todo lo que con ella se relaciona. Empapado como estoy por la desgracia de ser un desconocedor e inculto del saber que para mí es tanto como una desgracia demasiado real.
Sé que me perdonarán que busque alivio, aunque...


---unsotieleño---

...leve y efímero en la debilidad de algunos detalles por vagos que sean. Esos detalles, triviales y hasta ridículos en sí mismos, asumen en mi imaginación una extraña importancia por estar relacionados con una época y un lugar en donde reconozco la presencia de las primeras y ambiguas admoniciones del destino que después me envolvieron tan completamente en su sombra. Permítanme entonces que recuerde la pasada ilusión de mi vida juvenil a la que coartaron con la autoridad más drástica, mas diría yo, con la dictatorial de un pedagogo incapaz o quizás quien sabe, si hastiado de su trabajo en la enseñanza, el cual sesgó con el pretexto de su descontento en su profesión y del deber de la enseñanza, pero que por tanto jugó un papel tan predominante en mi desconocimiento que durante tanto tiempo he maldecido a este profesor y, quizás siga haciéndolo mientras viva.


---unsotieleño---

Hola Alejandro quien era ti vecino