el sabor del campo El sabor del campo ¿Vale la pena cuidar al campo como quien cuida un hijo, para que golpeen en la cara del que lo trabajó? No hay fidelidad como la del hombre del campo, y no hablo, claro, de quien, sobrado de tierras, vive de la cómodo beneficio de las subvenciones, mientras blasfema de todos, política y jornaleros, y pide a gritos tiempos mejores que, en su pensamiento, sólo serían mejores para ellos. Hablo de la fidelidad de la gente que ama la tierra, la trabaja, se desvive por ella, en ella, y por más reveses que reciba, sigue dando la cara, el tiempo, la agonía, el sudor, la vida por el campo y en el campo. No hablo de quienes sólo conocen el campo de pasearlo a caballo o en todoterreno; hablo de quien lo pisa como si lo acariciara, de quien cuida el ganado como quien cuida a un hijo, de quien lo recoge, como se recoge una pasión mimada. No hablo de quienes el sudor del campo siempre lo vieron en otra frente; no hablo de las manos inéditas, que ni siquiera han cogido un terrón de tierra para deshacerlo entre sus manos; hablo del hombre que todo lo tiene en el campo, y por tenerlo todo, cada nuevo día que llega, ve que no tiene nada, porque sabe que el campo es el primer olvido de quienes dicen tenerlo siempre presente. No hablo de quienes tienen tantas tierras que pueden ir compensando pérdidas con ganancias; hablo de quienes todos los días se levantan y miran al cielo de la incertidumbre, yo hablo de esas personas que se levantan todas la mañanas con la incertidumbre de cuanto valdrá su fruta, su ganado este año. No hablo de quienes llevan toda su vida hablando mal del campo y no hacen más que seguir viviendo cada vez mejor a costa del campo. Hablo de quienes siempre salvan al campo y señalan a quienes tienen que señalar, porque saben que no es el campo, son los hombres quienes van a terminar por enterrar la tierra. Un olivar, una tierra de sembradura, una viña, un mato… ¿Cuánto vale más de medio año de desvelo de un hombre, toda la inversión de un hombre, un hombre hipotecado, para que después, cansado de aguantar soles, lluvias y penas, venga la mediadora mano del mercado a engordarse por esa trata —no trato— de frutos hermosos, tentadores, repletos de enamorada entrega? ¿Vale la pena cuidar al campo, como quien cuida un hijo, para que las puertas del mercado sacudan los bolsillos de quien lo trabajó? ¿Vale la pena alquilar, labrar y plantar una tierra para que dé menos pena, regalar la fruta o el ganado que malvenderlo? Y así, todo el campo de España. Y todo porque todas las “soluciones” son, más que agrarias, contrarias. Por eso el campo sabe dulce para esos que engordan sus bolsillos acosta del agricultor o ganadero y amargo para ese que se desvive por el campo, que siente el campo, como si formara parte de su cuerpo y ve que su esfuerzo y dedicación solamente ha servido para el beneficio de esos que manejan las llaves del mercado. |