Encinasola - Huelva

Era ya mediodía cuando despertó. La luz le impedía seguir durmiendo, soñando...
Permaneció en la cama y giró la cabeza en la almohada: asi podía mirar a través de la ventana.
Lo que vió, la hizo reír y llorar a un tiempo. Comprobó con nitidez absoluta que existían tres realidades: la suya, la que se encontraba en el exterior y una dimensión intermedia en el propio cristal.
Y no pudo ocultar que la certeza en la que nadaba constantemente la mantenía viva y feliz.
Guardó todas las lágrimas que resbalaban por el cristal para seguir viviéndolas más tarde...
Se levantó, descansada. Se envolvió por un momento en una niebla espesa, su manto preferido, y decidió traspasar la única puerta que dejó entrabierta la noche anterior.
Oyó una voz que reconocía... Aquella voz antigua, inalterable, que la persiguió en todos sus días, en todos sus sueños.
Pensó que era conveniente cerrarla para siempre. Pero ella jamás estableció diferencias entre el bien y el mal, porque éste le era desconocido.
Salió de casa y emprendió el camino al lago, a la paz. Salió desarmada, como era habitual. Sólo se permitió llevar consigo su equipaje de amores.
Para ella, que conocía de sobra la transparencia y los colores del cristal, nada resultaba imposible...