Visita a la sierra de un AUTOCARAVANISTA Sabor moruno en la sierra de huelva En el caso de tener que resumir en dos palabras el paisaje de la sierra de Aracena, no hay duda: pata negra. Estos dos vocablos definen la cultura popular y gastronómica que gira en torno al cerdo ibérico. Y es que la sierra es la patria del jamón de Jabugo, el más selecto derivado del porcino, que ahora ha cambiado su denominación de origen por la de “Jamón de Huelva”. La crianza tradicional del cerdo ibérico, alimentado con el sistema “montanera” (pasto de bellotas caídas al suelo), es una de las razones de la excelente conservación del bosque mediterráneo y la dehesa que cubre el norte de Huelva. Un escenario sorprendente para el viajero primerizo, que aterriza en esta comarca influido por el tópico de tierra reseca y áspera, y tropieza con una de las masas forestales más densas y mejor aprovechadas del sur peninsular. Encinas, quejigos, alcornoques y enebros, tapizan las suaves laderas de Aracena hasta cubrir las 186.000 hectáreas protegidas bajo la figura de Parque Natural de Sierra de Aracena y Picos de Aroche. El bosque es, además, una gran fuente de ingresos. De los alcornoques se obtiene el corcho. La humedad que produce la sombra de los árboles hace crecer pasto para el ganado. Cada invierno, los castaños regalan abundante cosecha de frutos. De la poda de las encinas sale la leña....etc. El intercambio económico, en fin, hace de la dehesa un ecosistema en el que explotación humana y protección natural caminan de la mano. Los bosques nos acompañan en el recorrido por los pueblos de esta serranía de Huelva hasta Aracena, la ciudad que le da nombre y capital de 31 municipios más. Asentada al pie de un cerro moteado por casas de muros blanquecinos y adobe, Aracena es una localidad tranquila y apacible, donde el único sobresalto del día es el pitido del tren turístico que recorre las calles. Un paseo por sus vías empedradas nos guía hasta la colina del castillo. La fortaleza fue levantada sobre los restos de otra andalusí, por las tropas de Portugal, que, durante el reinado de Sancho II, ocuparon la zona de 1233 a 1255. Esta situación de tierra fronteriza entre musulmanes, portugueses y castellanos ha modelado durante siglos la fisonomía y las costumbres en los pueblos de la sierra. Basta con echar un vistazo a la Torre del Homenaje, la única que se conserva de la fortaleza, para disfrutar de un frente mudéjar que combina la cruz de los templarios con un juego de “tsebkas” elemento decorativo copiado de la Giralda sevillana. Junto a la torre, está la iglesia del Mayor Dolor, la más antigua y querida de Aracena, con tres naves donde se funden los estilos gótico, mudéjar y neoclásico. Pero el mayor atractivo que guarda Aracena no se encuentra al aire libre, sino en el subsuelo. En pleno centro de la localidad, tras el portal de una casa, se abre una de las cuevas más bellas de España: la Gruta de las Maravillas. Por sorprendente que parezca, la localidad llevaba siglos instalada sobre una inmensa oquedad sin que nadie lo supiese. Aunque existen referencias escritas de 1886, fue a principios del siglo pasado cuando un pastor descubrió la entrada de la cueva en pleno centro urbano. De ahí que el acceso se haga por el número 9 de la calle Pozo de la Nieve. Una vez en el interior, al visitante le aguardan 1.500 metros de galerías, salpicadas por cuatro lagos y doce salas repletas de formaciones calcáreas. Y es que, a pesar de que la Gruta de las Maravillas no es de las más grandes de España, si puede considerarse una de las más coquetas. Apenas hay un rincón que no sorprenda por sus formaciones: pisolitas, columnas, estalactitas, estalagmitas y coladas conforman todo un repertorio calcáreo que hacen de la gruta el monumento natural más visitado de Huelva, muy por encima del coto de Doñana. Pero la sierra es algo más que Aracena, y se reparte entre otras localidades que conducen al visitante a un reencuentro con el sabor moruno de sus orígenes. Es el caso de Linares, pequeña población, a ocho kilómetros de Aracena, donde el tráfico de vehículos está restringido para proteger el casco urbano. Al tipismo de sus calles hay que añadir un curioso lavadero público de perímetro redondeado donde, a buen seguro, las tertulias de las mujeres lavanderas cundía mucho más que en los tradicionales de formas rectangulares. Muy cerca, en el sur de la zona protegida como parque natural, está Alájar, otro de esos pueblos que parecen sacados de un grabado costumbrista del siglo XIX. El lugar ofrece de nuevo el deleite de esas calles prietas y estrechas que se confabulan para impedir el paso de los rayos del sol. La mejor vista sobre el pueblo se obtiene desde la Peña de Arias Montano, un promontorio de toba caliza que domina el casco urbano y la gran mancha de bosque mediterráneo de encinas y alcornoques que lo rodea. Sobre ella se han construido un mirador y una ermita. Arias Montano, escritor, consejero y confesor de Felipe II, y autor de una Biblia políglota, nació aquí, en Alájar. Los vecinos, agradecidos con su ilustre paisano, le dedicaron este lugar. Y hasta aquí peregrinan cada 8 de septiembre miles de onubenses para asistir a la romería de la Virgen de los Ángeles, la más famosa de Aracena. Ese día, hermandades de todos los pueblos de la comarca acuden al santuario, a pie o en carretas. Desde aquí, el recorrido lleva a una docena de pueblos, como Santa Ana la Real, Castaño del Robledo, el famoso Jabugo o Cortegana, todos divididos entre el frenesí de la industria porcina, cada año con más adeptos, y la imagen adormilada de unas calles que nacieron para ser silenciosas y frescas. Desde el sosiego de alguna colina, la sierra de Aracena se abre a los ojos del caminante como un reducto de la naturaleza. Si es verdad eso de que viajar ayuda a romper tópicos, un periplo por Aracena nos hará olvidar aquel que rememora una Andalucía reseca, dura y esteparia. También comprobaremos como el afamado jamón se acompaña de forma maravillosa con modestas sopas de ajo, gazpacho de invierno, guisos de setas o “paspas” con verduras. Por la vida, ilis __________________ La vida, si no es una aventura excitante, no merece la pena ser vivida. |