Almonaster la Real - Huelva

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Escrito por Fermín López
miércoles, 15 de julio de 2009
El domingo pasado tuve la suerte de leer, de nuevo, a Arturo Pérez Reverte, pero esta vez tocando un palo que le desconocía y en el que se refería a la altivez y petulancia que prodigan los diputados que campan a sus anchas por la carrera de San Jerónimo al salir del circo en que han convertido tan digno lugar. No voy yo a viajar tan lejos y me quedo en San Juan de Ribera de Sevilla. Lo que Pérez Reverte vomita no es ni más ni menos que lo que muchos pensamos desde hace tiempo, esa añoranza en la forma de hacer política de antaño, en la ausencia de políticos significados y de entidad a cambio de un elenco de vividores, muchos de ellos sin identidad alguna y que tienen por mérito el haberse afiliado a sus respectivos partidos de forma astuta desde jovencitos, muchos de ellos sin ni siquiera el bachiller. Estos señoritos se dedican a pastelear el futuro laboral de la ciudadanía cuando no han tenido la dignidad de cotizar un solo día en sus menesterosas vidas.

No hay nada más parecido a un lavado de estómago que irse cualquier día de sesiones parlamentarias y atisbar el desfile que nos regalan “nuestros representantes” a las puertas del Parlamento andaluz, magníficos coches con lunas tintadas y conductores prestos al arranque, escoltas en posición, dietas a discreción y restaurantes maravillosos esperando para servirles las mejores viandas del lugar.

Salen altaneros, sin mirar más abajo del ángulo que delimitan sus axilas, muchos de ellos no entran en los vehículos oficiales hasta que les abren las puertas e incluso, algunos, son enchaquetados y desenchaquetados mientras siguen hablando por sus teléfonos, teléfonos que pagamos todos, como los coches que montan, los conductores y escoltas de los que abusan, los trajes y zapatos a la última que portan, por muy mal que les queden, es decir, cada minuto de sus actos genera un gasto público escandaloso que pagamos todos y ellos se pavonean como si fueran dueños de una petrolera o presidentes de bancos comerciales, cuando no son ni más ni menos que representantes elegidos por el pueblo para que gestiones eficazmente nuestros asuntos.

Pero claro, como dice Pérez reverte, esto que os cuento es un acto que emana desde la irreflexión, desde mi subconsciente, de esa zona noble que no puedo controlar y que me sale cuando paseando veo lo que veo porque como ciudadano serio y de a pie, cada cuatro años me dirijo a mi colegio electoral a hacer uso de mi derecho y ejercicio de mi deber y como consecuencia de ello luego uno vomita lo que vomita aunque, esto no es más que un botón de muestra, porque si algún día contara lo que sé…