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Paseo por Valdeconcha 1

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Paseo por Valdeconcha 1
No ha llovido poco desde aquellos años en los que, con cualquier buena amistad de la Villa Ducal, solía acercarme alguna que otra tarde por estos solitarios valles del Arlés en donde ahora estoy. Atrás he dejado hace unos instantes la añorada Pastrana de otros tiempos, con la minúscula ermita de las calaveras asomándose a los huertos, en donde, los que saben de aquellas cosas, aseguran que rezó Teresa de Ávila y se inspiró San Juan de la Cruz para su Cántico Espiritual.
La vega de Valdeconcha es hoy un tupido complejo de girasoles, de árboles frutales y de olivares, con una legua casi de extensión, en cuyo final se alza la altiva fábrica de su iglesia de la Asunción, encajada como entre dos vertientes que concurren en ambas riberas del arroyo.
Es la media tarde; un poco antes quizás. Llego al entrar a una casona blanqueada y de saliente alero. Una parra sobre la pared esconde discretamente los racimos a punto de miel bajo la fronda mullida de los pámpanos. Al otro lado de la calle hay una huerta semidesierta, a la que sirve de límite el muro de unas ruinas de apariencia noble. Los otoñales volúmenes del solar se reparten en desigual proporción entre las ramas de las higueras, del cañizal, de los perales y de los granados. Las granadas de los huertos de Valdeconcha, como pasa con las de Pastrana, se ven devaluadas en su estima por los propios campesinos del Arlés, los cuales aseguran, sin que les falte razón, que es un fruto insípido y con mucho hueso. El gallo de la veleta contempla serenamente la panorámica de los campos bajo una crucecita de hierro negro.
- ¡Chico, no dejes de ir adonde te mandó tu padre!, le dice por el ventanillo de su puerta la madre a un rapaz que se va haciendo caso omiso.
Dos perros iguales bajan hacia mí enfadadísimos cuando intento subir con dirección a la torre. Los dos perros me ladran a la vez con el lomo encrespado en un desconcierto infernal. Cuando se cansan, sin que yo les haya dicho nada, se van los dos.
En algunas de las puertas que encuentro al subir hay letreros que dicen: “Peña el Delfín”, “Peña la Cobra”, “Peña el Sur”, una a continuación de otra en la misma calle.
La plaza vieja es hermosa, cuadrada, la preside en su mismo centro un olmo enorme atacado del mal. Detrás se yerguen malamente, sosteniendo como pueden el peso de sus cuatro siglos, las columnas de piedra de la Casa Consistorial. La bandera de España cuelga lánguida de su mástil en el balcón. La estampa es de un rusticismo impresionante. Por una de las ventanas destartaladas que hay por encima de las columnas, se dejan ver, viejos y aburridos, los bancos bipersonales de la antigua escuela de niños. Una plancha de mármol cogida a la pared reza en la misma fachada: “Plaza Constitucional”.
- No se crea que es de ahora, que esta plaza se llamó siempre así. El letrero estaba ya de antes.
- Me he dado cuenta. Ésta de abajo es otra cosa. Se ve que es más moderna.
- Sí, a ésta le decimos Plaza de la Fuente.
Cuando don Blas Lozano me señalaba con la mano hacia los tres chorros que cuelgan desde el monolito hasta el pilón que comunica con el abrevadero, las abejas andaban merodeando por los bordes como muertas de sed.

Enviado por: Tere45 | Ultima modificacion:18-08-2013 23:41
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Foro-Ciudad.com - Ultima actualizacion:15/01/2020
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