Cuevas del Campo - Granada

EL CAÑO JORGE
Rayando el alba, la luna se velaba suavemente
por su decadente ocaso.
Su nardo majestuoso traspasa el plácido y tranquilo pecho del cielo.
Su cara alegre, vestía con sus rayos de plata el barrio, confundida con el agua del caño.
Desde mi balcón observaba el tropel de las herradas mulas, trotando sobre las vivas piedras de la calle.
Hilos de resplandores venían del firmamento,
Reflejaban las fachadas encaladas del barrio,
se percibía olores puros, a nuevo día, recordando la vida,
me embriagaba el encanto al ver en los campesinos, la parsimonia
con la que acompañan a sus animales domésticos,
expresando sus rostros ternura de niñas y fuerza de ángeles.
Pero cuando el calor imponente, se hacía intolerante;
arreciando con sus garras, que surgían de entre sombras polvorientas,
pasaban encorvados y en silencio, buscando protección en sus casas.
Prenden cigarros, pareciendo luciérnagas, colores brotaban por doquier tiñendo los gestos de las duras manos, mientras sus labios se abrían en palabras y gestos, que transportaban hasta el campo.
sellando miedos, lanzando el reto de volver de nuevo a las frescas casas sin mirar espantos
y ajustando el sueño.
Al medio día, las mulas sueltas buscan el caño, el abrevadero,
nuestro pilar limipio, cuyo chorro delgado, su impacto rompía el silencio,
era el observatorio, nuestro encuentro,
porque allí, sobre su alrededor, después de la siesta, recostados en su pila , atisbábamos y relajados, se trazaba el cosmos,
creábamos estrellas, se revelaba los mundos,
y viajábamos por entre el silencio, por entre la paz, sin medios,
Y de pronto ante nosotros, irrumpía hacia la derecha, perfumando el viento, la balsa del veterinario,
cuyo huerto y jardines engalanaban el pórtico en la esquina de mi barrio.
Hoy todo es recuerdo, abrazo, saludo el tiempo,
no veo nada ni casi a nadie
solo un reflejo de mi pueblo.
Oliendo el aroma a potage o a puchero por aquellas casas.
Lo escaso y moderado marcó mi generación.
El tía de las ....., y su secreta visión,
el esparto en sus atochas,
el rugir del viento en Zabroja,
y el olor a jamila de las almazaras.
El esplendor de la niñez despierta,
después de los tranquilos meses de verano,
y en el corazón, se alberga una esperanza,
que germinará fuerte y no olvidará nunca,
porque el mañana, es hoy... AR desde el caño j.