Cojáyar de las letras de P. A . Alarcón COJAYAR EN EL LIBRO DE PEDRO ANTONIO DE ALARCON: LA ALPUJARRA. A las cuatro de la tarde; es decir, dos horas después de lo establecido en el programa del día, salimos de Jorairátar, totalmente reconciliados con aquel fiero lugar, donde tan bien lo habíamos pasado todos... y yo particularísimamente.- Es muy dulce poder reír de corazón después de haber llorado dentro del alma..., y es más dulce todavía heredar amistades de nuestros padres, ¡herencia bendita, que parece un legado de su honra! Decía que salimos de aquel pueblo con dos horas de retraso. Resultó, pues, que, por mucho que apretamos a las cabalgaduras, ya oscurecía cuando dimos vista a Cojáyar, -lo cual consistió también en que rodeamos mucho, a fin de pasar por el Cortijo de los Naranjos. Cojáyar, es un lugarcillo de 579 habitantes, dependiente de Jorairátar en lo eclesiástico, y famoso por sus riquísimos higos, que constituyen su principal cosecha.- El patrón del pueblo es San Antonio, pero se celebra el 9 de setiembre. No puedo decir más de Cojáyar, pues mientras subimos desde la estrecha rambla de su nombre al alto cerro en que está situado, hízose noche completa, y por cierto una noche tan oscura como boca de lobo. En cambio, mucho y muy bueno pudiera contar de la agradabilísima velada que pasamos en casa del excelente amigo con quien estábamos citados. (Y digo velada, porque fueron cerca de tres horas las que estuvimos allí, en medio de su familia, esperando a que saliera la luna para continuar nuestro viaje...) Pero me contentaré con meras indicaciones de los componentes de aquel cuadro, tal y como en este momento se lo representa mi memoria. Figuraos todas las tinieblas nocturnas sobre los misteriosos montes de la Alpujarra: figuraos en uno de los negros pliegues de esos montes un pueblo solitario, casi desconocido del mundo, sin alumbrado ni sereno, y sumergido en el silencio más hondo, cual si fuesen ya las dos o las tres de la madrugada: figuraos una casa de ese pueblo, cerrada y muda como todas las demás, y al parecer invadida, si no por la muerte, por su hermano el sueño; y figuraos, en fin, dentro de esa casa una tertulia como las del mundo civilizado: su camilla con su brasero, su alegre quinqué, una amabilísima señora, cuatro señoritas a cuál más guapa y más discreta, un afortunado novio (que hoy ya es marido), delicadas labores, libros modernos, chispeantes conversaciones, amor en unos ojos, en otros melancolía, en otros jubilosa indiferencia, sonrisas en todos los labios, buenas ausencias hechas a personas queridas, y, en el fondo del cuadro, -unos viajeros que aguardan la salida de la luna para seguir su peregrinación a través de espantosos breñales y del frío desamparo de la noche... Así fue: a cosa de las nueve nos avisaron que la Casta Diva había aparecido en el humilde horizonte de Cojáyar...; y, acompañados de ella, o más bien acompañándola nosotros en su melancólico viaje; después de darnos muchas veces por muertos en los malos pasos que ya conocéis, y sobre todo en la famosa vereda puesta de canto y en las cuestas de Mecinilla, llegamos al fin a Murtas sanos y salvos y muy satisfechos de nosotros mismos, aunque yertos de frío, rendidos de cansancio y cayéndonos de sueño. HABRA QUE AVERIGUAR CUAL ERA LA DICHOSA CASA EN LA QUE PARO Y CUAL ERA LA FAMILIA CON TANTAS MUJERES Y TAN GUAPAS. |