Barranco Ferrer - Granada

BREVES VIVENCIAS DE UN NIÑO RURAL

JUNIO.-
Hay que barcinar. El trigo y el avenate están a punto y luego comienzan las bullas para coger turno en la era. El primero que llega, trilla, y los demás van colocando sus haces alrededor. A todos les interesa que cunda. Por eso todos colaboran para darle vuelta a la parva, arremeter por los lados con las horcas, subirse en la tabla, entonando alguna temporera al compás del trotar de los mulos, y sobre todo ablentar : Sentados bajo el algarrobo, mirando la banderola, los hombres se fuman un par de Ideales. Si ven que se alza la tira de harapo, cogen los bielgos y como si les dieran cuerda, todos a un tiempo sin premeditarlo, lanzan al aire las paladas de paja y grano a una precisa altura en consonancia con la fuerza del viento. Si éste para, hacen un par de intentos y vuelven a la sombra. Alguien pasa una cuartilla de vino a la que todos aplican un solemne trago.
Una vez separada la paja del grano comienza el acarreo. Ayudados de la cuartilla se van llenando los sacos que a lomos de los mulos llegan a las trojes ubicadas en las cámaras para evitar la humedad. La paja se llena en herpiles y si tiene muchas granzas también se usan las barcinas, con las mallas más grandes. Los pajares también están situados en la planta de arriba y algunos tienen una trampilla por la que cae la paja directamente al pesebre.
Para los niños estas faenas suponen una diversión y nuestra mayor ilusión es subirnos al trillo o a la tabla y quedarnos por la noche a “guardar la parva”, aunque no peguemos un ojo.

JULIO Y AGOSTO.-
Mi padre se ha pasado la mañana ensartando el cabrahigo en los espartos. Esta tarde los colgaremos. Los primeros higos están pintones.
También las allozas se han hecho almendras y están tirando la cáscara. Comienza el abareo y recolección. Aquí pringamos todos. En una recacha, bajo un sol que funde y atronados por el estruendo de las chicharras rebuscamos entre los pinchos cuidando de que un avispero no nos ponga al galope. Cuando termina la recolección, los niños tenemos permiso para rebuscar en cualquier finca y vender nuestra propia cosecha.
La recogida de los higos se hace odiosa. De tres a cuatro veces hay que recolectar la misma higuera. Luego a solear en los paseros . Los mejores se echan bien apretados en un cajón para comer durante el invierno. Otros se utilizan para hacer pan de higo. Los feos se los comerá el romo.
La última recolección de estos meses es la de la algarroba. ¡Cómo cunde coger y llenar sacos! Algunas tienen tan buena pinta que nos las comemos.

SEPTIEMBRE.-
El dios Baco ha despertado. Se colocan los grandes capachos sobre la albarda y a la viña. Los racimos negros, verdes, dorados… viajan a los lagares. Los hombres se calzan las agobías y, como si de una danza se tratara, van pisando la uva. Por la piquera destila el mosto hacia el tonel o el pilón. Llenamos el cuenco de calabaza y nos hartamos de zumo recién exprimido. A los pocos días comienza a hervir y cuando se para se trasiega a otro tonel donde envejecerá ( si le da tiempo). Con el pesamostos miden la graduación que tendrá.

OCTUBRE.-
Han terminado las vacaciones y volvemos a la escuela. Este año ha venido una maestra mayor con dos niñas. La vemos un poco rara. La niña mayor presume de la música del Duo Dinámico, que a nosotros ni nos suena. En los discos dedicados se escucha al Niño de la Huerta, a Pepe Pinto, a la Paquera…, pero eso de “dinámico”, ni idea.
Hoy ha venido el recovero . Comienzan las primeras lluvias, que suelen prolongarse hasta el invierno.

NOVIEMBRE – DICIEMBRE.-
Tras las primeras lluvias los campos se preparan para la labor. Nosotros tenemos aparcero. Después de la escuela solemos acercarnos a alguna besana que no esté pecha a ver si nos dejan echar un surco. Apenas si llegamos a la mancera. El mulero está pendiente no vayamos a pinchar un mulo con la reja. El enjero bailotea de un lado a otro y parece soltarse del ubio. ¡Pena de surco! Habrá que volver por el mismo sitio.
Los días que llueve, los mayores suelen reunirse en la precuadra de Frasquito, al calorcillo que sueltan las bestias. Allí, con el esparto majado hacen pleita y sogas. Cada uno cuenta sus mejores historias de la guerra, de la mili o de apariciones, que a los niños nos encantan.

ENERO.-
Tiempo de matanzas. Los marranillos que se venían tras de nosotros a comer al campo ya están cebados. Tienen alrededor de 16 arrobas. Desde el día anterior, con ese olor a cebolla cocida, estamos inquietos. Tenemos el corazón dividido entre la pena de ver morir a uno del grupo que forman las personas y animales en el mundo rural y el nerviosismo de un día distinto en el que se reúnen los vecinos para colaborar y comer y beber juntos. A las 6 de la mañana estamos levantados acercando las abulagas para quemar los pelos. El matancero afila la faca en una piedra y el amanecer se atrona con los chillidos del cerdo. Negros se ven los mayores para subirlo a una robusta mesa baja y matarlo. Una mujer mueve constantemente la sangre con la que después harán las morcillas. Los perros merodean por los alrededores barruntando un buen día.

RESTO DEL INVIERNO Y PRIMAVERA.-
En invierno las noches son muy largas y las tardes muy cortas, por eso los niños después de la escuela no vamos al campo. Tampoco hay mucho que podamos hacer. Hasta que haya que empezar a mancajar el trigo…
Jugamos un rato al pali mocho o a pajarica la madre y pronto oscurece. Hay que cenar y acostarse. Mi madre cuelga el candil encima de la mesa mientras comemos y luego mi padre nos obliga a leer, hacer operaciones y algún problemilla. La noche en que algún vecino nos visita disfrutamos: echan otro par de troncos al fuego de la chimenea donde mi madre ha guisado y hablan del campo, del tiempo, del viaje a Castell (8 km.) , del reuma de la tía Gracica o, en voz muy baja, de lo que dijo anoche la Pirinaica. Las llamas dibujan sombras en las paredes. Fuera ladra el Colín.