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Noche de San Juan

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España > Cuenca > Villaescusa de Haro
Noche de San Juan
Noche de san Juan
Moragas en la plaza y en cada calle. Se sale al fresco y se ven las hogueras que encienden los jóvenes. Los chicos saltan sobre ellas sin temor a quemarse, las chicas los miran burlándose de sus proezas, sin acercarse demasiado al fuego para que no les salpiquen las chispas a sus vestidos.
Los más pequeños se sientan en el suelo de las aceras, todavía calientes por el sol de todo el día. Recogen palos y ramas secas de los chopos de la Pesquera y del camino de Rada. Los apilan y los van echando poco a poco, pero lo que mejor arde es la hojarasca de las carrascas, la jara seca y las aleagas.
Esta noche es sagrada. Es la más larga del año y además es la de las curaciones. Los herniados has estado esperando que llegue esta noche para curarse. Han buscado a tres hombres que lleven el nombre de Juan y tres mujeres con el nombre de Maria. Porque la tradición dice que tienen que ser tres Juanes y tres Marías las que operen el milagro. Si no se encuentran, la cura no puede hacerse, no surtiría efecto. Además tiene que realizarse con los primeros rayos de sol, ni antes ni después, justo cuando el astro aparece en el horizonte. Por eso un hombre se desplaza al cerro más alto del pueblo, a Santa Bárbara o a las Loberas, y desde allí, cuando apunta el día, dispara dos tiros con la escopeta. Es el momento en que los de abajo, los Juanes y las Marías cogen a la persona enferma en brazos y se e la pasa uno a otro diciendo:
-Yo te la entrego Juan.
-Yo la recibo María.
-Yo te la entrego María
-Yo la recibo Juan.
Esto ocurre en las mimbreras del camino a Belmonte. Un lugar apartado del pueblo y a salvo de las miradas de curiosos. Los participantes en la ceremonia mágica se adentran entre las cañas y allí dentro, en un claro, realizan el ritual en silencio. Solo se oye la cadencia de las palabras del Juan o de la María recibiendo o entregando al enfermo. También, cuando el niño es pequeño, los llantos de la criatura y el ro ro ro de la madre intentando acallarlo.
Algunas veces, los enfermos no son tan jóvenes y, en cambio, los Juanes o las Marías, si lo son. Pero eso no importa para la magia. Eso, a veces, hace más mágica la mañana de San Juan.
Y si la herniada es la joven más guapa del pueblo y uno de los Juanes es el chico que está enamorado de ella, entonces, la experiencia puede ser inolvidable.

Hoy la muchacha tiene unos doce o trece años. Está en plena pubertad aunque su madre parece no darse cuenta de que es toda una mujer. Uno de los Juanes, al que llaman Juanito, es poco menos de su edad, aunque como es fuerte y grande lo han llamado para que participe en esta ceremonia de adultos. Al principio, el chico, rechazaba formar parte de esa costumbre que le parecía una “antigualla ”. Sin embargo, cuando se enteró de que la chica que iba a tener que sostener en brazos era la joven a la que cada tarde intenta acercarse sin éxito, la que lo rechaza cada vez que la invita a bailar y que baja la mirada, con recato, cuando alguien le busca los ojos, entonces acepta, fingiendo que lo hace para complacer a su madre y a los que con tanta insistencia han venido a pedirle ese favor.
Esa noche, Juanito no puede dormir.
En la plaza da los saltos más altos y más arriesgados sobre la hoguera. No teme quemarse, porque el fuego que lleva dentro le hace temerario e indemne a cualquier llama de la leña.
Salta, bromea, hace bravuconadas con los amigos y recorre con ellos todas las hogueras del pueblo. Hasta la última. Cuando todavía las brasas no se han apagado, se apuesta con otros a ver quién es capaz de pasar sobre ellas con los pies descalzos. El pasa el primero, con la seguridad de un avezado faquir, después los demás le siguen con risas y alguna exclamación de dolor. Y cuando ya no quedan más que las cenizas, se manchan la cara con ellas unos a otros para que les de suerte para el próximo año, o para recordar que somos ceniza, que diría el cura. Sí, ceniza y polvo es lo que dicen, pero en este momento Juanito es más bien “polvo enamorado” como el poeta del más famoso soneto de Quevedo.
Se van todos y él se queda en la calle, despierto, esperando que llegue la madrugada para reunirse con los otros Juanes y las Marías. Esperando que llegue la aurora del que será, para él, el día más afortunado del año.

La magia de la noche no se acaba ahí. En los patios, algunas abuelas ponen palanganas y lebrillos con agua y pétalos de rosas para que se bañe San Juan. Al día siguiente, esa agua , bendecida por la presencia del cuerpo del santo, el más bello de los discípulos de Jesús, tendrá propiedades mágicas que durarán todo el año, hasta el próximo veinticuatro de junio que tendrá que renovarse.
La abuela y las nietas, por la mañana del día más largo del año, irán lo primero al patio a mojarse las manos y la cara en esa agua bendita y luego guardarla en botellitas de cristal para que dure los trescientos sesenta y cinco días siguientes. Con esa agua se curarán las heridas de las caídas, los dolores de cabeza, e incluso los dolores menstruales. Pero sobre todo, mantendrá la piel blanca y el cutis terso de la abuela y de las nietas, porque también es un remedio de belleza.

Enviado por: Luz gonzalez | Ultima modificacion:05-04-2008 12:23
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Foro-Ciudad.com - Ultima actualizacion:15/01/2020
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