Viaje al centro de la tierra La verdad, en tanto que concepto moral, no ha estado muy clara. En realidad, a medida que el mundo se ha hecho mayor la verdad ha dejado de ser un valor para convertirse en un resultado estadístico. Cuanta más gente cree en una falsedad, más cierta llega a ser. Enfermedades, venganzas y miedos no tienen una explicación convincente. Se trata simplemente de versiones exculpatorias. Todo lo que nos pasa es responsabilidad nuestra. Ya no somos víctimas de nada sino simplemente tontos útiles de nuestra propia estulticia. La ambición de los poderosos no es muy distinta de la ingenuidad con la que en su día nos creímos a los charlatanes de la banca. Y en esas estamos: con presidentes caídos, con parados crecientes, con recortes en la sanidad pública, con los chismes maledicentes de las agencias de rating y con la hispana gallardía de decir amén a todo lo que la institutriz Merkel tenga a bien decirnos. ¿Acaso a todos los países les sucede lo mismo? Toda Europa está ocupada. ¿Toda? No, porque una pequeña nación insular hace como si resistiera al invasor. Me refiero a Islandia, ese lugar en el que sus habitantes han decidido llevar ante la justicia a los bancos que han emponzoñado sus ahorros. Bajo el volcán cuyas cenizas mantuvieron cerrados los cielos europeos, la sociedad civil no parece dispuesta a dejar que los banqueros se vayan de rositas. En 1864, Julio Verne llevó a las laderas del Snaefellsjökull al profesor Otto Lidenbrock y sus compañeros para descubrir qué se encontraba en el centro de la Tierra. Y ahí estaban vegetaciones gigantescas, nubes tóxicas y animales antediluvianos dispuestos a emerger a la superficie. Un siglo y medio después ya sabemos que los culpables islandeses nos quieren como cómplices. Mientras en España continuamos en actitud genuflexa ante el sistema bancario, los administradores de la gran mentira universal cierran créditos, insultan a sus cuentacorrentistas y vierten lágrimas de saurio porque sus beneficios han bajado un poco. La verdad está en sus manos. Y en las nuestras, la resignación de no saber ir a ninguna parte. |