En una playa de España, de cuyo nombre no logro acordarme... Le pregunté a mi madre dónde estaba mi hermano, y ella sin apartar la vista de la tia que tenía puestos unos rulos enormes y le daba a la sin hueso a una una velocidad de escándalo, me señaló con el dedo la orilla de la playa. Para allá me encaminé y tras recorrer los cinco o seis metros de separación entre la orilla y mamá, me encontré con que no encontré a mi hermano. Miré a un lado y a otro y nada. Entonces miré a mamá. Seguí a con la vista clavada en la tía de los rulos, que digo yo: ¿qué coñio hace una tía con los rulos en la playa? Eso se hace en la pelu o en casa, ¿no? Bueno, al no ver a mi hermano, decidí partir en su busca. ¿Por aquí o por allí? Por aquí, o sea, por la izquierda. Allá iva yo, decidido a encontrar al hermano perdido sin más equipaje que un minúsculo bañador y reliado en aquella horrible toalla de rallas rojas, negras y azules que hacía daño a la vista incluso si la mirabas con los ojos tapados. Así que caminé y caminé y por más que caminaba a mi hermano no encontraba, pero yo seguí caminando. Hasta que alguien se dirigio a mí: -¿qué haces aquí? Anda que la que se ha liado, todo el mundo te está buscando. Vente conmigo- No recuerdo su nombre, pero si recuerdo que tendría unos cuatro o cinco años más que yo y unos pelos a lo afro que la hacian paracer aún más alta de que lo ya era. Esta era la hija del Raya, la hija del chofer del autobús y ese día se combirtio en una pequeña heroína. En más de una ocasión me encuentro pensando en que hubiera sido de mí si esta niña no me hubiese encontrado. Tal vez me hubiera encontrado otra persona, o simplemente me trincara alguien que no debía, no lo sé. El caso es que cuando llegamos al punto de mi partida y ví a mi madre llorando… ¿qué quereis que os cuente? Pues la verdad es que yo nunca me sentí perdido. Durante todo ese tiempo pensé que cuando me cansara de andar, con darme la vuelta y volver por donde había venido, tenía bastante. Pero claro, cuéntale tú este razonamiento a tus cuatro años a un grupo de adultos asustados y cabreados. Por lo visto me pegué un buen rato dándole a la pata. Tal vez en ese momento se despertó mi pasión por ir a todos lados caminando, y por supuesto la puñetera costumbre de irme y no decir a donde me voy, simpemente porque hasta que no llego al sitio, no lo sé. Caminante, no hay camino... Buenas noxes. |