Fuente Obejuna - Cordoba

Los copiones de la SGAE

LUIS MIRANDA
Jueves, 20-08-09
Puestos a pedir, yo le reclamaría a la SGAE derechos de autor por su lujurioso afán recaudatorio. Sería hilarante hasta las lágrimas ver esta película del cazador de dinero ajeno cazado, del burócrata vampiro tomando su propia medicina, de los campeones del sablazo admitiendo que tanto ingenio para trincar no lo han aprendido solos, sino que tienen un manual con sus derechos de autor correspondientes. Estos mercaderes de las ideas y de la creatividad, a los que sólo falta imaginar con los falsos clichés de los viejos prestamistas judíos, harán todos los latrocinios que quieran, pero no son nada originales en su voracidad de apropiaciones.
Mucho antes de que la SGAE copiara su arte de robar el producto del que trabaja, los estados y las administraciones habían señalado el camino. Los diezmos del Antiguo Régimen les servían para castigar sin piedad y mantener a todo el mundo en la indigencia con explicaciones teocráticas y milenaristas, pero con la Ilustración y las revoluciones tuvieron que darle al robo un barniz racionalizante, una pátina de buenismo y hasta de justicia social que sirviera para enmascarar la pura codicia de las máquinas de poder que nunca dejan de consumir recursos.
Hablando de reparto de riqueza, de contribución al desarrollo y de servicios públicos, los políticos que no habían conocido más esfuerzo que el de la medra y el conciliábulo y los burócratas aislados en su laberinto de solicitudes y letra pequeña fabricaron un monstruo obsesionado con la imposición y el secuestro de bienes, un bicho voraz con esqueleto de cristal y piel de palabrarería vana que se comía todo lo que generaban la abnegación de los autónomos, el empuje entusiasta de los pequeños empresarios y la laboriosidad de tantos asalariados. La democracia, con ese raro salto al vacío que inutilizó las administraciones a base de multiplicarlas y de llenarlas de bocas locuaces y tragonas que alimentar, sembró un desastre de gastos sin control y siguió gravando cualquier cosa que sirviera para alimentar a una casta que dice trabajar por mejorar el nivel de vida de un pueblo cuya realidad ni padece ni conoce.
A veces ni las palabras sirven para esconder que tras el afán de confiscar no hay más que voracidad, porque nadie puede llamar más que hipócrita a quien desaconseja de palabra el alcohol, el tabaco y el juego y fomenta por la espalda unos vicios que le dan muchísimo dinero. Otras veces las tasas y sablazos alcanzan cotas ridículas. Allá por 1997, los universitarios de entonces nos levantamos contra una tasa de 6.000 pesetas que impusieron en la matrícula en concepto de mantenimiento de expediente.
En una facultad como la mía, donde la secretaría funcionaba sin ordenadores, los expedientes se amontonaban por los rincones y a veces hasta uno mismo tenía que hacerse las fotocopias, aquello era un chiste tan malo que más de uno pensábamos si esa pasta no serviría en realidad para pagar las gambas y la cerveza que los funcionarios se metían los viernes entre pecho y espalda.
La SGAE que ahora atraca a los pueblos humildes de Zalamea y Fuente Obejuna podrá seguir cobrando por cualquier cosa y mirando por los rincones qué letra, qué línea y qué palabra le sirven para financiarse, pero tendrá que saber que también ella se inspira en algo superior. Se fija en una obra de arte suprema y perfecta, pues no puede ser menos la ficción escalofriante de intentar hacer creer al ciudadano que las rapiñas en la nómina y las multas arbitrarias de la Policía Local en realidad son por su bien y que además sirven para construir una sociedad más justa.

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