San Lorenzo de Calatrava - Ciudad Real

Esta noche...
Viernes, 27 de Agosto de 2010 19:33 <a href='/index.php?option=com_community&view=profile&userid=1606&Itemid=68'>Jotamor</a> No habías vuelto al sitio desde que, quince días antes, elegiste el chaparro y ataste a su cruz una fina cuerda de cáñamo que quedó suspendida a una cuarta del suelo. La deslias hoy de las ramas más bajas con paciencia, sin romper una hoja. Atas a su extremo el rifle y lo dejas apoyado sobre el tronco. Trepas con la mochila puesta hasta la cruz, y te la quitas, y te acomodes, o tú crees que te acomodas. Y miras la baña, enfrente, de un rojo que alimenta.

Las jaras de alrededor están más salpicadas. Son ya suyas el agua y ese barro. Ha ido creciendo su confianza y se sacude ya el pelaje embarrado, con fuerza y sin ningún miedo. Tiras de la cuerda, vas subiendo el rifle y le metes dos balas. La empinada cuesta y el largo rodeo a contraviento te ha hecho sudar. El lubricán está empezando a levantar su fresca brisa y el sudor se te va helando en la nuca. Pero te sientes cómodo y capaz de aguantar toda la noche. Tienes que amanecer allí, quieto. Y en tres horas, serás tan del monte como lo es la cuerda ya.

No es buena la primera hora. La mente va y viene hacia las últimas preocupaciones y los músculos no acaban de hacerse a la idea. Por fin, los problemas y los calambres se van yendo juntos. Y te quedas realmente solo... y sólo a lo que has venido. No sabes si vas siendo más tú mismo pero, al filo de la segunda hora de espera, te pareces a quien tú quieres ser, sin otras circunstancias que el monte, rodeándote. Ha ido haciéndote suyo. Y lo eres en cuanto desaparece la brisa y, en calma, empieza a refrescar.

Se van encendiendo todos los ruidos de la noche. La luna, escoltada de nubes, no te permite distinguir bien todavía si son o no ciervas las que trajinan y crujen a tu izquierda. Al principio, son siempre cautas las pisadas pero, si sigue nublado, van relajándose conforme la noche avanza.

De repente, cuando tienes ya perdida la noción del tiempo y ni miras un reloj que ya no es tuyo, las nubes se desplazan veloces hacia el norte. La luna se desnuda, brilla intensa y se derrama generosa en el jaral. Y sigue... más rápida que antes, avanza directa hacia la baña. Y en ella parece que se para y se recrea, se refresca y te deslumbra. Te bajas la visera de la gorra a media frente y ves mucho mejor. La sierra, ahora lechosa, temiéndole a la luna, parece que se muere.

Y por debajo de ti van pasando los pasos y las horas... Y ese trajín va emborrachando tu espíritu. Y cuando más pasmado estás...

De pronto ¡Un terremoto! Una loca carrera rompiendo el monte hacia la baña, seguida del torpe y placentero chapoteo. Mientras se revuelca y gruñe incauto, comparas el bulto con la primera mata ¡No es él! ¡Ni mucho menos! Y suspiras.

A la media hora, sin haberse escuchado más ruido que su insensato pataleo, se levanta erizado y corre hacia ti como espantado. Se para a tus pies, a un metro del tronco, y se queda allí, quieto, venteando. Piensas que te busca, pero enseguida deduces que no eres el culpable. Inoportunamente, tu pierna izquierda empieza a temblar y tienes que cambiar lentamente la posición de la bota. Mientras tanto, algo cruje enfrente, calculas que a cien metros. Arrecian los temblores de la pierna y así te quedas, quieto, con el talón izquierdo de canto sobre una rama. Abajo, el medio cochino, también quieto, con el hocico levantado. Y lo que viene de frente, que crees que te intuye, se retrasa más de media hora en entrar. Justo el tiempo, piensas, que han tardado en posarse de nuevo los barros. Justo el tiempo que sabe que tardan los nervios en destemplarse. Justo el tiempo necesario para convencerse de que no existes. Gracias a la altura de la encina, tus vientos van bien lejos y no huele más que al escudero, embobado y quieto a tus pies como una estatua.

¡Increíble! En cuanto suenan las pisadas en lo más húmedo y oyes su leve chapoteo, el cochinete se lanza a corretear, sin alejarse, hozando por los alrededores. Es la estrategia de siglos. Pero el bulto negro de enfrente permanece ahora quieto y clavado en los primeros barros, pendiente del teatro. Otra media hora, calculas, mientras el escudero registra, finge, actúa y juguetea entre las jaras. Ahora son las dos piernas las que se han arrancado a temblar a discreción y sin compás. No las sientes. No son tuyas, piensas. Y los brazos, que sí lo son, todavía, van terciando lentamente el rifle y adelantando el cañón.

El bulto negro, por fin se hace el doble de grande al asomarse al claro. Se tumba en el barro y se levanta sigiloso. Se tercia y te muestra el costado. Se echa el telón, ha acabado la función. Parece más calmado, pero sigue en exceso precavido y silencioso... Y aguantas... Y crees que aguantas.

Tienes que esperar que se relaje, no sabes bien por qué, pero te lo pide alguien desde dentro. Y cuando oyes tu corazón latir garganta arriba, y crees que él también lo va a escuchar, apuntas... Un tenue temblor y... ¡disparas!

Y otro terremoto de jaras tronchándose. La sierra entera se ha partido por la mitad. Y tú suspiras hondo porque te ahogabas. Y él gruñe, rabia, pero no se queja. Se está muriendo a cien metros. Escuchas el pataleo entre ronquidos. Y las carreras del escudero que se aleja, vuelve y se cruza bufando, éste sí, con más genio del que le suponías. Sus protestas se van alejando. Miras el reloj y son las seis. Está clareando el día. Acertaste a intuirlo, era su hora. Y ahora es tuya.

Y es la vida, así, una hora tras la otra. Y ésta es tuya y se queda para siempre contigo. Da igual que la escribas o no la escribas. Da igual que alguien la lea, que la entienda o no la entienda; y la desprecie o te la robe..., porque es tuya.
Written by :
Jotamor


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