Mestanza - Ciudad Real

Cuando el nuevo día presenta sus cartas, y apenas las primeras luces sobresalen por la sierra, ya están en el pueblo Luisito (huracanes), Pedro (Barato) y Jubo; ellos son los responsables de que en Mestanza se comiera algo de pescado fresco. El bacalao y las sardinas arenques las venden la Laura, Rufo, José Serna, la Clara y el Tordo.
Cristeto, trae género para la venta y la Isidora es la encargada de la tienda, primero en la calle de la Iglesia, después en la esquina de la Plaza. Su mercancía es también de verduras y salazones, aunque vende productos de droguería o tripas para hacer chorizos.
Luisisto con su motocarro descarga la compra que trae de Puertollano, en la tienda, que está enfrente de la Antoñita y su mujer la Isabel es la encargada de la venta. Trae verduras, sardinas frescas y algunas veces pescadillas.
Pedro, con su madre y su mujer, vende la mercancía por las calles y reclama a sus clientas al grito de “¡Sardinas frescas! ¡Con la sangre en el ojo! ¡Traigo sardinas frescas! Baja por la calle de la Cañada, en las puertas falsas de Agustín (chicharito) lo para la Campanario y la mujer de Tardío, que ha bajado al encuentro para comprar sardinas, en esa bocacalle vive también Críspulo. Más abajo pasa por delante de la casa de Viñas y la Emiliana Parrilla y de Doña Dolores Magariños, madre de la maestra Doña Carmen Pastrana. Pasa gritando su mercancía, por delante de la tienda de Serapio y sale la Rosa a comprar. Enfrente José Gascón y la Reyes y más abajo Chirona, Manuel Peña y el propio Jubo. Más abajo el tío Viruta y enfrente Olayo y su mujer, la maestra Doña Concha. Sube a la derecha y despacha a la Isabel de Polis, enfrente Generoso, Rogelio y da la vuelta hacia el Calvario.
Una de las grandes instituciones de mi pueblo, es el Rivilla. El Rivilla, era la televisión de una época. Salíamos al calvario a esperar al Rivilla, aunque supiésemos que no venía nadie de nuestra familia. Solamente, por ver quién venía. Paraba en la puerta de Nicolás. Llegaba lleno de gente y bultos de todo género, apilados en su techo y asegurados con una lona y cuerdas. Era un destartalado autocar que más de una vez dio un disgusto a sus usuarios, la dirección y los frenos eran la causa más común, amén de la calzada, que era de trazado sinuoso y firme espectacular (por malo).
Para los chavales, otra atracción especial era, asomarnos al calvario, para ver pasar el camión de las diez ruedas; era un camión, que bajaba a Diógenes a por mineral y que a su paso por el pueblo nos deslumbraba ¡DIEZ RUEDAS! En realidad, era un Pegaso normal.
Había otros coches, que pasaban por el pueblo; el Gato, un hijo de Olega, que vivía en Solana y que hacía la línea de Puertollano.
Norberto Urrutia, guardaba en el molino un Citroen 11 ligero, negro. Eso si que era un coche. Aunque, también él tenía sus fracasos, debido quizá al mal estado de la carretera o a su mal estado cuando bebía.
Había también una camioneta pequeña, que hacia la ruta del Hoyo, cuando el río le permitía el paso y que a duras penas subía la cuesta del “rayo”.
Visoja, era en el pueblo popular, por sus anécdotas y también porque con relativa frecuencia había que sacarlo de alguna cuneta, cuando no era más la caída.
Los recuerdos se amontonan con la edad y una nimiedad puede haber quedado en la memoria, como son los badenes. Eran puntos de referencia, tal que cardinales para situarse o señalar a los circunvecinos. Había uno en el Calvario, otro en las proximidades de la panadería, otro en la puerta de la Botica de D. Manuel Gómez-Rico, otro en el cruce de la carretera con la calle de la Iglesia y otro en la puerta del salón de Getulio. En realidad eran los cruces de las regueras con la carretera. (Nos vemos en el badén del calvario o… estaba en el badén de la botica o… vive enfrente del badén de Getulio)
Salimos jugando al aro, por la calle del calvario. El aro era normalmente de madera, sacado de la caja de madera de las sardinas arenques, aunque también los había de hierro, hechos en la fragua, que lógicamente eran mucho mejores o de las cubas del vino. La guía era de hierro, consiste en un mango con una especie de horquilla donde se aloja el aro. ¡Qué recuerdos las sardinas arenques! En aquella época de carencia absoluta, las arenques eran nuestro pescado más común, junto con el bacalao. No había de nada. No había ni alegría. Al recordar las arenques, me acuerdo de aquellas tristezas, de aquellas hambres, de aquellas oscuridades, que bombillas más lánguidas teníamos en las casas. Ahora miras una bombilla y se ve luz. Entonces mirabas una bombilla y se veía el filamento rojo incandescente que medio iluminaba el comedor, con su mantel de hule sobre la mesa del brasero y la tira pegajosa, que colgaba alrededor del cable que sujetaba la única bombilla y que apresaba las moscas que se acercaban a ella.
Al llegar a la esquina de la tía Evarista paramos nuestros aros. En las “esquinas” estaban el tío Sergio, Angel Serna y Antonio “el tordo”. Las “esquinas” eran como se conocían las esquinas de Leo. Seguimos hacia el Calvario y pasamos delante de la tienda de Rufo, donde estaba Calabui (hombre simpático y buena gente a carta cabal) y dejamos atrás la casa de la Ampera (de Angel Serna), la tía Pilar, doña María, Emiliano Reina, la Paca de Isaac, la Nazaria, Paco y Antonio el Tordo, el tío Cazuela, Nemesio y por fin el Calvario. Desde allí, con nuestros aros, bajamos al paseo a cazar pájaros.
El tirador era nuestra arma favorita. Con una buena “horquilla” bien trabajada a mano para dar albergue a las gomas, que algún zapatero nos proporcionaba, se ataban a un trozo de “material” (así llamábamos al cuero o badana) y a ser posible con alambres. Nos servía en las “pedreas”, que eran a mano las más de las veces y que eran guerras entre barrios, en los que el juego consistía en tirarnos piedras, por lo que mas de uno tuvimos una “porradura” como fruto de aquellas luchas. También servían para cazar pájaros. Había muchos que por su habilidad, eran buenos cazadores. Generalmente íbamos al pocillo o a los huertos. Siempre cazábamos gorriones o como mucho un “colorín” o un tordo que luego no eran comestibles o que simplemente servían como trofeos de buenos cazadores.
Si hablamos antes de quien nos proporcionaba el pescado, ahora os cuento quien nos vendía la leche. La Sila en la granja tenía algunas vacas y de ellas llevaba con Eduardo a la plaza todos los días leche para la venta. En la calle de las eras, más allá del salón de Getulio y antes de la escuela de doña Maria (ésta es muy antigua) vivía la Juana, a quien todo el mundo conocía como “La lechera”. Toda esta familia de la “lechera” era de apellido Hidalgo (José Antonio). En su casa tenían ovejas y algunas vacas que pacían en los peazos cercanos del pueblo (cuartón) y vendía leche en su casa y en la plaza al igual que la Sila. Los muchachos, si salíamos a las eras y las topábamos, les teníamos miedo a estas vacas, porque no todas eran lo mansas que debe ser una vaca lechera. Un hijo de “la lechera”, Juan Antonio, fue al pasar del tiempo muy popular en el pueblo, pues se trasladó a Puertollano y se dedicaba a la ganadería, comprando la carne de los toros de las fiestas todos los años. Fallecería muy joven, de un infortunado accidente. Su hermano mayor era el marido de la Ana de “caraquemá” y se marcho a Madrid hace muchos años. La Juana tenía otro hijo, que siempre se ocupó de las ovejas y una hija que apenas recuerdo.
Estoy contento, con la acogida de estos cuentecillos por parte de la gente joven, que sin conocer los tiempos, les agrada saber cosas antiguas del pueblo.
La filosofía es la ciencia de la sabiduría y ésta nos da la felicidad. Solo el sabio es absolutamente feliz. Que Dios os colme de sabiduría y seáis absolutamente felices (de mí que no se olvide).

Compañero!!!! Buen relato, como siempre, pero la Juana "la lechera" tuvo 6 hijos (3 hijas y 3 hijos), no recuerdo ninguno que muriera joven. Saludos y espero una nueva entrega!.