La Solana - Ciudad Real

Este relato se me ha ocurrido esta tarde de viento y de mucho frío. No refleja sino lo agresivo de la meteorología. Afortunadamente mi caso no es el de el sujeto protagonista. Pero esa especie de esquizofenia necesaria que nos sucede a quienes nos gusta escribir (mejor llamarla empatía) hace que me haya metido en la piel de alguien a quien la vida no sonríe. He sacado un ratillo para escribir algo nuevo. Hacía días que no lo hacía y me ha hecho olvidar lo desagradable que está el día.

El Incendiario de Orquídeas

Justo era un tipo de esos que pasa por ser una persona normal. Saludaba a sus vecinos y no se metía con nadie. Más que normal era gris, de un gris ceniza que pasaba desapercibido. Su vida como administrativo en una empresa mediana tampoco era una verbena. Trabajo de 7,30 a 3 y tardes pegado al televisor, a ratos se aburría y ponía los deportes en su vieja radio.
Su aspecto era el de un ciudadano medio. Pelo castaño, con algunas canas, ojos miel, pero muy cerrados. No era robusto pero tampoco delgado. Y como digo, bastante normalito. Una cosa que era poco común según la norma impuesta por el sistema (nacerás, crecerás, te reproducirás y morirás) es que era soltero. La única mujer que amó lo rechazó y hasta se río de que un tipejo tan normalucho la pretendiera. Y el juró no amar a nadie más nunca.
A esa cita en la que le iba a mostrar su amor llevó una orquídea. Ella ni siquiera reparó en esa exótica flor y tras la rechifla de la dama él no se la pudo dar y volvió a su casa. La dejó en una especie de jarro sin agua y se secó. Después no se si su rabia o su desconcierto hicieron que la quemara.
Cada 24 de Julio tomó la costumbre de, unos días antes, secar una orquídea y luego quemarla. Ese día la única sensación romántica, se esfumó tras las risas de su ¿amada? Si no lo escuchó ni siquiera. Empezó casi a reírse sin que pronunciara las primeras palabras.
Ahora ella era una mujer casada, tan grís como él. Con tres niños y un marido gris que, a veces la trataba casi tan mal como ella trató a Justo.
Pasaron los años y Justo no veía sentido a su vida. En unos meses se jubilaría. La que fue su amada había muerto en un accidente de tráfico hacía dos años. Y desde entonces no veía sentido a seguir incendiando orquídeas.
Incluso había hecho amistad con una mujer divorciada unos años más joven que él. Pero no la amaba, se desahogaban físicamente como dos animales, pero no era amor lo que él sentía. Inopinadamente seguía quemando las orquídeas cada 24 de Julio. Pero ese año sentía que podía vengarse de todo. Le dijeron que si podía recomendar a alguien que lo sustituyera. Pues aunque gris era un eficiente y productivo administrativo. La empresa confiaba mucho en él y quisieron que pudiera elegir a alguien tan bueno como él.
Quiso el azar que el hijo mayor de su sueño acudiera demandando el empleo. No podía creérselo, se podía vengar en el vástago de quien se río de sus sentimientos. Recomendaría a cualquier otro y sería su pequeño desquite.
Pero cuando lo vio delante suyo y le iba a decir que no era para él el puesto volvió treinta años atrás. Eran sus ojos, los del hijo mayor los que le recordaban a ella. Los mismos ojos, ahora suplicantes, los que se rieron de él antes. Y no pudo menos que recomendarlo. Era un chico espabilado, sin vicios y la empresa aplaudió la elección.
Esa tarde se fue a ver a su amante actual y con los aires del verano recordó que pronto sería 24 de Junio. Cogió una vasija donde guardaba las cenizas de todas las orquídeas que quemaba y puso una docena de orquídeas frescas encima.
Al día siguiente el marido de su verdadero amor visitó la tumba y se preguntaba quien diablos había llenado de orquídeas y de cenizas la tumba de su fallecida mujer.

Al-Hakam si te han hecho daño la solución no es hacer más daño