Santoña - Cantabria

Oso, no sin recelo, componer esta epístola en el foro de esa localidad tan hermosa y linda como pocas en el mar cantábrico, a cuyas gentes, otras que habitamos en pueblos interiores, envidiamos por su privilegiada vecindad.

De las asiduas visitas que afortunadamente realizo a dicha villa, he sacado la impresión de hallarme ante su historia marinera y entre gente de calidad, fuera esta dedicada al menester que fuera (que tan digno es en principio coser redes como sustentar el báculo municipal).

Sin embargo, he de admitir, respecto de su gente, que la opinión manifestada, largamente reposada, se ha visto en dos ocasiones algo revuelta y a punto de trocarse, si no fuera porque soy perfectamente consciente que las palabras de los lelos solo descalifican a quienes las profieren. Y no es atenuante el hecho de que ambas ocasiones han tenido relación con el espectáculo futbolero, puesto que en lo que nos ocupa no peleaban curtidos veinteañeros, sino que ejercitaban sus sueños y aficiones dos equipos de jugadores de nueve años, arropados por los emocionados progenitores. Y fue que alguna mala madre de alguno desdichado miembro del equipo de esa villa, haciendo gala de mantener de habitual su lengua dedicada a muy malas artes, comenzó a insultar primero al árbitro (¡Cómo no!), refiriéndose al mismo como h..... de... P...., y a animar a su hijo a que fuera peligrosamente expeditivo con los contrarios. Todo ello gritado con la voz que le permitía su generosa humanidad, y que a buen seguro fue escuchado por todos los inocentes púberes que en el campo se encontraban.
Supongo, dado los amaestrados modales exhibidos por la progenitora, que a ésta le preocupa un comino la educación de su hijo (es más, quizás sí sea consciente del deplorable ejemplo que supone para su hijo y lo procura para que sobreviva en el medio que frecuentará), pero a mí sí me preocupa lo que sin duda y penosamente influirá en mi hijo una actuación tan primaria y degradante como la brindada por la lamentable maternal voceras. Supongo que es cuestión de hábito (quizás se dedica al dignísimo oficio de deslenguada pescatera) y/o de generosidad divina (en lo tocante al mayor o menor gramaje de los cascos superiores), pero, en cualquier caso, por la imagen del pueblo, y por la de su hijo, sería preferible que la susodicha madre permaneciera con la boca cerrada, o en su casa.