Ubrique - Cadiz

Hace meses asistí a la grabación de una entrevista que Jesús Quintero le hizo a María Teresa Campos y pude comprobar cómo toda una señora, como la Campos, acostumbrada a mandar en la televisión, líder de audiencias durante temporadas, no tenía valor para decir lo que de verdad pensaba de Belén Esteban. La que fuera "reina de la mañana", no se atrevía a hablar libremente de la "princesa del pueblo". La Campos, que sabe por experiencia lo duro que puede ser tener en contra a un canal de televisión como Tele 5 -que practica los preceptos de "al enemigo ni agua" y "los enemigos de mis amigos son mis enemigos"-, prefería guardarse su opinión cuando Quintero le preguntaba por la Esteban, por miedo a despertar las iras de "la princesa del pueblo" y de su jauría de colaboradores, dispuestos siempre a defender hasta lo indefendible a su princesa y a despellejar a quien ose criticarla.

Quizá porque son conscientes de que atacar a la Esteban es atentar contra su tenderete, ya que la Esteban es el gran atractivo y la gran baza de un programa como "Sálvame". Ella es la que realmente salva del paro a todos sus compañeros, que sin la Esteban lo tendrían mucho más crudo. Belén Esteban significa audiencia, y ya sabemos que también los dueños y los directivos de las televisiones por la audiencia "ma-tan".

Los responsables de "Sálvame" son conscientes del poder mediático de Belén y han creado un programa alrededor de ella y para su mayor gloria. Nunca Belén Esteban tuvo tanto poder. Nunca su sólo nombre fue capaz de imponer, como ahora, la ley del silencio a su alrededor. Nadie, que no sea un suicida, se atreve a criticar a la Esteban, so riesgo de ser vapuleado y sometido a la mayor y más siniestra campaña de descrédito.

Ni el jurado de "Más que baile" se atrevía a decirle a las claras a Belén Esteban lo que pensaba de su manera de bailar. Y ya vimos lo que ocurrió cuando finalmente tuvo que decírselo para salvar los muebles de la honra profesional. La Esteban le salió respondona, amenazó con marcharse y, ante el miedo a que el programa se hundiese sin su participación, hubo que achantar. El pueblo, salvándola una vez más con sus votos, le dio a su princesa la oportunidad de quedar por encima del jurado.

Lo malo de este apoyo incondicional de la audiencia es que no le permite a Belén reconocer sus errores. Que la gente la apoye no quiere decir que baile bien ni que tenga razón. La gente la apoya por otras cuestiones que tal vez tengan más que ver con la lástima o el morbo. Belén baila fatal, aunque la gente quiera seguir viéndola en el programa, y de eso Belén debería ser consciente. Debería ser humilde y agradecer el apoyo del público que, a pesar de todo, decide apoyarla haga lo que haga y diga lo que diga. Belén Esteban tiene patente de corso, puede hacer lo que le de la gana porque la mayoría de la gente que ve la televisión siempre le reirá la gracia, aunque maldita la gracia que tenga.

Belén Esteban, consciente de este apoyo, no sólo se ha enfrentado al jurado de "Más que baile". Se enfrentó al Defensor del Menor y desautorizó a la Fiscalía del Menor siguiendo hablando públicamente de su hija cada vez que le da la gana, pese a la recomendación de que no lo hiciera. Estoy seguro de que se enfrentaría al mismísimo presidente del Gobierno, si este tuviera la osadía de meterse contra mano y criticarla. Y sé que no sería Belén la que saldría peor parada del hipotético enfrentamiento.

En un tiempo en que la sociedad está aparentemente tan sensibilizada contra la violencia doméstica, Belén se ha atrevido a hacer en su programa apología del "crimen maternal": "Yo por mi hija ma-to". Probablemente todos matamos por nuestros hijos, si no hay más remedio, pero no es civilizado ni decente pregonarlo ni regodearse en ello. Porque matar es un crimen, por muy justificado que pudiera estar, que nunca lo está, y no es motivo de orgullo ni de aplauso.

A estas alturas, cualquiera sabe que Belén Esteban es intocable. Por lo menos mientras tenga un programa, "Sálvame", y una cadena de televisión, Tele 5, dispuestos a quemar en la hoguera a cualquier hereje que toque a su princesa; es decir, a su mayor fuente de publicidad e ingresos. La cosa cambiará cuando no exista "Sálvame", cuando Tele 5 encuentre otro filón más productivo que la Esteban o cuando la Esteban cometa el error de fichar por otra cadena, como le pasó a la Campos cuando se fue a Antena 3 Televisión, que de ser la reina, pasó a ser la mayor villana. Si se da unas de estas tres premisas, veremos cómo los que hoy defienden y ensalzan a Belén Esteban airearán sus trapos sucios y contarán todo lo que probablemente hoy se callan.

Mientras tanto, Belén Esteban es "la princesa del pueblo" y la reina de la audiencia. Tiene no sólo un programa, "Sálvame", sino todo un canal de televisión para atacar a sus enemigos, ajustar cuentas, amenazarlos, agobiarlos, no dejarlos respirar ni vivir y, de camino, lavarse la imagen y quedar como una madre ejemplar, una madre coraje que por su hija "ma-ta", y como una pobre chica de barrio, una mujer del pueblo con la que se identifican las sencillas mujeres del pueblo sin pararse a pensar que Belén hace mucho tiempo que dejó de ser una mujer del pueblo, porque una mujer del pueblo no gana los millones que ella gana ni manda en la televisión.

La Esteban se trabaja el cuento de la pobrecita Belén, se presenta como la víctima de los malvados de "Ambiciones", llora cuando lo exige el guión apelando a la lástima. Pero Belén no tiene nada de pobrecita. Cómo va a ser pobrecita una mujer que se supone que ya ganaba cuatro millones de pesetas al mes, sin contar los extras, cuando estaba con Ana Rosa Quintana y que presuntamente dejó a Ana Rosa porque "Sálvame" le ofrecía el doble. Cómo va a ser pobrecita una mujer que tiene todo el poder de la televisión en sus manos para decir y hacer lo que le da la real gana. Eso no lo tiene ni el presidente del Gobierno.

Le han dado tanto poder que asusta. La prueba es que ni los más grandes profesionales se atreven a decir abiertamente lo que piensan de ella. Todos la temen. ¿Y qué es el miedo, sino una dictadura? Como a los dictadores, a Belén no se le puede decir nada que no le guste por muy verdad que sea. No se le puede decir que baila mal, ni que utiliza a su hija, ni que lleva diez años viviendo del cuento de atacar al padre de su hija y a la mujer del padre de su hija, ni que le han dejado la nariz torcida. No se le puede decir nada porque ella y su corte de colaboradores traducen cualquier opinión desfavorable como un atentado o un ataque personal a su princesa, con las más oscuras intenciones. Ven conspiraciones judeo-masónicas (o jesulinisticas o campanariales) en cualquier crítica expresada libremente, igual que hacía el gran dictador.

Los medios de comunicación, y parte de la sociedad, están viviendo bajo la dictadura de Belén Esteban. Una dictadura sin sangre, mediática, frívola, si se quiere, y un tanto cutre, pero una dictadura al fin y al cabo contra la que cualquier espíritu libre debe rebelarse. Teniendo claro, eso sí, que esa dictadura ni la ha impuesto Belén ni ella es la máxima beneficiaria. Ella es el muñeco que manejan el programa y el canal que la jalean.