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20-02-16 09:52 #13005523
Por:A. Justo

¿Otro infierno dentro de casa?
· Según la Memoria de la Fiscalía General del Estado, en 2014, hubo en España 4.753 procedimientos a menores por delitos de violencia contra sus padres.

· Las denuncias de padres agredidos por sus hijos han aumentado un 175 % en los últimos años.

· Solo en la Comunidad de Madrid, la violencia filio-parental ya supone el 12 % de los delitos cometidos por menores, y es la tercera tipología que más denuncias causa contra chicos y chicas de menos de 18 años. En 2013, ese porcentaje no llegaba al 9 %.

· Los datos son similares en toda España: en la Diputación de Segovia las denuncias se han incrementado un 400 % en cinco años; en Aragón, un 51 %; en País Vasco se multiplicaron por cuatro...

Tras los datos estadísticos, hay vidas y actitudes reales —salivazos, insultos, empujones, amenazas— e historias como las siguientes, que no tienen nada de ficción, sino que muestran la realidad cruel de la violencia de hijos que maltratan a sus padres; aunque, como en las películas, los nombres que aparecen han sido modificados para proteger la identidad de sus protagonistas:

· Ana, de 14 años. Hace poco arrojó al suelo el plato de comida que su madre acababa de servirle, mientras gritaba: «¡Limpia esto, hijap..a [el foro no admite palabras malsonantes], que es para lo único que vales!». Cuando un trabajador social le preguntó qué creía que, ante eso, habría sentido su madre, dijo: «Ni lo sé, ni me importa».

· Paula, otra adolescente que reconocía que «mis padres me tienen miedo»... y tenía razón: Paco y Alba, sus padres, explicaban a un mediador familiar que «tenemos miedo a nuestra hija» y que se sienten «incapaces de hacer que nos obedezca».

· Bárbara, una madre, entiende la impotencia que sienten Paco y Alba. Ella recibió un salivazo de su hijo durante una discusión que se desencadenó cuando le quitó el móvil.

· Por el mismo motivo se generó una bronca en casa de los Sánchez, en la que Luis escuchó toda clase de insultos y vejaciones de boca de su hijo, menor de edad.

· Lázaro, 18 años, reconoce haber «llorado mucho de impotencia, de soledad y de vacío interior» cada vez que discutía con su madre entre insultos y mamporros a puertas y paredes.

La Memoria de la Fiscalía —que suele emplear un lenguaje legal y burocrático— tilda de «lacra social» estas agresiones, y reconoce que «las medidas que se aplican a diario en la jurisdicción de menores se revelan insuficientes ante un problema que hunde sus raíces en una profunda crisis de valores y principios educativos dentro de las relaciones paterno-filiales».

Los profesionales que se enfrentan a estos casos confirman estos datos y señala que va en aumento un nuevo tipo de violencia:

José Antonio Morala, trabajador social con años de experiencia en el acompañamiento de jóvenes violentos, que ha puesto en marcha una fundación de ayuda a las familias que atraviesan este tipo de situaciones y que, sobre todo, intenta prevenirlas, explica que, en rigor, «la violencia filio-parental no es nueva; lo novedoso es el tipo de violencia al que nos enfrentamos, y su incremento». Hasta hace pocas décadas, «este tipo de violencia iba asociada a enfermedades mentales de los hijos; en los 80 empezó a estar vinculada a las drogas y al alcoholismo; y luego estaban los hijos maltratados que, al crecer, pegaban a sus padres por venganza», explica. La novedad es que, «ahora, vemos hijos sin problemas mentales ni de adicción que ejercen una violencia gratuita contra sus padres, sin responder a provocaciones previas, incapaces de empatizar con el sufrimiento que causan, y que explotan como reacción exagerada a límites o frustraciones de deseos inmediatos». Y da ejemplos: «Hace poco me llamó una madre a primera hora porque su hijo le había pedido dos euros para desayunar, no se los había dado y el chico estaba dando golpes por toda la casa».

Problemas con los límites.

Aunque las circunstancias de la familia varían en cada caso, hay elementos que se repiten en los menores violentos. Irene Gallego, psicóloga del proyecto "Conviviendo", explica que «estos jóvenes casi siempre tienen problemas de autoridad en casa, y en un momento concreto buscan hacerse con el poder. Sus padres, o han sido demasiado protectores o han ido cediendo autoridad desde que el hijo era pequeño.
Los padres demasiado autoritarios y los demasiado permisivos intentan a toda costa que el niño no monte rabietas, y eso genera problemas con los límites. Al crecer y verse forzados a cumplir normas, ya no toleran los límites que van contra sus apetencias inmediatas y estallan para recuperar o mantener el poder
». Son el fruto de lo que hemos sembrado en nuestra cultura, subraya Morala, porque «son jóvenes que han aprendido a pensar sólo en ellos, ya que es lo que ven en sus mayores y en la sociedad». Además de haber recibido una educación de límites deformados, «los menores violentos son hedonistas, insensibles, profundamente materialistas, irreflexivos, impulsivos y ególatras... porque así es nuestra cultura. Es la sociedad la que está enferma: ansía el control del poder, se mueve por la imagen y por lo sensitivo en lugar de por la reflexión y la interioridad; y es tan materialista que induce a obtener la satisfacción de necesidades primarias de forma inmediata», añade.

«Dejé de verla como a mi madre»...
Si pusiéramos aquí el punto final, solo habríamos visto la sombra de un monstruo. Pero entonces entra en escena Lázaro, el chico de 18 años del que hablábamos antes. Sus facciones son impropias de su juventud y denotan años curtidos en la hosquedad, en la falta de afecto —la gran carencia de los hijos agresores— y demasiado tiempo perdido en el instituto y en la calle. Al hablar, sus palabras muestran, sin embargo, la madurez que solo adquiere el que cree que hace lo correcto. Hace un año y medio, después de que su madre llamase por enésima vez a la Guardia Civil tras una discusión, terminó tocando a la puerta de una de las fundaciones que los atiende. Hasta entonces estaba acostumbrado a que su madre (soltera) compensara con elementos materiales la falta de tiempo, a que él entrase en casa sin saludar y hablase solo para provocar y discutir; a que ella le echase de casa y tuviese que dormir en el portal, y a que desde niño «nadie me reconociera las cosas buenas y me compararan con otros». Con 14 años, las peleas eran tan frecuentes que «dejé de ver a mi madre como a una madre. Para mí era una autoridad que estaba allí para fastidiarme». Y así comenzaron las agresiones verbales, los golpes y los llantos a media noche.

El retrato robot imposible.
¿Es posible trazar un retrato robot del hijo maltratador?. «La respuesta es que no, porque cada caso es muy diferente». No obstante, hay elementos comunes. Según un estudio del Centro Euskarri de Intervención en Violencia Filio-Parental, el perfil del menor agresor es el siguiente:

· Adolescente de entre 14 y 18 años, con bajo rendimiento académico.

· La mayoría son varones, y un tercio, mujeres.

· Muchos vienen de familias desestructuradas o con problemas,

· Cada vez llegan más de familias con un nivel económico medio-alto, un matrimonio unido y padres con estudios superiores, que sin embargo sufren violencia.

¿Qué podemos hacer?
En el caso de Lázaro, este nos dice: «De esto se puede salir, aunque sería mucho mejor no entrar». En la fundación pusieron en práctica su lema: "Los jóvenes tienen problemas, no son el problema". A través de atención psicológica, talleres de conducta, asistencia directa por teléfono y en el domicilio, trabajo individual con ambos y dinámicas conjuntas para propiciar el diálogo, el conocimiento mutuo y la empatía entre Lázaro y su madre, la historia dio un giro total: «Me han demostrado que de esto se puede salir. Se puede dejar de vivir con ese vacío, esa soledad y esa tensión que te hacen infeliz. Me han ayudado a pensar en el futuro, a darme cuenta de que puedo ser mejor y a valorar lo bueno de mi madre», explica. Y concluye con una frase digna del final de una buena película: «Nadie es feliz riñendo, por eso hay que pedir ayuda. La violencia no lleva a nada bueno. Ni la calle. Pido a los padres que apoyen a sus hijos y no les comparen con nadie. Y a los jóvenes que hacen con sus padres lo que hacía yo, les digo que se alejen de la calle y se acerquen a su familia y a los que te ayudan de verdad. Por ser más violento o estar fuera de casa no eres más libre. La libertad te la da la confianza en las personas».

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