Olvera - Cadiz

La nada nadea, dijo una vez Heidegger en un día tonto, sin poderse imaginar que esa frase suelta de su filosofía iba a calzársela Mariano Rajoy de camiseta y llevarla puesta hasta sus últimas consecuencias, como Isabel la Católica en Granada, que tomó la plaza por asco. Mariano es la nada con barba y gafas, la nada con pantalones, la nada en cómodos plazos. Le preguntas por las obras pagadas en dinero negro en la sede de Génova y no sabe nada. Le preguntas por los sobresueldos que supuestamente estuvo cobrando durante años y años, y no tiene ni la menor idea. Le preguntas por la caja B del partido y tampoco. Le preguntas por Bárcenas y no lo conoce. Le preguntas por el tiempo y a él que le registren.

Igual que Descartes dudaba metódicamente del mundo, de los objetos, de los sentidos y hasta del propio pensamiento, Mariano, el Hume gallego, niega por principio cualquier cosa, hecho o principio que se presente rotundamente ante sus ojos. Ese grado de desconfianza alcanza ya la metafísica, como cuando le muestran una foto donde aparecen Bárcenas, el arquitecto que hizo las obras de Génova y él mismo, y no reconoce a ninguno de los tres: ni a Bárcenas, ni al arquitecto, ni a Mariano.

-No me parezco lo más mínimo a ese señor.

-Pero si ese es usted.

-Ha ocurrido algo realmente notable: no entiendo mi propia cara.

Descartes se detenía en la duda, porque más allá de la duda no podía dudar de que dudaba. Dudo, luego existo. En el marianismo la negación es mucho más radical y se abarca a sí misma, al universo, al antes, al después y al código de barras. Existo, luego niego. Mariano no es capaz de ver un pobre ni aunque se lo sienten a la mesa en navidades.

-¿Este quién es?

-Un pobre.

-Los pobres no existen en España, hombre. Será un actor, un titiritero de esos.

-Dice que tiene hambre, presidente.

-Jajajajaja, qué bien actúa. Dale un euro.

En este ejercicio de radical optimismo Mariano baila sobre la cuerda floja como un Shiva de seis brazos: con un par se tapa los oídos para no oír el mal, con otro par los ojos para no ver el mal y con otro da palmas para animar al Madrid después del batacazo en el Calderón. El príncipe Gautama nunca había visto un pobre, ni un anciano, ni un muerto, hasta el día en que cumplió la mayoría de edad, salió de su palacio y la vida se le mostró de frente en todo su terrible esplendor. Se cortó la cabellera, dejó las riquezas y al cabo del tiempo se convirtió en Buda. Fue una tontería porque si hubiera ido fumando un puro, el humo no le habría dejado ver las vergüenzas del mundo y habría acabado de presidente del PP, un partido español insumergible, antimanchas y todo-terreno.

De tanto no hacer nada, Mariano se está contagiando de irrealidad, como el reino de Fantasía de La historia interminable, que iba siendo devorado por un vacío cósmico. Claro que pocas historias más interminables que la podredumbre del PP, que empieza en Baleares, pasa por Valencia, Madrid, Extremadura, Galicia y da un salto hasta Suiza. Mariano empezó ignorando a “esa persona de la que usted me habla” y ahora desconoce incluso el país en que vive, ese país que le pinta Cayo Lara con pobres, con mendigos, con hambrientos y con casi cinco millones de parados. En cualquier caso, a la marcha que va su cursillo acelerado de natación, pronto ignorará también “ese mundo del que usted me habla” y “ese universo que dice usted”, con lo que será aún más sabio que Sócrates, que por lo menos sabía que no sabía nada.

David Torres....diario publico