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EL TORO

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EL TORO

(Publicado en www.Grazalema.es)

En Grazalema, quizás con más razón, porque durante muchos años el sector ganadero ocupó un
importante espacio en la economía local terciaria y de subsistencia, así como por la importancia de
estos acontecimientos culturales de vinculación territorial y nacional, se le da especial relevancia a
esta celebración. Sobre los toros y su fiesta se ha escrito mucho pero como en otras cosas y debido
a su antigüedad milenaria no se define el elemento genérico que generó en esta especie maravillosa, cuyo
hábitat fundamental está en la península ibérica, que ya con anterioridad a la época de dominio romano
aparecen grabados y escrituras que acreditan actos rituales y festivos.

En nuestro pueblo aparecen desigualmente datos de hace cuatro siglos y posteriores a la reconquista, de
que se practicaban festejos de carácter taurino en el municipio y dehesa del Duque de Arcos, pero
cuando nos situamos a principios del siglo XVIII nos llegan datos muy fehacientes y concretos de
acontecimientos que se desarrollaban en la villa con ganaderos y reses bravas.

Todo ocurría cuando en estas fechas la parte superior de Grazalema estaba casi despoblada de casas y
solo coronaba este barrio el Convento de Carmelitas a Iglesia de San José; a su alrededor chozas,
corrales, toriles y el mismo huerto. En las inmediaciones de lo que hoy es la calle Sevilla existía un
árbol que describen como un fresno y a su pie una fuente que servía de abrevadero para el ganado de
todas las especies, así como para el riego del huerto de los Carmelitas.


A finales de mayo y con el fin de reservar para el invierno los pastos disponibles de la sierra al
ganado, los colonos ganaderos de la comarca desplazaban sus reses a la campiña a través del corredor de
El Boyar para aprovechar la abundancia de forraje de las llanuras de Arcos con sus ganados, en algo que
ellos llamaban el “Agostadero”, y los que no pastaban perdían valor en las concentraciones comerciales
o Ferias de ganado. A su regreso, a mediados de verano, coincidían con las Fiestas en honor de la
Virgen del Carmen, cuyo evento festivo les proporcionaba un descanso y el momento para distribuir,
señalar y herrar el ganado, así como disfrutar en un tabanco del mosto y el buen solera del lugar.

El herradero del ganado vacuno de cría salió la afición al toreo y revolcones de los qu e los jóvenes y
expertos disfrutaban y presumían en esta época, coincidiendo con la velada festiva.

La revolución industrial, la sustitución de las tradicionales chozas por casas más o menos
confortables, alejó en décadas posteriores esta actividad del pueblo que se daba en el entorno del
Convento y de la Villa, dando paso a que todos los años se torearan vaquillas o reses atadas con una
cuerda por las calles o en los herraderos que quedaban.

De aquí ya el protagonismo y la intervención de los monjes cuyos datos conocemos y publicamos de nuevo,
de recopilación de los libros de Ginés Serrán Pagán, Julián A. Pitt Rivers (datos antropológicos) y los
datos que se han obtenido por la Delegación de Cultura de nuestro Ayuntamiento.


EL TORO DE LA VIRGEN DE GRAZALEMA


En Grazalema con los monjes Carmelitas Descalzos los que cristianizan la fiesta del toro a comienzos
del siglo XVIII. Desde entonces, el toro del pueblo se convierte en el toro de la Virgen del Carmen.

Los monjes construyen en el barrio alto del pueblo un convento que es hoy día La Iglesia de San José, y
edifican un hospicio, sitio de alojamiento de peregrinos que pasan temporadas en el pueblo. Así mismo,
los monjes crean una hermandad, la Hermandad de la Virgen del Carmen. En el barrio bajo se contruyen.
Más o menos en el mismo tiempo, varias iglesias, y se reforma la mezquita convirtiéndose en la Iglesia
de San Juan. Varias hermandades se crean, pero sobre todo una, la Hermandad de la Virgen de los
Ángeles, fundada por eclesiásticos seculares, agrupará a la mayoría de los habitantes del barrio bajo.

De esta forma, los barrios alto y bajo terminan teniendo cada uno sus propias hermandades, respaldadas
por diferentes órdenes religiosas. Unos, veneraban a la Virgen del Carmen; los otros, a la Virgen de
los Ángeles. La primera, financiada en gran parte por el capital de los monjes, se encargaba de
organizar y pagar tanto los festejos en honor a su Virgen como la compra del animal. Por otra parte,
la Hermandad de la Virgen de los Ángeles organizaba los festejos dedicados a su propia Virgen.

La rivalidad entre uno y otro bando se acrecentó con la función que estas dis hermandades desempeñaban
en el pueblo. Alcanzando su mayor grado de tensión durante los siglos XVIII y XIX, siglos de mayor
apogeo económico, en los que Grazalema llegó a contar con cerca de nueve mil habitantes. Las
confrontaciones entre las dos decrecerá durante la decadencia económica del pueblo, desapareciendo,
aunque no totalmente, a principios del siglo XX. La rivalidad tuvo profundas consecuencias sociales.

La rivalidad entre las dos hermandades llegó a tal extremo que, en las procesiones que se organizaban
durante las celebraciones de sus fiestas, cada Virgen se paseaba tan sólo por las calles de sus
respectivos barrios, guardándose muy bien de no pisar territorio contrario. Y, lo mismo ocurría con
las fiestas del toro, corriéndose el animal por separado en cada barrio.

Las hermandades y las fiestas cristianas, fueron impuestas por una institución del estado, la Iglesia.
La fiesta del toro, por el contrario, aunque dentro de la estructura interna de la Iglesia, siguió
conservando su fuerza popular. El culto y el ritual de la Iglesia no ofrecía a la Comunidad,
considerada ésta como una entidad, representaciones colectivas. Su simbolismo religioso no unifica a
los grazalemeños; por el contrario, los dividió en los que respecta sus cultos religiosos y, aún más,
en sus relaciones sociales. Por otra parte, la Iglesia, por medio de las Vírgenes y organizaciones
como las hermandades, creó en cada barrio un fuerte sentido de identidad.

EL TORO

Existía una jerga, una especie de idioma bovino, en el hablar diario de los grazalemeños. La palabra
“hopo” o “jopo”, mechón de pelo o, figurativamente, pene del toro, se utilizaba, y todavía se usa en
algunas ocasiones, para distinguir a los pobladores de uno y otro barrio. Los jopones (penes grandes de
toros) eran los que habitaban en el barrio alto y pertenecían a la Hermandad del Carmen y los jopiches
(penes pequeños) eran los residentes del barrio bajo. Los primeros eran mayormente pastores, ganaderos,
obreros de las fábricas de textiles. Los jopiches eran “más finos”, y aunque muchos de ellos eran
obreros, en su barrio vivía la clase alta, se encontraban mejores casas, y los edificios que
representaban a las diferentes instituciones del Estado. El barrio bajo estaba más “urbanizado” que el
alto, y de aquí posiblemente se explique el aumentativo y diminutivo de la palabra jopo con que se
designaban. Esta distinción era muy frecuente y todavía hoy, aunque con menor rigor, se utiliza. Los
niños juegan actualmente en la escuela partidos de fútbol, los jopones contra los jopiches.

En el barrio de los jopones se corría el toro el lunes. El animal entraba en el pueblo
acompañado de quince o veinte cabestros, se enlazaba en las astas con una cuerda larga y se arrastraba
a fuerza de tirones hasta el atrio de la iglesia. Después de su visita a la iglesia, donde se veneraba
a la Virgen del Carmen se corría por todas las calles del barrio alto, y los jopones rehusaban a que el
toro pisara territorio jopiche. Era costumbre también de llevar al animal a una bodega y rociar su
cuerpo con vino.

ANÉCDOTAS: Se cuenta que la primera salida del “toro de cuerda” se efectuaba hasta el atrio de
la iglesia de San José y se ofrecía a la Virgen del Carmen rezando ”Salves”; también se cuenta que el
mozo que tocara los cuernos del toro con vino tendría asegurado llevar la procesión el año siguiente;
la cuerda o maroma del toro se fabricaba con esparto, cuya labor realizaban todos los años artesanos
del pueblo, debido a que su utilidad no garantizaba otro año más de uso; se cuenta también una anécdota
de una pareja de recién casados, resultando que el toro rompió la cuerda y se metió en una casa de
complicado acceso, donde una pareja de novios festejaba su primera noche de bodas, tal fue la
confusión, que la novia se encerró en su alcoba y el novio subió a la cámara o soberado, donde
permanecieron toda la noche hasta la luz del día, que pudieron sacar el toro a la vía publica.

Las mujeres no participaban en la fiesta. Desde los balcones y ventanas presenciaban como los
hombres se arrimaban y corrían al animal. Ellos no luchaban con el toro, sino simplemente corrían junto
a él, tratando de acercarse y tocarle el cuerpo o los cuernos, poniéndose frente a la bestia,
enrabiándola, llamándola, haciéndole pantomimas para que embistiera. Era, en definitiva, un constante
derroche de valor y coraje.

La fiesta terminaba cuando el animal estaba totalmente agotado. De forma metafórica, se podría
decir que su fuerza, su poder, quedaban ese día en cada hombre del pueblo. Mientras que el hombre se
animalizaba, la bestia se humanizaba. Sin bravura ni fuerza, el toro dejaba de ser toro para
convertirse en un animal manso; con esta muerte simbólica acababa la fiesta y el animal se conducía al
matadero para su sacrificio.
En contraste con el clima de solidaridad religiosa y de orden moral que predominaba el domingo,
el lunes dominaba el caos; la gente corría en todas las direcciones persiguiendo a un animal. Ese día
no había normas ni leyes y lo que imperaba era la libertada y voluntad del pueblo. La Virgen
representaba el amor maternal, unidad, pureza, y era parte de un mundo de dimensión espiritual. Pero el
toro simbolizaba fuerza, vigor sexual, bravura y era parte de un mundo material, en relación con la
dimensión física, corporal del hombre. La fiesta de la Virgen era una celebración de lo femenino; la
del toro de lo masculino. De forma figurativa se podía decir que la ecuación parecía ser entre la
Virgen y la mujer, y entre el hombre y el toro.

La Virgen obedecía a una serie de signos sociales (i.e., iglesia, religión, católica, cura)
pero no el toro. El animal no estaba vinculado a ninguna organización social de la comunidad; sus
propiedades formales no eran coherentes con la estructura social. A pesar de ello, era el toro y no la
virgen quien identificaba el pueblo; era el toro abstracto, metafórico, quien persistía como símbolo
dominante de la cultura local. Idealmente, podíamos decir que al comienzo de la fiesta, un pueblo de
bueyes luchaba y corría a un toro; al término de la misma, un pueblo de hombres – toros sometía a un
buey a un orden muy parecido al social y humano. Mientras que el hombre se naturalizaba, la naturaleza
se humanizaba. Pero quiero dejar bien claro que esto no es una homología sino una analogía simbólica.

El hombre no sabía ni sabe lo que significa el toro. Tanto en Grazalema como en Pamplona, y en
otros pueblos con similares fiestas, no hemos obtenido una respuesta, una definición que nos ayude a
interpretar la fiesta. La contestación es casi siempre la misma: “el toro es un animal que una vez al
año se corre por las calles”, o “ la fiesta se celebra desde siempre en el pueblo”. Sabemos que la
fiesta tenia y tiene hoy una serie de implicaciones culturales y sociales que referimos anteriormente,
pero a la hora de analizar lo que significa para los habitantes tropezamos con problemas de un orden
abstracto e ideológico que no son objeto de estudio en este libro. Sin embargo, vamos a exponer algunas
ideas que van a ser desarrolladas con datos en otro lugar.

Hemos dicho que no existe para el hombre una “filosofía” sobre el toro, una conciencia de que
es o fue animal sagrado, o se poseyó o posee atributos mágicos de fertilidad. Había una “ideología” de
la Virgen, pero no del animal. La relación del hombre con él no era conceptual sino física,
sentimental, sensorial. El hombre, pues, no trataba de obtener poderes mágicos, como podría interpretar
Álvarez Miranda (1962), ni divertirse solamente, como nos decía Luis del Campo (1975), o Kenneth Clark
(1977). Al correr cerca del toro, tocarle o exponer su vida por dominarlo, el hombre confirmaba en
cierto sentido su virilidad (¿animalidad?) y superioridad (¿inteligencia?,¿arte?). Es un hecho que
dentro de la sociedad grazalemeña, y española en general, correr el toro no negaba la virilidad de una
hombre sino que la afirmaba y ratificaba.

CAMBIOS

Con la crisis económica, la pequeña fortaleza que había en el barrio Alto se desmoronó poco a poco. Las condiciones económicas inferiores de los habitantes del barrio alto hizo que la emigración más a los jopones que a los jopiches, reduciéndose el número de miembros de la Hermandad del Carmen.

Por otra parte el anticlericalismo del Gobierno Liberal redujo el poder de la Iglesia en Grazalema. EL pueblo había sido uno de los centros eclesiásticos más importantes de la provincia de Cádiz. En 1850 decía Madoz: "Cuenta Grazalema con una iglesia parroquial de término, servida por un cura, dos beneficiarios de real presentación en previo concurso, dos tenientes, y hasta treinta y cinco eclesiásticos, con otros varios dependientes " (1850:590). A parte de esta iglesia parroquial, había en el pueblo tres iglesias más y dos ermitas, un hospicio, un hospital con monjas y un arcipreste que controlaba las iglesias del distrito.

A mediados del Siglo XIX, los monjes Carmelitas pierden su poder económico debido a la Junta de Demolición promulgada por Mendizabal, y a la desamortización eclesiástica que puso en práctica el Gobierno Liberal. Empobrecida y sin el apoyo económico de los Carmelitas, la Hermandad de la Virgen del Carmen no podía pagar todos los gastos que implicaba la organización de las fiestas de la virgen y del toro, y en las últimas décadas del siglo XIX tuvo que pedir dinero al barrio bajo. Al participar en la compra del animal, los jopiches reclamaban a los jopones que el toro se corriera también en el barrio bajo. Esto creó una rivalidad enorme entre los dos barrios, ya que los jopones se oponían a tales medidas. Un pasaje recogido de la novela "La Forastera", publicada en 1893 por un maestro d eGrazalema, es importante al respecto:

"Los jopones, así son llamados aquel día los habitantes de la parte de arriba de la Pontezuela, fuente situada en la mitad del pueblo, promueven ruidosas competencias con los jopiches, o sea los vecinos restantes de la población, porque creyéndose dueños absolutos de la Virgen, y por tanto, de todos los festejos que se le atribuyan, no quieren dejar salir el toro de su barrio, en cuyo centro se halla la Iglesia de San José, morada de la celebrada imagen. Los jopiches, que abren sus bolsillos de la misma manera para costearlo, defienden enérgicamente sus incontestables derechos , obligando de cuando en cuando a sus contrincantes a que le dejen pasear por sus calles al toro".

Debido a razones económicas, el toro de la Virgen del carmen comenzó también a correrse en territorio jopiche. La virgen del carmen era ahora paseada por las calles del barrio bajo. Las hermandades dejaron aun lado sus diferencias, y ala Hermandad del Carmen comenzó a aceptar jopiches como miembros; y, en general, los matrimonios y las relaciones sociales entre los dos barrios se incrementaron.

CONCLUSIONES FINALES

Como hace cientos de años y a pesar de los cambios que se han producido en la sfiestas, el toro continua corriendose con su cuerda o maroma atada a las astas, el "Lunes del Toro de Cuerda", es decir, como escalafón o final de las fiestas en honor a la Virgen del Carmen. Dentro de esos cambios producidos destacamos un mayor respeto al astado (humanización), permitiéndose el juego sin traumas, imponiéndose el respeto al animal por encima de todo. La cuerda es de nylon muy suave, de muy poco peso y con protección para no causar daños en la atadura. La participación colectiva de la población y aficionados es aún mayor, organizada a través de una asociación cultural denominada "Peña Lunes del Toro de Cuerda", con más de 500 participantes, cuenta con su Directiva y Presidente, que se encargan de adquirir los toros y organizar el festejo. El Ayuntamiento de la Villa es el encargado de tramitar la documentación oportuna y velar por el cumplimiento y requisitos legales que regulan la celebración de este acontecimiento centenario, teniendo siempre presente, junto a la organización y con rigurosidad, que esta fiesta por encima de todo no puede ni debe causar daños al animal en su suelta y que tienen que ser sacrificado con posterioridad al festejo en las dependencias municipales (matadero), en presencia de la autoridad sanitaria competente.

Todas las personas que participan lo hacen bajo su estricta responsabilidad, cuya administración y organización no se responsabiliza de las imprudencias que afecten al físico individual por no acatar, observar y respetar las instrucciones de seguridad que la ley impone.

Esta fiesta, de fuerte arraigo, se enmarca dentro de lo que denominamos Velada de la Virgen del Carmen, a celebrar a medidos del mes de julio, siendo el lunes del toro de cuerda, el lunes inmediato a la festividad de la Virgen del Carme.

Esta Velada se abre con la celebración de las NOCHES FLAMENCAS, jueves y viernes.
Enviado por: Abies | Ultima modificacion:02-10-2006 17:51
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Foro-Ciudad.com - Ultima actualizacion:15/01/2020
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