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EL VUELO DE NUESTRA ALMA (relato breve sobre la esencia de nuestras identidades grazalemeñas)

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España > Cadiz > Grazalema
EL VUELO DE NUESTRA ALMA (relato breve sobre la esencia de nuestras identidades grazalemeñas)
“EL VUELO DE NUESTRA ALMA*”

Seudónimo: “Nuevo Amadeo de Castro”

Al amanecer de cada día, sobre todo del otoño o de la primavera, Grazalema se presenta, a la vista del caminante, dialogante y quieta a la vez. Unas veces parece afectada del incipiente brillo del crepúsculo transformándose en mil imágenes con el diferente color de plata que toman sus montañas al paso de la luz. Otras, sin embargo, su figura de ave real, recostada en un nido entre rocas, parece inmutable al paso del tiempo y de la vida.

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El expreso Madrid- Cádiz lanzó un alargado alarido y el chuc-chuc de su maquinaria empezó a marcar el ritmo de un nuevo viaje. Oscurecía aquel 22 de Marzo de 1910. El periodista, ahora diputado en Cortes, D. Dionisio Pérez Gutiérrez, que el día anterior había tomado posesión del escaño, ganado por la agrupación electoral de D. Isaac Peral, está en duermevela. Culto y sencillo, maduro, casi joven, el viajero enredaba el hilo del tiempo, con su facilidad para sucumbir a sus pensamientos.

“Estos largos viajes serán una penitencia que me obligarán en los próximos años a templar la paciencia. A pesar de todo, intuyo que la mejor época de mi vida es ésta que ahora comienza.

Después de tanto artículo y tanta rotativa, en la casi docena de periódicos en los que ya he escrito, reconozco que fue el primero de todos el que dejó en mí una huella más profunda e indeleble. Quizás porque, como pórtico de todos los que después se suceden, en sus páginas reflejé las tendencias e inquietudes que después me apresaron en el futuro. Y en ellas me encuentro una y otra vez como si fuese el eje de la noria de mi vida.

Recuerdo que mis primeros artículos en el “Diario de Cádiz” ya contenían una denuncia, que más tarde acentué en “La Dinastía” y que ahora me ha movido a dedicarme a la política.

Va para dos décadas en las que he colaborado intentado combatir esa lacra, tan española y sobre todo andaluza, del caciquismo que, puedo pensar, me ha llegado casi a obsesionar. Por desgracia he observado que ni Maura, en un lado de la cuerda, ni Canalejas, en el otro, han sido capaces de liberar a este sufrido pueblo, tan acostumbrado a ver, comicios tras comicios, las urnas rotas a favor y al antojo del señorito de siempre.

Así ocurre hoy, en los albores de este nuevo siglo, en tantos lugares como en la misma Sierra de Cádiz donde la candidatura gubernamental de la familia Bohórquez lleva años presentándose sola, sin otra opción que el miedo y el sometimiento del pueblo llano. Circunstancia que tanto me duele por ser la tierra de mis antepasados".

¡Próxima estación Chamartín!. Gritó una voz lejana que a todos los pasajeros se les hacía familiar y provocó un ajetreo apresurado hacia las puertas. El diputado miró con aire indiferente por la ventanilla y vencido al cansancio cerró los ojos, mientras por su cabeza seguían pasando imágenes y pensamientos.

"Y así ha sido, aunque llevo una vida multiplicada en residencias de aquí para allá y ya he vivido más de quince años en Madrid, mi memoria me trae, cada vez con mayor frescura, los recuerdos de aquellos primeros años vividos en Grazalema. Recuerdos imprecisos pero que son el fondo de mis sueños. Hasta el punto que creo que mi carácter está impregnado irremediablemente de la forma de ser y sentir de mis paisanos de siempre. Unos grazalemeños anónimos y otros más conocidos y de tan variados tintes como aquel revolucionario Sánchez Rosas o el canónigo Mateos-Gago".

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En el número 23 de la calle Borceguinería, próxima a la de Sta. Teresa, se encuentra el Seminario Conciliar de la Diócesis de Sevilla. En la puerta de acceso a una de sus pequeñas celdas de la primera planta, hace dos días que existe la recomendación de no ser molestado. Su inquilino es D. Francisco Mateos-Gago y Fernández quien va para diez años que ejercer de prebístero, catedrático de Teología Dogmática de la Universidad de Sevilla y profesor de este seminario mayor.

Las campanas de la Giralda acaban de dar las cuatro de la mañana del 13 de Junio del año 1868 y en su interior, otra noche más, ante un mazo de hojas de papeles envejecidas, fatigado por la zozobra y el ayuno, intenta escribir o más bien, a estas horas, emborronar de tinta, algunas de sus inquietudes que, por su peso, ni la oración ni el estado de clausura al que voluntariamente se ha sometido, consiguen mitigar.

Papeles en la mano, el cura se acerca a la ventana y en la noche se despliega, ante sus cansados ojos, un campo de enrejados huecos de pórticos y ventanales que, ante la tenue luz de la lámpara y el claroscuro levemente alterado por el suave rocío de la primavera, parecen que inundan con un soplo de aire fresco su fatigado rostro.

“¡De nuevo la oscuridad de la noche y aquí me hallo como un poseso ante las tinieblas!. Demonios del insomnio que me devora el alma. ¡Qué débil es la condición de este pobre cura! .Y sin embargo menores podían ser mis pesares ya que otros tormentos he superado. Pero ahora, desde que el eminentísimo Sr. Cardenal González, me haya nombrado y ofrecido el cargo como teólogo para el Concilio Vaticano, que ha convocado el Santo Padre Pio XI, estoy que no quepo en esta sotana.

Mi modestia de siempre, como fiel siervo consagrado al servicio de Dios y mi condición humana, que obtuve desde mi cuna en los primeros días de mi sufrida vida, enfrentan este honor de nombramiento con mis verdaderos deseos. Y ya van dos días en los que, ni la liturgia de las misas que he celebrado, ni más oración y recogimiento, me reconfortan. Y es que mi meditación, fruto de mi intuición y de la constancia en su insistencia, me dice, una y otra vez, que a buen seguro otros templados teólogos, de tan buen magisterio eclesiástico como los que tiene esta diócesis, harían un papel más digno y relevante que el mío. Aunque tampoco quiero contradecir, en modo alguno, los designios divinos.

A pesar de todo debo dar gracias a Dios ya que el debate de esta disyuntiva me ha ofrecido una y otra vez el consuelo en los más remotos recuerdos de niño en el solar que me vio nacer, en la Grazalema gaditana.

Allí, por vez primera, la providencia decidió ponerme a prueba. ¡Y qué prueba aquella!. A la edad de nueve años ya me había arrebatado a mis llorados padres Joaquín y Teresa, que Dios los tenga acogidos en su gloria, presa de esa lacra del cólera que nos acecha, y contra la que tanto he luchado desde aquellos días, y juntos se marcharon dejándome huérfano junto a mis hermanos José y Rosa. Sin embargo nunca notamos en exceso y en lo principal aquella gran falta, ya que el amparo protector de nuestro tío Juan José, D. Juan José Fernández Borrego, respetado médico titular del pueblo, nos dejó recogidos y entregados al calor de la familia.

Sin apenas respiro para el lamento, tanto a José como a mí, nos alentó al estudio del latín que yo asimilé al ritmo del viento. Recuerdo el día en que el pobre D. Pedro Fernández, que en paz descanse, entonces arcipreste de la villa, se citó con mi tío para expresarle que mi talento había avanzado tanto que en tan sólo dos años había agotado todo el fondo de sabiduría que él podía enseñarme.

Y también me acuerdo, sobre todo, en los días en los que recibí la primera llamada del Señor.

Parece que estoy viendo aquel momento en el que mi otro tío Andrés Borrego Calle que, como fraile Abad del convento de San Benito de Sevilla, sólo podía venir una temporadita en verano a Grazalema, se sentaba en los atardeceres con nosotros y nuestros primos a la fresca del pozo, que teníamos en el patio, y sobre unas estampitas nos hablaba de los santos y sus milagros.

No se me olvida el día en el que nos refirió la vida de Fray Raimundo del Valle, un grazalemeño entregado al martirio de la fe cristiana en la lejana China. Aquel fraile, que vivió hace ya más de 300 años, nos hizo soñar una y otra vez con tierras exóticas y hazañas cristianas. Según nos contó Fray Benito, fue avanzando en Filipinas y, a pesar de ser objeto de penosas calamidades y persecuciones, llegó a la China, siendo un conocedor del mandarín; lengua que aprendió, antes que los mismos conquistadores, para convertir infieles.

Pero esas vivencias no fueron sólo imaginadas. Allí mismo en Grazalema conocí un episodio del que aún conservo su impresión. Se trata del recuerdo de la figura de D. Juan Atienza, entonces alcalde del pueblo y amigo de mi tío Juan José, quien por socorrer a muchos vecinos de la epidemia de cólera que nos azotaba, fue contagiado, entregando su vida a aquella noble causa y llorado no sólo por el pueblo entero sino por toda la comarca.

Y ahora, a pesar de verme consagrado a profundos conocimientos teológicos, siento, rememorando mi modestia de siempre, aún más profundamente estos recuerdos. De ellos obtengo con gran clarividencia, como si de nuevo volviese a poseer la inocencia de aquel niño ante los relatos del fraile y las estampitas de santos, la llama de la humildad y la sencillez al servicio de Dios. Y por ésta y no por otra razón sufro de estas tribulaciones y de este insomnio, hasta el punto que ya le he escrito a mi hermano José para que se digne visitarme y recibir así el consuelo de su consejo”.

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“Acércate a mi pecho querido maestro, que a pesar de nuestra debilidad, y este frío que corta la vista, nuestro calor y nuestra libertad la llevamos dentro, porque no hay peor castigo que la soledad y el olvido”.

Son las tres de la tarde del 26 de Enero de 1893 en el patio común del Penal del Puerto. Ateridos por el hambre, el frío y la calamidad absoluta, entre los cientos de cuerpos desvalidos amontonados en rincones y fogatas, se encuentran un grupo de cuatro anarquistas condenados a cadena perpetua. Tres de ellos son más jóvenes aunque parezcan ancianos víctimas de un naufragio. Se llaman Fernández Lamela, Díaz Caballero y Sánchez Rosas. El cuarto, de mayor edad y aspecto más frágil y encorvado, y con evidentes secuelas de los martirios y torturas recibidas a lo largo de los años, es Fermín Salvochea.

Como atacado por una repentina y delirante locura, Sánchez Rosas, “José el Zapatero”, realiza un soliloquio que los demás oyen con cierta indiferencia por la dirección de sus miradas perdidas en el infinito, sólo interrumpida por alguna que otra tos persistente y los lamentos tanto del grupo como de otros reclusos más lejanos.

“Ahora cuando ha pasado tanto tiempo desde aquellos hechos y mis ojos apenas ven la luz más allá del cuadrilátero del cielo de este patio, recapacito una y otra vez sobre algunos de mis recuerdos, que no por antiguos se han borrado en la memoria. Sobre todo porque el destino, desde lejos, nos tenía reservados muchos momentos e ideales, tanto al maestro Salvochea, como a éste su humilde discípulo.

Recordaré siempre aquel anochecer de finales del mes de Abril de 1874. Como hacíamos de costumbre, siendo niños, mis hermanos y yo, aunque también había algún que otro zagalillo del pueblo, nos sentábamos en la trasera del taller de zapatero de mi padre y oíamos ensimismados las historias que nuestro abuelo Juan, “Señor Juan Rosas”, nos contaba con todo detalle.

Otras veces cuando el abuelo, corroído del reuma y los achaques, no podía estar era yo mismo quien leía en voz alta de aquel libro, titulado “El Emilio”, del pensador francés llamado Rousseau que alguien le había entregado en prenda a mi padre por alguno de sus remiendos y del que después me daría señas, cuando coincidimos en la cárcel de Cádiz, el camarada Reclús.

A veces mi lectura se rodeaba de hombres que esperaban algún arreglo en el taller y también, desde la puerta trasera del corral, alguna mujer vecina que disimulaba acompañar a mi madre o mi abuela.

Casi veinte años después reconozco esta práctica tanto dentro como fuera de la cárcel para explicar a los jornaleros y braseros las causas de su analfabetismo y su pobreza y la lucha por la redención que algún día llegará. Así hemos venido dando a conocer “El Productor”, el “Nuevo Rumbo” o la “Anarquía” y el pensamiento de los profetas Bakunin y Kropotkin.

Aquel atardecer de tormenta no lo olvidaré nunca. El viento vendaval abatía los tejados y desagües de latón de las casas dejándonos, ante la caída brusca del agua en la calle, un sonido de repiqueteo incesante como de tambores y un olor a tierra mojada que invadía la estancia y nuestros cuerpos.

El abuelo Juan empezó a hablar, como pocas veces le oí, con una voz seca y emocionada y un tono entrecortado que aún recuerdo. Sus ojos iban y venían repasando cada una de las miradas de la, cada vez, más concurrida audiencia allí concentrada; aunque, a veces, se paraba en los míos iluminados, atravesándome el alma, como queriéndome decir algo más.

Nos contó que a Grazalema había llegado aquella tarde un destacamento de militares y también que se habían concentrado varios números de Carabineros venidos de Ronda. El motivo de aquella inusual fuerza represora era el rumor, después confirmado, de que un grupo de insurgentes procedentes de Cádiz, buscando refugio en la Sierra, se les había visto por el desfiladero de Villaluenga. Recuerdo, como si fuera ahora, la mirada de tristeza de mi abuelo, cuando al referirse a un tal Guillén y a su jefe Salvochea, les llamó libertadores del pueblo y honrosos republicanos del Cantón de Cádiz.

Hoy el destino y los sueños me han unido a uno de aquellos prófugos del que he sabido con más detalle que no huía por ningún acto de delincuencia sino porque se les había arrebatado por la fuerzas represivas del Estado el gobierno y el sillón de la alcaldía del Cádiz liberado.

Ahora, en esta cloaca donde sólo impera el sonido desgarrado de los lamentos de tantos penados y donde reconozco que, a veces, he deseado con vehemencia que me acoja la muerte, me reconforta la fuerza que recibo de aquel momento.

Ahora he comprendido por fin que mi lucha por la dignidad que tanto defendí en Bujalance, Priego, Baena,... no nacieron sólo de los ideales anarquistas y del sentido de justicia que he buscado incesantemente, sino que más hondamente se fraguaron en aquellas palabras de mi abuelo.

Aquello fue un rito que como faro marcó mi destino Por esta razón, lejos de odiar este Penal del Puerto aún sabiendo que estoy privado del tesoro de la libertad, gozo de felicidad al comprender el significado de mi existencia predestinada y ungida en aquella especie de ceremonia, y que, a pesar de ser entonces tan niño, ahora comprendo que ya me predispuso a estrechar el ideal de la humanidad en mi cabeza, mi corazón y mi sangre, simbolizadas allí en la presencia de mi abuelo y en la profundidad de su mirada”.

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¡Estación de Alcázar de San Juan!. Se oyó de nuevo aquella voz lejana y el diputado, casi de un sobresalto, se incorporó repentinamente. “Me he debido quedar traspuesto”. Pensó. “Aunque no sé si he dormido, ahora se me agolpan muchas ideas mezcladas entre sueños. ¡Quizás esté sintiendo nostalgia por mi apagada actividad periodística!.

"Creo que sea lo que sea, empiezo a tener esa edad en la que se siente la necesidad de buscar esos valores que han decidido los pasos a lo largo de la vida. Y por eso ha aflorado en mí algo que, creí, estaba olvidado. ¡En este viaje empiezo a vislumbrar la fuerza de mi primera experiencia que encierra la esencia del hombre que ahora soy!. Y de forma irremediable he mirado a mi infancia, y a las de otros grazalemeños lejanos, acumulando recuerdos de aquellos niños en Grazalema. Ahora siento que la huella de aquella niñez no ha sido una anécdota más en nuestras vidas, sino el pilar que ha modelado muchas formas de ser y sentir en las que estamos atrapados y con las que me identifico.

Por eso, Grazalema no es sólo una imagen en el paisaje, sino que, sobre todo, son sus gentes y sus vidas; que como una escuela esencial ha señalado el destino del caminante que cada uno ha sido. Veo como la aparente silueta de aquel pueblo, recostada en la montaña, como la de un ave real inmutable al paso fugaz de la luz, ha ido, sin embargo, anidando para siempre el sentido de nuestra existencia, transformándose en una estela de vida que define la esencia de lo que somos y quisimos, la esencia de nuestro espíritu en el fondo de nuestro corazón y en el vuelo de nuestra alma”.

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(*) La totalidad de nombres, fechas y lugares mencionados en este relato se corresponden con hechos históricos contrastados y ocurridos en su época.
Enviado por: Rocafuerte | Ultima modificacion:08-08-2008 08:27
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Foro-Ciudad.com - Ultima actualizacion:15/01/2020
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