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Villanueva de la Sierra - Caceres

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España > Caceres > Villanueva de la Sierra
14-05-07 10:36 #369693
Por:CHOTANO SERRANO

FIESTA DEL ÁRBOL
CON TODO CARIÑO COMIENZO A TRABAJAR POR MI PUEBLO CON VOSOTROS MIS PAISANOS Y LO PRIMETRO QUE QUIERO COMPARTIR CON VOSOTROS ES LO QUE HAY PUBLICADO SOBRE LA FIESTA DEL ÁRBOL, QUE NOS DEBE LLENAR DE ORGULLO A TODOS :
Qué pudo inspirarle al sacerdote Ramón Vacas Roxo a llevar a los jóvenes al Egido o a la Arrayada de la Fuente de la Mora, predios de Villanueva de la Sierra, a plantar álamos en estas calendas, martes de Carnaval, hace ahora ciento noventa y nueve años? ¿Acaso un salmo en su celebración eucarística? En la comarca de la Sierra de Gata, los romanos y los árabes habían extendido la hopalanda plateada del olivo sobre las besanas. ¿Quién, en estos pagos, no ha visto plantar árboles? ¿Acaso era un ilustrado este presbítero?¿Tal vez un lírico que quería ver las laderas de la Sierra de Dios Padre convertidas en un bosque? ¿Recrear un paraíso? Son interrogantes ante una idea tan original como fecunda, aun cuando, como sí es cierto, que convocó a los clérigos, a los maestros, a las autoridades, vista la importancia del árbol para la salubridad del clima. Pero Ramón Vacas era, sin duda alguna, un zahorí, un previsor, un adelantado del medio ambiente, padre de ecologismo, como si nos avisara, con el gesto con que animó a los jóvenes a plantar árboles, de los riesgos que correría la Naturaleza. ¿Sospecharía, acaso, de la incuria que, con el tiempo, nos azotaría? ¿Lo que no haría don Ramón en este tiempo!, cuando se nos pide que no perdamos una gota de agua; y que cuidemos el bosque y que no hagamos fuego; en suma; que mimemos la tierra como el bien más preciado
Villanueva de la Sierra

No es de extrañar, por tanto, que Villanueva de la Sierra fuera protagonista con esta fiesta; que en este pago humilde surgiera esa idea luminosa que deslumbrara la tierra ante la necedad pirómana del hombre; y que aquel día ese humilde pago se convirtiera en un alborozo, en un sudor juvenil transformado en la savia de la vida, que, ese día, vivieron niños y mayores. Por algo el hombre no se siente completo - realizado, decimos- si le falta escribir un libro o plantar un árbol o tener un hijo.

Desde cuando éramos niños, aún sentimos el calor de aquellas manos, como si la temperatura no se hubiese apagado, el esfuerzo de sus casi estrenados músculos; y lo sentimos como hijos de una página escrita con la pluma gigante de los esquejes en los cuadernos grandes del paisaje, que jugamos, nosotros, en la oquedad rancia de los troncos de los álamos, grandes, en el Egido, en aquella postal color sepia del común de las cabras, cuando los pueblos eran agrícolas y ganaderos, no como ahora, híbridos, heridos por el rayo mortal de la traición del siglo XX - la mayor de ese siglo, según el escritor inglés Berger-: la desaparición de la cultura agraria, que no tiene archivo, que se ha perdido, por tanto, en el vendaval del tiempo.

Las raíces que el tiempo se llevó

Con qué emoción jugábamos entre esas candilejas de madera, cuevas casi podridas, cómo permanecíamos en ellas, unidos por el cordón umbilical de ese misterio. Pero esas raíces también se las llevó el tiempo, como se llevó los eucaliptos solemnes del cruce de las cuatro carreteras, mentidero del pueblo, solana de los últimos soles, palabras y conversaciones bajo la sombra y una brisa, vida de estos gigantes, sangre verde como diría Pablo Neruda, que crece con fantasía en nuestras retinas. Alamos, ese árbol tan machadiano, tan de escolta del padre Duero.

Así esta villa se convertía en nacencia de algo tan simbólico como es el árbol. Porque, además, Villanueva de la Sierra, posee el acento señorial y tropical de la magnolia más hermosa de Extremadura, que bien plantada está y podéis verla; que oculta sus años como una dama coqueta y guapa. Además, un par de palmeras. "Alto soy de mirar a las palmeras", como dice el poema de Miguel Hernández. Así, pues, en este pueblo, bien trazado y pino, brotó y se festejó al árbol; y nació esta singular Fiesta; y bajo sus ramas y sus hojas danzamos, nos alegramos, repartimos la savia del oxígeno por la cúpula inmensa de la atmósfera, empezamos a crecer tras ausencias calladas, que fue humilde el pueblo y no alardeó de tal efemérides, sin agitar las ramas de aquel acontecimiento, sin expandirla como una traca luminosa, humildes, aún sabiendo el rico legado de don Ramón ; que, sin duda, correría el vino tinto, que corrió aquel día; y se comió carne; y se saborearían dulces y sonaría el tamboril y la dulzaina.

Qué después hubo un acto religioso y tres días de fiesta; y que sería un día, pues tal vez como el de hoy: el sol en su sitio y la luz más o menos intensa; y de esta efemérides se haría eco el regeneracionista aragonés Joaquín Costa. Desde unos años, afortunadamente, se ha vuelto a recoger el espíritu de don Ramón, y se es fiel a su testamento como un "fiat" latino; es decir: hágase, en este caso plántese. El regidor, José Herrero, ha venido con muchos árboles, como un guarda mayor forestal y quiere dar fe de ese espíritu de don Ramón Vacas Roxo. Cantar, en sumalas excelencias del árbol, dejar "herencia de sombras" a las generaciones.

Antonia Aparicio, concejala, por cuyas venas corre la lírica, cantará, como una rapsoda, los versos más alegres de su vida; y el cronista Angel Paule entrará, como escribidor, en la historia de la villa. Se repetirá, en fin, la fiesta; que el oficio del escribano venía a orientar en el mimo y celo del bosque.

Valores simbólicos del árbol

El bueno de don Ramón, posiblemente, conociese los valores simbólicos del árbol; por qué no."Todos los árboles de los campos sabrán que soy yo, Yahvéh, / quien humilla el árbol elevado y que eleva el árbol humillado, / quien seca el árbol verde y reverdece el árbol seco. / Yo. Yahvéh, he dicho, y lo haré. (Ez 17, 24).

Este campo, que veis, de plata en los olivos, y de alguna que otra encina; este campo con sus árboles nos mece como a niños / jóvenes entre sus ramas, y nos acuna, y el viento nos suena a nanas, porque, afortunadamente, seguimos siendo niños / jóvenes, como aquellos que plantaron los álamos, en estas calendas, día arriba, día abajo, hace ciento noventa y nueve años.

JUAN ANTONIO PÉREZ MATEOS es escritor y periodista


de la Fuente de la Mora, predios de Villanueva de la Sierra, a plantar álamos en estas calendas, martes de Carnaval, hace ahora ciento noventa y nueve años? ¿Acaso un salmo en su celebración eucarística? En la comarca de la Sierra de Gata, los romanos y los árabes habían extendido la hopalanda plateada del olivo sobre las besanas. ¿Quién, en estos pagos, no ha visto plantar árboles? ¿Acaso era un ilustrado este presbítero?¿Tal vez un lírico que quería ver las laderas de la Sierra de Dios Padre convertidas en un bosque? ¿Recrear un paraíso? Son interrogantes ante una idea tan original como fecunda, aun cuando, como sí es cierto, que convocó a los clérigos, a los maestros, a las autoridades, vista la importancia del árbol para la salubridad del clima. Pero Ramón Vacas era, sin duda alguna, un zahorí, un previsor, un adelantado del medio ambiente, padre de ecologismo, como si nos avisara, con el gesto con que animó a los jóvenes a plantar árboles, de los riesgos que correría la Naturaleza. ¿Sospecharía, acaso, de la incuria que, con el tiempo, nos azotaría? ¿Lo que no haría don Ramón en este tiempo!, cuando se nos pide que no perdamos una gota de agua; y que cuidemos el bosque y que no hagamos fuego; en suma; que mimemos la tierra como el bien más preciado.

Villanueva de la Sierra

No es de extrañar, por tanto, que Villanueva de la Sierra fuera protagonista con esta fiesta; que en este pago humilde surgiera esa idea luminosa que deslumbrara la tierra ante la necedad pirómana del hombre; y que aquel día ese humilde pago se convirtiera en un alborozo, en un sudor juvenil transformado en la savia de la vida, que, ese día, vivieron niños y mayores. Por algo el hombre no se siente completo - realizado, decimos- si le falta escribir un libro o plantar un árbol o tener un hijo.

Desde cuando éramos niños, aún sentimos el calor de aquellas manos, como si la temperatura no se hubiese apagado, el esfuerzo de sus casi estrenados músculos; y lo sentimos como hijos de una página escrita con la pluma gigante de los esquejes en los cuadernos grandes del paisaje, que jugamos, nosotros, en la oquedad rancia de los troncos de los álamos, grandes, en el Egido, en aquella postal color sepia del común de las cabras, cuando los pueblos eran agrícolas y ganaderos, no como ahora, híbridos, heridos por el rayo mortal de la traición del siglo XX - la mayor de ese siglo, según el escritor inglés Berger-: la desaparición de la cultura agraria, que no tiene archivo, que se ha perdido, por tanto, en el vendaval del tiempo.

Las raíces que el tiempo se llevó

Con qué emoción jugábamos entre esas candilejas de madera, cuevas casi podridas, cómo permanecíamos en ellas, unidos por el cordón umbilical de ese misterio. Pero esas raíces también se las llevó el tiempo, como se llevó los eucaliptos solemnes del cruce de las cuatro carreteras, mentidero del pueblo, solana de los últimos soles, palabras y conversaciones bajo la sombra y una brisa, vida de estos gigantes, sangre verde como diría Pablo Neruda, que crece con fantasía en nuestras retinas. Alamos, ese árbol tan machadiano, tan de escolta del padre Duero.

Así esta villa se convertía en nacencia de algo tan simbólico como es el árbol. Porque, además, Villanueva de la Sierra, posee el acento señorial y tropical de la magnolia más hermosa de Extremadura, que bien plantada está y podéis verla; que oculta sus años como una dama coqueta y guapa. Además, un par de palmeras. "Alto soy de mirar a las palmeras", como dice el poema de Miguel Hernández. Así, pues, en este pueblo, bien trazado y pino, brotó y se festejó al árbol; y nació esta singular Fiesta; y bajo sus ramas y sus hojas danzamos, nos alegramos, repartimos la savia del oxígeno por la cúpula inmensa de la atmósfera, empezamos a crecer tras ausencias calladas, que fue humilde el pueblo y no alardeó de tal efemérides, sin agitar las ramas de aquel acontecimiento, sin expandirla como una traca luminosa, humildes, aún sabiendo el rico legado de don Ramón ; que, sin duda, correría el vino tinto, que corrió aquel día; y se comió carne; y se saborearían dulces y sonaría el tamboril y la dulzaina.

Qué después hubo un acto religioso y tres días de fiesta; y que sería un día, pues tal vez como el de hoy: el sol en su sitio y la luz más o menos intensa; y de esta efemérides se haría eco el regeneracionista aragonés Joaquín Costa. Desde unos años, afortunadamente, se ha vuelto a recoger el espíritu de don Ramón, y se es fiel a su testamento como un "fiat" latino; es decir: hágase, en este caso plántese. El regidor, José Herrero, ha venido con muchos árboles, como un guarda mayor forestal y quiere dar fe de ese espíritu de don Ramón Vacas Roxo. Cantar, en suma, las excelencias del árbol, dejar "herencia de sombras" a las generaciones.

Antonia Aparicio, concejala, por cuyas venas corre la lírica, cantará, como una rapsoda, los versos más alegres de su vida; y el cronista Angel Paule entrará, como escribidor, en la historia de la villa. Se repetirá, en fin, la fiesta; que el oficio del escribano venía a orientar en el mimo y celo del bosque.

Valores simbólicos del árbol

El bueno de don Ramón, posiblemente, conociese los valores simbólicos del árbol; por qué no."Todos los árboles de los campos sabrán que soy yo, Yahvéh, / quien humilla el árbol elevado y que eleva el árbol humillado, / quien seca el árbol verde y reverdece el árbol seco. / Yo. Yahvéh, he dicho, y lo haré. (Ez 17, 24).

Este campo, que veis, de plata en los olivos, y de alguna que otra encina; este campo con sus árboles nos mece como a niños / jóvenes entre sus ramas, y nos acuna, y el viento nos suena a nanas, porque, afortunadamente, seguimos siendo niños / jóvenes, como aquellos que plantaron los álamos, en estas calendas, día arriba, día abajo, hace ciento noventa y nueve años.

JUAN ANTONIO PÉREZ MATEOS es escritor y periodista


TRIBUNA EXTREMEÑA
La fiesta extremeña del árbol
FRANCISCO JAVIER LÓPEZ INIESTA/
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EL Martes de Carnaval de 1805, un pueblo extremeño -Villanueva de la Sierra, en la provincia de Cáceres- tenía el honor de erigirse en fundador de la primera fiesta mundial dedicada al árbol. Se cumple, pues, este año el 199 aniversario de aquel proyecto promovido por el sacerdote Ramón Vacas Roxo, secundado con aires de fiesta por los regidores de la villa, maestros y escolares. Aquel plantío de álamos negrillos en El Egido y Arroyada de la Fuente "La Mona" ha germinado, pese a los avatares históricos, en innumerables plantaciones, fiestas institucionalizadas en América y Europa, todas ellas con un denominador común: el reconocimiento a sus primeros fundadores y el propio objetivo de sus precursores: el árbol como fuente de vida.

Tuvo que ser una pequeña villa extremeña en la que, como escribiera Pascual Madoz años después, sus "alrededores se hallan poblados de viñas y olivares, que ofrecen un delicioso paseo y una vista agradable", la que ofreciera al mundo tan noble primicia. Aquella ejemplar unión entre ayuntamiento, vecinos y escolares -todo un Grupo de Acción Local en nuestros días- generó una cadena de iniciativas en favor del árbol en la propia villa, en España y en el mundo.

El protagonismo del ayuntamiento al apadrinar el proyecto converge con la línea de "desarrollo sostenible" que hemos puesto en marcha en Extremadura. Aun con escasos medios, las grandes ideas terminan por florecer. Incluso en pequeños municipios, el papel del ayuntamiento es siempre decisivo como mecenas para el desarrollo de aquéllas. Sólo de este modo podemos entender el auge de la fiesta a partir de 1805.

Tras la Guerra de la Independencia y el fallecimiento de sus promotores, la llama de vida inicial nunca se extinguió. Villanueva de la Sierra dedica una calle a la Fiesta del Árbol en 1960, y en 1957, Rufino Saúl defiende la primacía de la fiesta para la localidad al tener conocimiento de la reivindicación de EE UU, en cuyo Estado de Nebraska se instituyó sesenta y siete años después. En 1991 se inaugura el monumento al árbol en Villanueva de la Sierra.

Diversos lugares de España recogen el testigo. En 1817, León promueve una gran fiesta con motivo de la plantación de árboles. En 1896, la Reina patrocina otra fiesta dedicada al árbol en Madrid, que organizan la diputación y el ayuntamiento. En 1898, Rafael Puig y Valls, ingeniero de Montes, funda la Sociedad de Amigos de la Fiesta del Árbol en Barcelona. En 1904, un Real Decreto define el carácter de la fiesta del árbol. Por otro Real Decreto, en 1915, se declara obligatoria en España la celebración anual de la fiesta en todos los municipios españoles. En 1921 se funda la Liga de Defensa del Árbol Frutal y del Arbolado en general en Santa Coloma de Gramanet y se celebra la I Fiesta del Árbol Frutal. En 1929 se instituye en Barcelona la Fiesta de la Agricultura.

El gobernador del Estado de Nebraska, en Estados Unidos, propone en una asamblea de agricultores celebrada en Lincoln en 1872 fijar para el 10 de abril la fiesta del árbol, que es acogida con entusiasmo e imitada por otros estados. En Cincinati, en 1882, durante la asamblea nacional sobre la conservación de los bosques, tiene lugar una gran plantación y la fiesta queda consagrada como una institución escolar. En 1907, las escuelas del Estado de Wisconsin plantan 140.000 árboles. A principios del siglo XX, la fiesta se extiende por toda Europa, especialmente en Italia y Noruega.

En este camino que hoy iniciamos hacia el bicentenario de la institucionalización de la fiesta en Villanueva, es oportuno reconocer el mérito de aquellos adelantados y sus frutos, y mejorarlos en lo posible. La fiesta anual de hoy, y la del próximo año en particular, deben servir de punto de partida para afianzar en toda la región aquellos principios que inspiraron la fiesta del árbol en el pueblo extremeño. Honrar su memoria sería hacer realidad no sólo aquel sueño que no fue de principios del siglo XIX, sino reverdecer un patrimonio de todos que nos hizo universales por su origen.

El bicentenario debe constituir la punta de lanza y la ocasión propicias para relanzar la fiesta y extenderla a todos los pueblos de la Comunidad extremeña. Los fines, los resultados y la hora, así lo demandan. Pero, como ya ocurriera en 1805, el proyecto debe ser secundado por todos los miembros de la comunidad vecinal. No han de faltar los apoyos institucionales. La fiesta extremeña -y mundial- del árbol nacida en Villanueva de la Sierra se proyecta ahora como legado y testimonio, como protagonismo de los extremeños y quehacer cotidiano, como apuesta de presente y cosecha de futuro, como herencia siempre viva, en fin, para las generaciones venideras.

Los incendios ocurridos el pasado verano en la provincia cacereña y sus nefastas consecuencias, han llevado al ánimo de todos la importancia de nuestros bosques, de su cuidado y mantenimiento. Nunca como en los últimos años se han dedicado tantos recursos públicos, materiales, técnicos y humanos para el cumplimiento de esos objetivos; pero la mano del hombre, tantas veces, que extingue su propia fuente de energía y vida, y los accidentes atmosféricos, en otras, se han erigido también en los principales enemigos del bosque. De ahí la preocupación pública constante por la prevención de los incendios y la adecuación de los medios para una rápida extinción. Sin embargo, resultarían infructuosos si todos y cada uno no asumiéramos aquel espíritu que animó a los vecinos de Villanueva de la Sierra al instituir la fiesta del árbol.

La efemérides nos invita a acercarnos a este pueblo para entender mejor el porqué de aquellos pioneros. Y, también, a Valencia de Alcántara y Las Hurdes para comprobar "in situ" los efectos contrarios sobre nuestro medio ambiente, haciendas, paisaje y vidas. El árbol, como el libro y el hijo, pasan por ser las mejores herencias en la vida de los hombres y mujeres. Del árbol, el libro y un árbol para cada hijo y por cada uno de ellos. Así lo entenderían Ramón Vacas, Pedro Barquero y Andrés Hernández, quienes dieron a su convocatoria un aire de fiesta "no sólo para excitar los ánimos, sino para fijar la idea de su mérito y utilidad".

Al conmemorar hoy el 199 aniversario de la fiesta, a un paso del bicentenario, rendimos al árbol el tributo que se merece y a aquellos adelantados a su tiempo, el honor al que se hicieron acreedores y a nosotros, tributarios de tal honor.

FRANCISCO JAVIER LÓPEZ INIESTA consejero de Desarrollo Rural
Si hay una villa nueva es que antes hubo otra, y romanas son dos lápidas que encontramos en su Plaza Mayor, dos ancestros que se llamaban uno Tancino hijo de Doviloni (de Coria) y el otro Cara hijo de Tamabi (autóctono), treinta y veinticinco años, dos jatundrios que no murieron en la cama; en las cabeceras de sus dos lápidas vemos la media Luna, único símbolo en la segunda que la primera tiene debajo además dos pequeñas exápelas que nos aclaran los matices de estos personajes, mayor romanización del coriano frente al léxico más primitivo y distinto montaje del hijo de Tamabi.
El primer documento citando esta población lo tenemos del día 5 de julio de 1188, cuando Alfonso IX concede al clero e iglesia de Coria la Aldeanueva que está sobre Trasga, con sus términos antiguos y modernos y todas sus derechuras y la deslinda desde el nacimiento del Pedroso hasta el Trasga y por lo alto del monte de Santa Cruz hasta el monte de Dalt de Monroy junto al Comenar de la Mata y el lomo adelante arriba como cae en Trasga debajo de la iglesia antigua.
El espacio citado en el documento se corresponde con los actuales términos de Torrecilla de los Ángeles y Villanueva de la Sierra pues sus topónimos están perfectamente localizados: Dalt de Monroy es el Alto de la Sierra con su cota Serrejón a 812 metros de altitud sobre la Portilla del Término a la salida de Hurdes por Pinofranqueado; el Colmenar de la Mata es el Collado de la Mata sobre Torrecilla, en las crestas de la Sierra de los Ángeles... hasta caer al río Trasgas desde el Campanario arriba por el lombo de Valdelazarza y el regato Campanillo en la actual linde con Hernán Pérez. En el documento terminal del Pereiro-Alcántara de 1227 se cita como el Espinazo del Can y el anterior Dalt de Monroy como el Otero Monio, de Pedro Muñoz.
Se deslinda Trasgas para los pereiros santibañejos cuando Villanueva de la Sierra se convierte claramente con Santa Cruz y Ceclavín en villa obispal; vemos como en 1227 ambas pertenecían al igual que Hernán Pérez, las villas de Valdárrago, Torre, Gata, Villasbuenas y Santibáñez con Pozuelo y la Villa del Campo a la encomienda de Mascoras de la orden del Pereiro.
Primer municipio que hizo un monumento al Árbol gracias a su instituidor Don Ramón Vacas Roxo, el Martes de Carnaval de 1805 y reinstituido en 1984.
Dice don Mario Simón en su Historia Lírica de Santa cruz de Paniagua: «...Villanueva dejó de ser por aquella plaga de hormigas que destruyera Malpartida de los LLanos, y se trasladara a su actual emplazamiento, al amparo de la fortaleza en cuyo solar radica hoy su cementerio...».
Villanueva junto con Santa Cruz eran regidas por un Alcaide Mayor del obispo de Coria hasta que el rey Felipe II les vendió en señorío con todas sus gentes y ganado a don Alonso Pérez de Ocampo, dieciséis mil maravedises por vecino y cuarenta y dos mil quinientos por el millar de las rentas jurisdiccionales amen de los gastos que tuvo el Rey en los cinco años de averiguación que en la dicha villa habían ciento sesenta y seis vecinos... total tres cuentos (millones) y cuarenta y cinco mil cuatrocientos cincuenta y siete maravedís y medió que entregó el comprador al Tesorero General Juan Fernández de Espinosa del Consejo de Hacienda. Lisboa marzo de 1582. Cuatro siglos dicen que mandó el obispo en Villanueva y Santa Cruz.
La cooperativa local de aceitunas «El Campo de Dios Padre» recogió en el año 1993 alrededor de 3.000 toneladas de verdeo, oro que empieza a estimarse justamente; fue el pasado y es presente, él más claro futuro. Es olivo base imprescindible para la vida en estos lugares, fatalmente su fruto mal pagado motivó la destrucción de miles de oliveras por lo que hoy más de uno se agarra o se agarrará las orejas al ver el auge que está adquiriendo este fruto en el mercado. Ya decían los viejos que en los años malos fue la aceituna quien mató el hambre.
El ocio tabernario se reúne en la carretera donde el bar Nido de Emiliano y Basi, antes daban comidas y ahora de urgencia, hasta camas en un momento dado. Los viejos en el Hogar del Pensionista junto a la Piscina, también el Casablanca de Mariano que ahora lo lleva su hija, y el Cine: la vieja sala empolvada de olvidos donde nos dice Ramón que aun sobrevive la vieja Osa con su cruz de Malta y olores de acetona entre carretes carentes de filmes, decorando las paredes del garito. Gentes ingeniosas las d´estos pagos y mención de honor al amigo Amador que hizo crecer el pelo con su pócima a la mismísima bola del mago Merlín.
Arriba en la pingorota serrana del Dios Padre recibe culto en nueva ermita sobre restos paganísimos la Primera Persona de la Santísima Trinidad, la del Ojo Triangular y su Cordero, santo patrón el mismo Zeus en este Olimpo Oriental de la Sierra de Gata.
Desde sus riscos jupiterinos se lanzan buscadores osados colgados del parapente, como jinetes caracoleando térmicas en la aventura celestial. Un nuevo aliciente turístico que cada día va engrosando la afición a este mundo de contrastes infinitos, color, historia y Naturaleza.





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