Villanueva de la Sierra - Caceres

Desde los altos, escarpados y perdidos pueblos salmantinos, bajan los arrieros con sus reatas de burros y de mulas, cargados hasta los topes, recorriendo los sinuosos caminos, veredas y empinadas cuestas, cobijados en sus largas y holgadas chambras de recio y austero paño, y con el ajado sombrero de fieltro arropando sus cabezas.

Traen como de costumbre para vender, los típicos productos de esas tierras: curados jamones, veteados tocinos y chacinas de Guijuelo; turrones de cacahuetes y almendras de La Alberca; arropes, miel y polen de las Mestas y sabrosas “ bacalás” pescadas en el Cantábrico, curadas en los secaderos de estás frías y áridas serranías.

Llegan sobre el atardecer, cansados y sudorosos, y buscan refugio en las posadas de esta bulliciosa, pujante y próspera villa extremeña.

Unos se alojan en la parte baja del pueblo, “el Lejio”, en la Posá de la Tía Prudencia, cercana al Pilar del Llano y otros subirán lentamente la empinada y enrollada cuesta de la calle Larga hasta la plaza y se acomodarán en la Posá de la Tía Felisa.

A media luz, ayudados por el tenue resplandor de los candiles y faroles de aceite y a pesar del cansancio acumulado, descargan con animosidad y diligencia los fardos, serones y banastas en los que portan los géneros y mercancías que traen, dejándolos apoyados contra alguna de las paredes del inmenso patio empedrado.

Antes de pensar en ellos y atender a sus necesidades, abrevarán sus bestias en el pilón de la plaza, llenarán de paja y cebada los pesebres y las dejarán recogidas y a cubierto en la penumbra y soledad de la cuadra.

En la posá, la cena es buena, copiosa y caliente: un buen trozo de pan blanco, unas sopas de tomate o de patatas, un buen guisao de cabra, unas tajas de tocino y de postre unas natillas caseras o un arroz con leche y con canela.

La reluciente, grasienta y sobada bota, llena con buen vino de pitarra de cosecha, pasa sin desmayo y sin descanso de mano en mano, una y otra vez.

Una acogedora y descomunal lumbre de leña seca de encina y olivo en el centro del patio, ilumina y calienta el ambiente en la frialdad del anochecer.

Antes de dormir, unos sorbos de anís seco o aguardiente, una picadura de tabaco y unas cuantas parrafadas, ayudaran a descansar y a conciliar el sueño, después de tan agotadora jornada de trabajo, tirados sobre los secos y duros jergones de paja.

Al amanecer, ya descansados, sacarán y dispondrán en los alrededores de la plaza el género y las mercancías traídas, en espera que las mujeres y vecinos del lugar, se acerquen a comprar.

Cuando termina “ la plaza”, recogen “toas “ sus cosas, ponen las albardas y cinchas a sus bestias y cargan en unos los serones de bellotas,en otros los pellejos de vino bien atados y sujetos con las sogas; en otros aseguran las articuladas y metálicas aguaderas cargadas con cuatro medias de aceite, que llevarán para Béjar.

A eso de las dos, cuando el sol está alto y más calienta, se ve como los sufridos hombres y las cargadas bestias, suben cansados y sudorosos la embarrerada y pronunciada cuesta de la Casa Caminero, buscando la sombra del madroñal de Durán, el agua fresca del pozo de tío Blas y seguiran por el polvoriento sendero camino de las Vegas.

“ La fuente de la grillera,
la ha "limpiao" Manuel Moriano,
para que "to" el mundo beba,
la ha limpiado con sus manos”

En lo más alto del cielo, mecidos por una suave corriente de aire templado, una pareja de buitres, contempla la escena con indiferencia, mientras escrutan y vigilan el paraje y sus entornos con sus penetrantes ojos en busca de posibles presas.

Estos típicos personajes hasta bien entrados los cincuenta,salían de sus casas y a veces se tiraban semanas enteras recorriendo caminos y carreteras de tierra, de pueblo en pueblo pregonando a los cuatro vientos "El tocinero tocino" con aquella mula cansina que desde el lejío hasta la cruz de casa en casa tocando a veces la puerta cantaba: Señora quiere tocino lo tengo muy bueno de veta sin veta y a buen precio.Recuerdo aquella romana un tanto oxidada donde pesaba el tocino intentando dar algún gramo de menos si la tía María no se daba cuenta.
Y así continuaba alejándose calle adelante repitiendo el grito de siempre " El tocinero tocino"

Recuerdos del ayer.

Vicente.