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Santibáñez el Bajo - Caceres

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España > Caceres > Santibáñez el Bajo
07-12-16 23:57 #13404060
Por:El_ pizarroso

Recordatorios !!LA TRIBU: PRIMERA JUVENTUD!! de Félix Barroso Gutiérrez.
Esta es una nueva sección de Felix Barroso publicada en el diario digital Extremadura,que a parecido el día 6 de diciembre del año 2016

Atrás íbamos dejando aquellos tiempos cuando la tribu nos permitía recorrer, arropados por las sombras de la noche, los agrios parajes de sus términos municipales con el fin de “il a garulla”. Todo un latrocinio semitolerado que nos daba la licencia para apropiarnos de diversos frutos, sobre todo melones y sandías, a condición de no coger más de una o dos piezas por huerto, lo que nos llevaba a saltar numerosas cercas de liliputienses predios y emplear toda la noche en la aventura. Luego, lo recolectado se guardaba entre la paja de algún oscuro corral y nos servía de intendencia para las merendolas dominicales. La juventud nos reventaba por los cuatro costados deslizándonos por el tobogán de los diecisiete otoños. Con el dramaturgo español Alejandro Casona, al que apodaban “El Solitario”, podemos decir que “no basta con ser joven: es preciso estar borracho de juventud, con todas sus consecuencias”. Alocada época, que hoy, cuando ya peinamos algunas canas, nos lleva a parafrasear al novelista francés Pierre Benoit: “De mis disparates de juventud lo que más pena me da no es el haberlos cometido, sino el no poder volver a cometerlos”.

Sería por aquellos años cuando, clavando los codos en aquel Madrid de alborotos mil, conocí en una de mis errantes y bohemias noches a un curioso personaje. Fue por las tascas que se arracimaban en las cercanías de la Plaza Mayor. Debería trotar por los cincuenta y tantos años. Al parecer, era profesor en una academia de la calle Fuencarral y todo el mundo le llamaba “Durruti”, en recuerdo del nunca bien llorado anarcosindicalista español (José Buenaventura Durruti Dumange), al que una misteriosa bala le segó la vida en el frente de Madrid en noviembre de 1936. Trágicamente el mismo día en que caía a los pies del paredón José Antonio Primo de Rivera y Sáenz de Heredia, el controvertido fundador de La Falange y cuya figura fue prostituida hasta la náusea por el desteñido azul del franco-falangismo. Aquel profesor de Filosofía, militante de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), había sido educado por toda su tribu allá en un pueblo escondido entre los robledales de la sierra de las Quilamas. También un maestro republicano coadyuvó a que el ancestral grito de ¡¡Tierra, Justicia y Libertad!! que venía resonando por los barbechos quedara fijamente clavado en los hemisferios cerebrales del amigo “Durruti”. Un maestro que fue uno más de los 20.000 depurados (cientos de ellos fusilados) por los golpistas genocidas que se sublevaron contra la Segunda República. Un maestro que formaba parte, en palabras de Enrique Plá i Deniel, obispo de Salamanca que otorgó el nombre de “cruzada” a la Guerra Civil Española, de “la semilla de Caín que había que aniquilar”. Un maestro que fue sustituido por uno de aquellos miles de alféreces provisionales que, sin preparación pedagógica alguna, fueron colocados al frente de numerosas escuelas de aquel régimen asesino y autoritario que caminaba “Por el Imperio hacia Dios”.

Me extasiaba escuchando en aquel año en que iniciaba el Curso de Orientación Universitaria (COU) a aquel filósofo que un día abandonó su casa al ver la foto de una joven guerrillera cubana en una revista y se enamoró platónicamente de ella. Su ardoroso idealismo le llevó a cruzar el Charco y a enrolarse en la guerrilla que operaba en Sierra Maestra contra el dictador Fulgencio Batista Zaldívar, aquel que había convertido Cuba en un gigantesco prostíbulo y antro de corrupción con la ayuda de la mafia estadounidense. “Durruti” hizo buena la frase del Che Guevara: “Déjeme decirle, a riesgo de parecer ridículo, que el revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor”. Por ello, él amaba la Revolución y a aquella guerrillera a la que conoció físicamente después de una concienzuda búsqueda por los diferentes frentes revolucionarios. Recuerdo algunos nocturnos sábados en las tabernas del viejo Madrid, cuando mi amigo, empapado por el ron “Bacardí” de los cubalibres, se ponía romántico y sacaba una sobada fotografía de su cartera. Allí estaba ella, la guapa guerrillera, con su negra melena ondeando bajo la gorra de combate y sus enormes ojazos, diáfanos como el firmamento y desafiando al mundo entero. Como un poseso se ponía a besar el retrato, mientras un reguero de lágrimas le surcaba el rostro. Entretejía frases entrecortadas y aparentemente inconexas, con reiterados topónimos que se posaron en mi memoria: “Si te ofendí con tanto amor, discúlpame”; “menuda balacera: El Uvero, Guisa, La Maya, Jiguaní, Santa Clara…, qué se yo, y ella siempre a mi vera; “me dijeron anoche que ahora besas con los ojos abiertos, porque si los cierras, soy yo el que se te aparece…” Mi camarada construía preciosos versos y, detrás de la foto, se podía leer una hermosísima cuarteta: “Solo por ti hubiera sido infiel./ Lo juro y lo he de jurar mil veces./ Por ti bebería cáliz de heces:/ ascosas y más amargas que la hiel”.

Nuestras tribus, la de “Durruti” y la mía, eran de aquellas que nos habían advertido que “en nuestras hambres solo podríamos mandar nosotros”: Nadie más: ni el Estado, ni los dioses ni el patrón. Él, el filósofo, combatió como el primero y no tardó en asumir responsabilidades entre la guerrilla. Siempre me habló de la hombría y de la dignidad de Fidel Alejandro Castro Ruz, de su titánica lucha contra el imperialismo de aquella United Fruit Company, acostumbrada a hacer y deshacer a su antojo y ser dueña de vidas y haciendas en toda América Latina. De pelear a brazo partido contra su avariento y reaccionario vecino del Norte, el que sufragó el intento de invasión de la isla caribeña en Bahía de Cochinos, en 1961, que supuso toda una humillación para tan prepotente potencia. De aguantar estoicamente el terrible y despiadado bloqueo socioeconómico que el país del Tío Sam le impuso unilateralmente, el mismo que le robó con toda impunidad el espacio territorial de Guantánamo. Y siempre el Gran Gringo, durante lustros, pasándose bajo su entrepierna las resoluciones de la ONU, llevando detrás a su mascota: el Estado judío de Israel.

Mantenía un profundo respeto ante la gigantesca figura histórica de Fidel Castro, sobre sus desvelos por los más desfavorecidos del Planeta, su envío de médicos y maestros cubanos allí donde hiciesen falta, su continuo bregar anticolonialista y antiimperialista y se enorgullecía de los logros de la Revolución. Las estadísticas de la Organización Mundial de la Salud, de la UNESCO, de la UNICEF y de otros organismos de las Naciones Unidad estaban a la vista de todos. Nadie podía negar el salto cualitativo de Cuba y el alcance de su Revolución Social. “Si en Nueva York, por poner uno de los miles ejemplos -repetía exaltado-, más de la mitad de los niños pasan necesidades y muchos hambre física y hay más de 60.000 personas “homeless”, en Cuba se desconoce la malnutrición infantil y ni un niño ha vuelto a morir a causa de la malaria”. La emoción le embargaba cuando hablaba de aquellos logros y, poniéndose en pie, comenzaba a cantar con aquel vozarrón que hacía temblar todo el bar la famosa tonada de Carlos Puebla: “…Y en eso llegó Fidel./ Se acabó la diversión,/ Llegó el comandante y mandó parar…” Y terminaba su discurso con un “!Viva Cuba Libre!”

Pero todo tiene su pero y él, como buen anarquista, creía a pie juntillas que la autogestión y la democracia directa conducen a la auténtica Revolución; sin embargo, el centralismo, la estatalización y la obediencia debida a la misma por parte de las clases trabajadoras, el militarismo y la dictadura del proletariado no respetaban el principio de “en mi hambre mando yo” y podían degenerar en Contrarrevolución. “Durruti” no compartía las filosofías marxistas-leninistas, pero le dolía condenar a Fidel y a otros dirigentes de la Revolución Cubana. No obstante, siempre acababa citando al filósofo y escritor francés François Marie Arouet Voltaire: “A los vivos se les debe respeto; a los muertos nada más que la verdad”. A veces, se iba por las ramas y justificaba que Fidel se hubiera desviado del camino a causa de haber nacido un 13 de agosto. Daba la impresión que era de los que creía que los astros modelan el carácter de las personas de acuerdo con el día en que nacieron. Fidel nació bajo el signo de Leo, igual que su amadísima guerrillera comunista. Y los Leos, a tenor de lo que él comentaba, eran de genio recio y vivo, llevándoles su orgullo a mantener una inflexibilidad reñida con su corazón magnánimo. Su punto flaco era el tocar poder, ya que, entonces, son propensos a endiosarse y a convertirse en seres autoritarios.

También el que fuera mi gran amigo Gonzalo Martín Encinas, conocido por “El Correcaminos de Las Hurdes”, vino a este mundo perro-flauta otro 13 de agosto. Todo un autodidacta, un rebelde y apasionado luchador por su tierra y el mejor danzarín repicando las castañuelas y ejecutando los antañones bailes jurdanos. Orgulloso estaba él de haber nacido el mismo día (salvando muchos años por medio) que Fidel. Tozudo y altanero, pero con un corazón que se le partía a cachos ante la gente necesitada. “De habé nacíu ántih -me contaba, entusiasmado-, m,habría díu fuendu con Fidel a jacé la Revolución; la mi sangri l,habría dau pol aquella causa y vaiga el sol saliendu pol andi quiera”. Pero el pobre de Gonzalo no hizo aquella Revolución ni podrá hacer otra alguna. La maldita parca, la que nunca está ahíta de carne, vino a por él muy tempranamente, y se nos fue un 4 de agosto de 2005, el año de la “Alternativa Bolivariana para las Américas”.

Dejamos a nuestro profesor de Filosofía en nuestra nube onírica (desconocemos al día de hoy si es vivo o muerto), armando más cuartetas a su linda guerrillera, y nos vamos con Joaquín Sabina y su “Postal de la Habana”. La Revolución continuará en la próxima entrega.

“…Y en ese hotel tocó Beny Moré
la noche que Al Capone
perdió los pantalones
a la ruleta rusa con Fidel.
Y las viejas banderas
llamando a las trincheras
desde el mural añil de la pared,
donde una mano ha escrito
`Haydée, te necesito`
sobre la boina mítica del Ché”.
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