VIVIR PARA CONTARLO PRIMERA PARTE 1Ese apacible atardecer de agosto, el sol se despedía después de abrasar desde su cenit la empinada y reseca ladera de lo que llaman Los Riveros. Donde los tomillos y aceuches crecen,y la flora es capaz de resistir tanto bochorno sin inmutarse. Luego cae sobre estos la noche solitaria en que las alimañas salen a buscar su sustento diario merodeando el poblado. A poco más de dos kilómetros Parajes de soledad por donde discurre este camino vecinal que serpentea para ganar o perder altura, según la dirección, con una calzada de pizarra invadida por el matorral y el paso de los siglos y la inclemencia de los elementos. A esa hora en que la temperatura se muestra amiga y confortable. Dos arrieros se apresta a ascender por la empinada cuesta, relajados: ya de vuelta de la capital. El camino, llamado del Casar puesto que ahí se dirige se prolonga y gira al sur hasta la capital: Cáceres. Una ruta que evita dar un gran rodeo. Siempre que el rio Almonte lo permit a. Ya en el término del pueblo, el camino atraviesa un pequeño arroyo con puente, unas losas de pizarras de soporte. A poco de rebasarlo estos arrieros. Cuyos nombres no quisiera obviar puesto que eran de Santiago igual que la historia a que me refiero. Isaac Macarro y tio Castaño, (este último tengo mis dudas) ven a un tipo vestido de andrajos barbudo, llamando su atención surgido del escondite, el puentecillo. No, no se asustaron: la tarde aunque en sombras permitía ver de que se trataba. Era tío “Hurdano.” Se le buscaba, vivo o muerto. La guerra seguía vigente y bromas con la ley más bien ninguna. Al pobre hombre (una buena persona ) se le perseguía. Era dueño de una pistola ya antes de la guerra, se la reclamaron, la había perdido si no la entregaba le iba en ello la vida. Hubo de echarse al monte. Lo buscaron, los más significados del pueblo, caballo y escopeta en ristre. Los caballos por eso paraje de ríscos y laderas no eran muy eficaces. Al “Planché” un antiguo amigo suyo lo comisionaron para ver si lo sorprendía, armado con una escopeta. Pero el señor Crespo, (este era su primer apellido) se lo olió, puso tierra por medio de este viejo amigo. |