Santiago del Campo - Caceres

LA INFANCIA, UN RETAZO DE NUESTRAS VIDAS.

No sé si la luz calma de estos días de febrero o, tal vez el ciclo de la vida, el que me empuja a evocar una parte de mi infancia que considero uno de mis más preciados tesoros.
De mi infancia recuerdo como disfrutaba el paso de las estaciones... era algo mágico y especial, que sugería que hasta lo previsible pudiera ser sorprendente,
en una España paupérrima y vigilada, sumergida en la más férrea dictadura de la posguerra después de la contienda civil.

Estudiábamos en dos grupos en los colegios que inauguramos de la calle de la Iglesia allá por el año 1958, (alma máter de muchas generaciones de nuestro pueblo, que después complementaron su formación en la universidad de la vida), sólo nos juntábamos al entrar, al salir y en el recreo. Uno lo capitaneaba don José Rasero Machacón, el de los mayores al que yo pertenecía, y el otro don Gabino Hurtado, encantadores, siempre mal pagados, pobres pero honrados..., maestros de maestros que dejan en ti una huella indeleble que ni el transcurso de más de medio siglo ha conseguido borrar. Las personas que más respeté en mi infancia y a las que les guardé siempre un reconocimiento profundo. El maestro fue para mí casi como un padre, porque fue mi maestro, el que me enseñó a amar los libros, a descubrir el mundo desde una enciclopedia que era el compendio de todas las materias y sabiduría del programa educacional de la época, a ver el mundo dibujado en aquellos mapas de colores que colgaban de las paredes del aula...a escribir con buena caligrafía, a tener disciplina y respeto. Allí permanecíamos hasta que cumplíamos los 13 ó 14 años los más privilegiados, los menos afortunados eran retirados a la temprana edad de 8 ó 10 ańos para guardar ovejas o cabras y contribuir de esta manera a la maltrecha economía de las familias. Los que podían permitírselo, que eran muy pocos, marchaban a la ciudades para continuar sus estudios con el bachillerato, internos en algún colegio de curas o de monjas, para volver al pueblo algún fin de semana y vacaciones.

Pero sobre todo, recuerdo mi infancia como aquella etapa en la que los días estaban envueltos de paz, armonía, paciencia, donde no había lugar para las prisas, ni los agobios, ni el estrés, porque el tiempo parecía no pasar. Se alternaban las tareas de la escuela con la ayuda que se pudiera prestar a la labores del campo como asistir el ganado, partir la leña o faenas en las tierras. Recuerdo a mi padre por las noches en mi casa después del trabajo del campo, que de forma altruista alfabetizaba a algunos mozos viejos enseñándoles a leer y escribir y las cuatro reglas, que era todo su saber, y posteriormente a mi hermano preparando en vacaciones a algunos futuros guardias civiles de los que tanto salieron de nuestro pueblo en aquella época. Recuerdo a las mujeres sentadas a la resolana aprovechando los últimos rayos de sol de las frías tardes de invierno, que en apacibles conversaciones remendaban sábanas y pantalones, mientras nosotros jugábamos en la antigua plaza de toros; recuerdo a mis vecinos cuando se reunían en mi casa por la noche en invierno al calor del brasero para escuchar en la radio "el parte" noticiario radiofónico de la época, y a las mujeres las largas novelas radiofónicas; recuerdo a la gente sentada al fresco en el verano en las puertas de las casas en sus sillas charlado familiarmente hasta ya bien avanzada la noche.

A veces me pregunto si los chiquitos de ahora son tan felices con todo lo que tienen, como lo fui yo, con todas las carencias que tuve.

No teníamos móviles ni ningún artilugio electrónico de los de ahora y nos entreteníamos jugando a juegos tan dispares como, los bolindres (canicas), la rapla, tirable, la correa, el marro, al toro, la peonza, los picozaos el escondites y otros. Los juguetes nos los fabricábamos nosotros mismo. Los reyes magos de la época no conocían las carreteras de esos olvidados pueblos de la Extremadura de entonces. Una etapa esta de mi vida, que aunque del resto no me puedo quejar, me hubiera gustado congelar o prolongar durante mucho más tiempo aunque sólo fuera por hacer justicia al dicho de que -cualquier tiempo pasado fue mejor-.

Saludos a todos los foreros.

manuel60; tú fuiste un niño bien ¿porque no seguiste hasta hacer carrera?
ese año 58 de que hablas, era yo minero ahí en Cataluña, por el túnel
Del Cadí. ganaba pero peligraba,¡la vida en un hilo! Vine a el pueblo ese
verano. Y por primera vez vi a éste animado con la verbena de tío'Peque'
junto al puente nuevo,animadora incluida, y la dichosa canción de
moda, 'la ovejita lucera'. Al año siguiente "Plan de estabilización" y
sin trabajo.Depresión económica al canto.Y tú sin enterarte.
Pero... enamorado y lleno de sueños, y ahí me tienes, sigo soñando.
Saludos a todos los que nos leen.

Reconozco buen amigo la razón que tienes, cuando dices que tú lo tuviste peor que yo. Yo tenía 12-14 años y tú estabas en plena vida laboral, y en una época poco favorable para el trabajador y más aún, para el sector de la minería.Pero fueron estos esfuerzos y sacrificios los que forjaron aquellas generaciones de hombres y mujeres que levantaron después este país, y aunque de forma muy ralentizada, supieron conquistar una alta cota de derechos que desgracidamente hoy nos están robando de un plumazo.

Un abrazo emirey.

¡Qué bonito y de agradecer es el recuerdo! Sobre todo de la niñez y la adolescencia.

La figura del maestro siempre queda plasmada en nuestras memorias. MI MAESTRO (con mayúsculas si pues bien que se lo merece) fue D. Emiliano, hombre amable, bonachón y de gran sabiduría. La escuela resultaba un centro de reunión divertida de los chavales, donde estudiábamos, jugábamos y nos pegábamos unos y otros.

También se nos han quedado marcados episodios y personas, que los tenemos guardados cada uno los nuestros.

Una sonrisa.
Dos niños en la escuela, uno le dice al otro.
--- Mi abuela se ha caído del quinto piso de casa y está en el cielo.
--- ¡Corcho! Que rebote tan grande ha “pegao”, le dice el otro.

Saludos.