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España > Caceres > Logrosán
24-04-09 21:39 #2138925
Por:logrosan

PRESENTACIÓN DEL LIBRO "EL ABATE LOCO" AUTOR: D. IGNACIO PLAZA, JEFE DEL SILO DE LOGROSÁN EN EL AÑO 1947
D. Ignacio Plaza, Jefe del silo en Logrosán en el año 1947, quién actualmente tiene 93 años, y ha escrito hace 2 el libro "EL ABATE LOCO", no nos ha podido acompañar en el acto que habíamos preparado para la presentación de su libro en Logrosán, ya que, un capítulo de su libro transcurre en nuestra localidad, pero a cambio nos adjunta un texto en el que describe lugares y personas de las que aún tiene vivo recuerdos.
Si hay personas interesadas en la compra del libro, puede contactar con la Biblioteca Municipal 927 36 08 15 en horario de tarde.

También se ha procedido en el acto organizado en conmemoración del día del libro a la entrega de diversos libros como premio a la labor de los chavales participantes en los concursos de relatos y dibujos que se han llevado a cabo en la Biblioteca Municipal los días 21 y 22 de Abril.

Isabel Villa.

Presentación del libro El Abate Loco

Señores y señoras. Para mí hubiera sido un gran honor venir a presentar personalmente mi novela “El Abate Loco” en este acogedor pueblo de Logrosán, uno de mis diversos destinos, donde hace 62 años me acogieron vuestros padres y vuestros abuelos. De entre vosotros sólo los que seáis próximos a los setenta años me recordaréis.
En mi nombre, por Juan Olmeda, conoceréis mi relato.
¿Cómo era vuestro pueblo hace más de medio siglo? Tened en cuenta que aún existían las cartillas de racionamiento y los comedores de Auxilio Social; aún no se había echado fuera la ruinera de la Guerra Civil. La mayoría de vosotros, cuando más, una soñación de vida, una ilusión, la más sublime.
Fueron personas reales el niño Arturo, el hambreado por don Julio, hijo de una mujer de Cañamero, la Entranta. El personaje central viene a ser sobrino de don Mario Rosso de Luna, uno de los hijos ilustres de este pueblo.
Entre las personas que se citan, muchas coinciden con las que aquí vivían en el año 1949, hace ahora sesenta años.

Mi llegada en la primavera de 1947

Somos como vilanos a los que el viento arrastra sin piedad para que conozcan nuevas tierras y vayan esparciendo sus semillas hasta las últimas fronteras.
Ni soñando podía imaginar venir a Extremadura, que estando próxima a Jaén en la geografía, era más distante a mediados del pasado siglo que Madrid, Valencia, Ávila o Sevilla, donde había transcurrido mi vida anterior, con aquellas maletas de madera que pesaban siempre igual. Maletas de emigrantes permanentes.
Era difícil salir desde la sierra de Cazorla, bajar hasta Córdoba y llegar hasta Almorchón. En aquella estación ya ni sabías, de madrugada, después de tantas vueltas, dónde estaban los puntos cardinales.
En una ocasión, durante la Guerra Civil, estuve destinado en el frente en la Siberia, en la provincia de Badajoz, donde no llegué a venir. Al final de mi vida, he terminado por ser para las gentes una persona extremeña, un mangurrino o un bellotero.
Al conocer que mi destino era Logrosán, consulté el diccionario: cabeza de partido judicial, 7.000 habitantes (hoy sólo 2.500), con minas de fosforita y casiterita, próxima a Guadalupe. Su iglesia de San Mateo, la Ermita del Consuelo, en la Ruta Cáceres-Trujillo-Zorita, y finalmente mi plaza, luego de tierras de encinares.
Hermoso alcornocal, Rollo de la Villa, buenas casas entre palmeras, la Plaza a la izquierda donde algunas mujeres de pueblo pescan el agua con cañas y llevan sus cantaritos de cobre, abrazados como a niños, cuidados al anca o a la cabeza sobre rodetes.
Parada y Fonda. Un joven medio gitano me lleva a la casa del zapatero Cascos, que es la paredaña con el cuartel de la Guardia Civil y que sería mi primera morada.
La plaza de los pueblos, de las villas, de las pequeñas ciudades, además de su centro son un poco su alma. Si en medio existe una fuente de cuatro caños donde vienen las mozas gentiles y lucen sus talles y muestran su poderío, hay que demorar el paso y detenerse, antes de que la belleza se nos escape: es cosa muy sutil.
Por aquí pasan y aquí suena el silbo de los afiladores de Galicia, que recorrían España tras su rueda, el especiero con su gran cesta de mimbre dorada, que lleva tras sí el aroma de todas las especias: canela dorada, azafrán en frascos pequeños que pesan como si fuera oro, matalahúga, nuez moscada. El recovero que compra a las mujeres huevos y vende a los niños paloduz o algarrobas a cambio de suelas de alpargates de yute (las mozas de casa, que iban descalzas, ganaban sobre quince o veinte pesetas al mes).
El hombre de los romances de crímenes, en sus pliegos de cordel; los de Cuenca, de Don Benito, de Berzocana, cuyas escenas pintadas en cartelones, con almagre y tizón, iban señalando con puntero y encogiendo las tripas de los niños.
En esta calle larga que sale hacia el Cuartel, los sogueros, con sus artes, que con las pitas de los ataderos de los haces de los trigos y cebadas, hacían cuerdas para los labradores.
Un día estamos atentos al pregón del alguacil, que luego de descubrirse, declama: ”Con el permiso del Señor Alcalde, se hace saber. que se encuentra en la posada del tío Escopeta, el capador de cochinas de Zorita, y que castrará en el Corral del Concejo”.
Rodeando a la Plaza de la Fuente las Casas Consistoriales, la Farmacia, la Banca de Clemente Sánchez, la barbería de Moñino. La casa del Escudo de los Diez, (no confundir con Díez). El Casino de Señores, la taberna de la oronda joven que nos escancia el vino de pitarra.
Aquí, en este medio, con un nuevo destino, van a transcurrir los ochos años más íntimos y placenteros de mi vida, donde me nacieron dos de mis cinco hijos.
Aquí bailé con bellas mocitas, fui amigo de gentes acogedoras. Aquí hubiera querido estar hoy con vosotros, no mis amigos de entonces, sí sus hijos, sus nietos. Los que tienen la juventud que yo tenía, y la de mis hijos, y la de la tercera generación, mis nietos.
Aquí nació y creció el libro del Abate Loco, cuyo personaje más importante viene a ser sobrino de don Mario Rosso de Luna y su criado Arturo, es hijo de una Entranta natural de Cañamero.
Mi recuerdo para don José Máñez, forense, y doña Adela; a sus hijos sin duda los conoceréis. Uno fue odontólogo, de los más importantes de Madrid.
Don Manuel Montes vivía a la salida de Logrosán, a la derecha. Después compró la casa donde viví recién casado, desde el año 1950 al 1955. Tenía Don Manuel una academia. Era maestro nacional y un tenía un hermano administrador de Correos en Zorita, y creo que dos hermanas.
Don Paco Audije era mi vecino. Padre de Paco y de sus tres hermanas, fue el que me contó la vida del niño Arturo y de su madre, su paisana de Cañamero.
La familia Caminero, con Pedro el Viejo y Leonardo, uno de sus hijos. Tengo amistad con Nati, nieta de Leonardo, el cual figura en la boda de Guadalupe.
Manuel Loro era un importante ganadero, del que se cita en la novela a su hijo, amigo de Arturo. Le pedía su esposa, cuando llevaba ganado al Matadero de Madrid, que le comprara una mantelería de hilo. Siempre se le olvidaba el encargo. Aquélla vez tuvo memoria. Llegó, en la Red de San Luís, a los almacenes Rodríguez:
-Póngame una docena de mantelerías de hilo de lino.
El dependiente se extrañó, era el primer caso que recordaba.
-Ahí tienes la mantelería, ahora no se me ha olvidado.
La mujer, ojoplática.
Don Manuel López y Sánchez-Mora, era vuestro sacerdote, entrometido, gran charlista, politizado. Terminó en Plasencia, donde fue bibliotecario.
Blas Gil, el arrendatario, vivía en la explanada del Cristo, y sus hijas en la casa que fuera de Iván Rieros de Sorapán, a la salida hacia Guadalupe, antes de la propia del transportista Crespo, con un hijo que casó con la hija de otro de los camiones, Calero. Allí mi Almacén del Trigo; enfrente, Adrián, con un hijo pequeño y un camión.

La Fonda de Loro

Año 1947. Doy con mis huesos, llevado por un tipo medio gitano desde la parada del coche de línea, en casa del zapatero Cascos, próxima al Cuartel de la Guardia Civil, donde coincidí con don Antonio Cascante, veterinario. Mi recuerdo fue breve, tenía una hija muy comedida y bella, que procuraba no estar próxima a sus huéspedes. Todas las prevenciones resultaban pocas.
Aún anduve luego de pensión en casa de doña Carmen Bonilla, ya vieja, con una hija, Amelia, que nos atendía a tres huéspedes: un opositor a notarías llamado don Lionel Fernández, de Alcollarín, al que más de una vez tomé el tema. Era un papagayo, de manera que terminó sacando plaza. Después lo encontré ejerciendo en Badajoz.
Estaba además don Andrés Núñez y Secos, procurador de los tribunales, algo tocado, al menos de hidalguía o casi de nobleza, como buen trujillano. Venía los días de juicio. Con ellos conviví teniendo por dormitorio una sala comedor, donde no comíamos, y dos salas anejas, con bóveda. Nuestros pagos mensuales serían, tal vez, todos los ingresos de madre e hija. Entonces no había pensiones de viudedad.
Era la hija casi templo, soltera, algo mayor; un monumento de mujer que sin duda hubiera sido una madre ejemplar. Hay mujeres que nada más verlas, ya puedes afirmar que son proyectos de madres no realizados; parece que lo llevan en la cara, las hay que tienen rostros de estériles. Tenía la posadera otras dos hijas casadas, una con labrador, al que doña Carmen llamaba el Mosquito, por aquello de las mosquillas del vino. Otra vivía en Cáceres con su marido, militar de los Morano. Había el matrimonio una sola hija como de porcelana, en ese momento en que todas son bellas. Se casó, según supe después, con Eusebio Ciudad.
Por mi amistad con don Cachetano, el secretario del Ayuntamiento, cambié nuevamente de residencia y me encaminé hacia la famosa Fonda de Loro, de don Eugenio. Ésta sí era punto y aparte.
Estaba en plena carretera, más abajo que la de don Luís Ortiz y la de los dos abogados, don José y don Miguel Masa, y su hermana Rosita, que solamente era promesa, joven, rubia y muy bonita. Hay cosas impredecibles: Rosita, que se parecía a sus hermanos, era muy bien conformada. Incluida entre las más jóvenes, casó en Madrigalejo. La casa lindera, más abajo de la Fonda, era de de los padres de Juan Gil, el Blanco. Tenían otra enfrente en la misma calle, pegada con el Casino y quiero recordar, que los padres de mi amigo Gabriel Ciudad, vivían mas abajo que, como es natural, estaba casado con una Peña, matrimonio con un hijo en Villafranca, al que le hice un poema, que le pedían los frailes. Si repaso mi vida, es que he hecho las más variadas cosas. ¡Hombre, son 93 años!
Era la Fonda de los viajantes importantes, que alababan aquellas comidas, famosas en toda Extremadura. Perdiz por barba en tiempo de caza; ancas de rana, algún lagarto, criadillas de tierras, espárragos trigueros y salsa del mes. Sea sé, que la hacían a primeros de mes y las servían, de entrada, cada día. Los viernes, potaje, exigido al parecer por la iglesia. La señora de Loro pagaba una bula especial, para que pudieran comer carne en Cuaresma sus clientes.
La vida, como era natural en una dictadura, estaba muy legislada y casi sacralizada. Los curas y los militares, los amos del cotarro; más los curas, si cabe.
Tenían los Loro dos hijos; la una, maestra de escuela, casó con un Orellana, del gremio del comercio. Si tuvieron hijos, Dios los habrá mejorado en sus ellos. Dios siempre mejora en los hijos a los padres. Es muy misericordioso. El hijo muchacho, entonces solo era una especie de zagal. No sé en qué acabaría, desde aquí mi saludo al Lorito, que si vive, no me habrá olvidado. Era como todos ellos chaparro, lo contrario de águila.
Pasé desde el primer momento a la mesa principal, con don Cachetano, buen amigo, mejor bebedor, campechano, con la voz tomada del tabaco y el color subido del vino de pitarra de Cañamero. Tan habitual y cuotidiano. Venía el secretario desde Miajadas, y a veces le acompañaban su esposa y una hija frutal. En aquella edad resultaban todas apetecibles.
Muchos de los amigos, por atender a todos los taberneros, tomaban más copas de las digeribles, alguno (más de uno), terminó como el Mosquito. Ese hubiera sido mi esperable fin.
Me explicaba un buen día don Matías Rodríguez Pazos, farmacéutico y enólogo, mostrándome su bodega, qué no sabía el misterio por el que un cono diese el típico y afamado vino, y el de al lado, de la misma fecha, no llegaba a mediano. Don Matías vive en Cañamero, un joven de mi edad.
Tampoco nuestros hijos son iguales, siendo igual la materia prima y el claustro donde crecen.
El señor Juez primero con el que coincidí cuando mi llegada era como si no estuviera: todo su afán tener mesa aparte. Nunca tuteó a nadie y creo que nos miraba a todos como clientes a enjuiciar. Del mismo sólo recuerdo el apellido, Mariscal de Gante.
El registrador don José Poveda, manchego de Ciudad Real, fue relevado por don Manuel Rodríguez y Rodríguez Jermes. Éste venía todos los meses a sacar el dinero atesorado por su tagarote, tomaba su llave maestra y del vientre del señor Pina extraía los ahorros. Pina era amigo de Manolo, el de la Banca de Clemente Sánchez. El primero me enseñó a montar en bicicleta, previo aprendizaje para manejar una moto Montesa, que me trajo por la calle de la amargura. Hay cosas que sólo se aprenden bien de niños.
Se fue don Cachetano, el secretario, y vino de la provincia de Toledo uno nuevo, con su esposa alhajada. Como buenos toledanos, algo bolos; los señores Juanes y Peces, de apellido, y de nombre sería don Demetrio. En mi memoria aquella cadena de oro, con colgantes de medias peluconas, que alguna vez navegaron en la salsa de los platos. El esposo, simpático, ameno, pero al que se le notaba el dominio del cargo, y tal vez hablar excátedra, No cuando hablaba con el Notario, don Francisco Manrique. Bueno, en general, los secretarios que he conocido y tratado, tenían, sin quererlo, (tal vez iba anejo al cargo), salidas un tanto caciquiles. Y era lo natural, la mayoría eran abogados, aunque muchos ascendían desde escribientes. No en este caso.
He de reconocer que tanto de su Señoría, como de don Demetrio Juanes, mis conocidos, incluso mis amigos, me han llegado noticias honrosas. Del primero, una hija llegó al cargo de Ministra de Justicia, del segundo, un hijo a Presidente del Tribunal Supremo.
Mire usted por donde, si en un momento de llaneza, me hubiera presentada en el alto Tribunal con la pretensión de saludarlos. Me miraría el ujier un tanto receloso (trae carta de presentación). Me pregunta.
-Dígale que es un amigo de su padre, de Logrosán.
Fue breve la estancia de los señores Juanes en la famosa Fonda de Loro. Después dieron con sus trastes en la casa de pisos de Pico, junto al Cristo. Tenían al menos dos hijas; al niño, ahora el Juez Máximo, no lo recuerdo. Sería el más pequeño. Tal vez él si me recuerde.
Don Francisco Manrique, notario, el más joven de España, vivía con su madre, una hermana joven y otra, ya con acompañante. Cuando cambié de estado y viví cerca del Cristo, fui vecino del padre del Presidente del Alto Tribunal y de don Francisco Manrique, el notario, y de don Antonio Cascante el veterinario, y de Carlos Gil. Los cuatro señores muy sesudos. Si se cruzan en su destino en el allá, en un momento de recuerdo, dirán:
-¿Qué habrá sido de aquel Jefe del Trigo, que tenía su Almacén a la salida, junto a la casa en cuyas jambas había escrito el nombre de Sorapán, uno de los hijos famoso de Logrosán, donde habitaban las hijas de Blas Gil?
-Allí abajo queda y aún nos recuerda. Que nos mienta, en la presentación de un libro que tiene el nacimiento en Logrosán. Y dicen. El Abate Loco, de Guadalupe.
Nos íbamos renovando en la famosa Fonda de Loro.
Vino otro registrador, don Manuel Rodríguez. Otro notario, cargado de niños a los que decía mis malandares (como a los cerdos granilleros), y otro señor Juez, no tan puntilloso, acompañante a mi boda, donde tuvo un accidente y rompió el bastón de su autoridad. Su nombre no lo recuerdo, pero sé que llegó con colitis crónica y se curó con vino de pitarra de Cañamero. Un milagro etílico.

Baile de las Fiestas de San Mateo

Las fiestas patronales son momentos de gozo, de roce, de conocimientos. La juventud y, sobre todo la juventud casadera femenina, sueña con la buena ocasión para iniciar amores, para encontrar a su príncipe azul. Entonces no existían los compañeros sentimentales, y las comunicaciones y rozamientos, no frecuentes y sí muy vigilados.
Era como si, de repente, aumentase la belleza de las jóvenes, que se acicalaban, enjoyaban, perfumaban y hermoseaban Los próximos por su edad al compromiso matrimonial estrenaban traje nuevo, aprendían el nudo de la corbata y se compraban zapatos de charol en una tienda de Trujillo, incluso en Cáceres, en la calle Pintores o en la “Casa Quirós” o de “Canelada“.
Se celebran los bailes de sociedad en el Casino de Señores, que manejaban Francisca y Miguel, en la esquina de la Plaza con la calle Carretera.
Hago memoria de hombres que por su edad, se encontraban próximos al matrimonio: los dos hermanos Masa Ortiz, los dos primos Juan Marín, el blanco y el negro, dos hermanos Zarzo, tres hermanos Gil, hijos de don Juan. Los tres hijos de don Diego Peña, los tres Casillas, entre los naturales de Logrosán, pertenecientes todos a familias que concurrían al baile de sociedad.
Entre los forasteros don Francisco Manrique, notario; don Antonio Cascante, veterinario y el jefe del Trigo Ignacio Plaza.
Entre las féminas recuerdo a Maruja López, a las cuatro hermanas Pazo, las dos hermanas Peña, Florita y María, de don José Agustín, la hija del doctor Mañes, dos de don Paco Aguado. Ya promesas, la niña de don Juan Enríquez, la del militar Morano, la de Manuel Loro, ganadero. También Loli Casillas, y en la misma casa, don Francisco Audije y doña Ángeles con sus tres hijas. Él me contó la historia del niño moro, Arturo. Su esposa, doña Ángeles, una santa. Además de su grato recuerdo, nos donó para mis hijas una cuna de madera torneada, en las que se mecieron hasta mis cinco hijos.
Las hijas de don José Agustín Peña, el de la casa con el escudo de los Diez, una Florita que se unió a Ulpiano, hijo de don Diego Peña.
Parece que hubiera sonado una alarma lejana, que hubieran tocado a rebato a gentes de otros lares, a féminas bellas, atractivas; al menos novedosas.
De Cordobilla de Lácara vienen las tres hermanas Burgos, tres monumentos; de Guadalupe baja la atractiva y pecheril hija de D. Manuel Plaza; de Miajadas, la sobrina de Pedro Bravo; de Guareña, en la Serena, Isabel, la que encandiló a Juan Marín el Negro; de Cañamero la hija de don Pablo García, Inés, y una llamada Antonia Pazos; de Berzocana las dos Sánchez Moreno y de Aldeacentenera, Gloria y Alicia Mariscal.
De los tres hermanas Burgos, hijas de un antiguo e importante funcionario, la mayor, Eulalia, que tuve ocasión de tener próxima en la danza, era todo una augurio, una promesa, terminó soltera; la segunda, Isabel se la apropincuó don José Masa: no la bailé, ya que pronto se casaron; a la tercera, Aurita, mi compañero de pensión en casa del zapatero Cascos, el amigo Cascante, se encandiló y la hizo exclusiva. Se casaron. La mayor de las hermanas Burgos se quedó para el grato puesto de tía. Se perdió una gran promesa, tenía materia de madre.
Eran amigas de don Juan Masa, señor mayor, abogado, casado con una viuda. El retrato de finado de la viuda adornaba el recibidor de su gabinete. No era celoso por tanto Don Juan. Bueno, el celo de los muertos, no debe de ser inquietante.
La sobrina de Pedro Bravo, de Miajadas, bonita, casó con Juan Marín, el Blanco. Un matrimonio parecido al de don Mario Rosso de Luna. Maridó en Miajadas.
La memoria me falla. El otro primo Juan Marín, el Negro, que aprobó notarías, se casó con moza de los regadíos de la Serena. Les acompañé en su boda en Guadalupe. Era Isabel, de Guareña.
La hija de don Manuel Plaza, de Guadalupe, una realidad presente de belleza y una realidad maternal, se hizo notaria consorte. Se casó con don Francisco Manrique y vivieron en los pisos de Pico.
Las dos hermanas Mariscal, Gloria y Alicia, paraban en la casa con escudo de la Plaza, el único que recuerdo, con las diez cabezas, de diez moros, que liquidó algún valiente cuando andaban por aquí. Allí Florita, que con el tiempo casó con Ulpiano Peña, el hijo de don Diego. Había tantos Peña en Logrosán que te los chocabas en todas partes. Te despeñabas.
Gloria Mariscal de Aldeacentenera, vino a maridar con el autor de estas notas y tuvo alta graduación: terminó como Mariscal con mando en Plaza.
Bien mirado, para las mozas casaderas de Logrosán no fueron unas fiestas gratas, ya que en la práctica las mocitas visitadoras se alzaron con los próximos a maridar arrebatándoselos.
Aquellos matrimonios, todos amigos, me estarán esperando. Sin duda, sus hijos y sus nietos, aquí presentes, sí saben de quiénes hablo.
Recuerdo a Maruja López, la hija de don Juan, el de las barbas cumplidas de profeta del Antiguo Testamento. Tenía un pelo azabache y de tormento, y una gran y real belleza. Creo que no se casó, marchó para Madrid. Un día coincidí con uno de sus hermanos, que era Jefe de Silo, en Badajoz. Tal vez don Juan era familia de uno de los sacerdotes que murieron en la Iglesia de San Mateo en el tiroteo del año 1916.
De las cuatro hermanas Pazo, casóse Josefa, y fue a vivir a León: era un carácter. María era más dulce, más próxima, y la pequeña, creo que andaba en Salamanca, estudiando; estaba además Isabel, cariñosa ella, incluso dulce. La madre era viuda y nos atendía muy bien cuando hasta su casa llegábamos. Nosotros, posibles, sólo fuimos posibles.
De los cinco hijos de don Diego Peña, dos fueron hembras. Isabel ya moceaba con Constante Zarzo, y se casaron; alguien me dijo que él fuera alcalde. Tenía Constante Zarzo un hermano en Madrid, y en la puerta de su casa de Logrosán, en una lancha, una veta de casiterita. La hermana de Isabel, Inés, era mi pareja de baile preferida. Se casó con Esteban Gil. Las dos se quedaron en el pueblo, y su madre debió ser muy bella. También tenían tres hijos. Juan, secretario, fue para Miajadas, Diego, abogado y Ulpiano, el de Florita, al final mi compañero.
Por otra parte encontrábamos a los tres hermanos Gil; Juan, Carlos y Esteban, el pequeño, casado con Inés Peña y que vive en Badajoz.
La nieta de mi patrona doña Carmen, hija de un Morano, militar; aunque algo menor, era muy digna de admirar. Se casó con Eusebio Ciudad, primo de Gabriel. También la bailé: tenía que atenderla, por su abuela. Bien merecía la pena tenerla un momento entre los brazos. Un buen recuerdo.
La niña de don Juan Enríquez, que luego acabó de boticaria en las Islas Baleares era más pequeña, pero muy prometedora. Tenía muchos hermanos: Pepe, Juan... Don Juan era un carácter. Había dos farmacias en Logrosán, una frente a la otra, con calle por medio. En la de don Juan Pulido encontraríamos a su hija Antonia, casada con un Peña, veterinario, y su hermano, que estudiaría farmacia para heredar la del padre. Fue un tío listo: para qué hacer un esfuerzo y ser al fin boticario; lo que hizo fue casarse con una farmacéutica y sólo le costó el esfuerzo de lo que se llama ayuntamiento.
Hago recuento de mi dilatada vida. He cumplido noventa y tres años el dieciocho de abril de 2009.
Somos al final de la vida solo recuerdos. Muchos fueron muy bellos. En la edad mía en Logrosán, donde fui feliz. Era la juventud. Aún con las penas de la pasada Guerra lo pasé muy bien. Tuve buen cuidado de administrar el vino de Cañamero, que convirtió a más de uno en Mosquito.
Así fueron aquéllas recordadas fiestas de San Mateo. Mi mayor deseo, haber podido estar entre vosotros, deciros cómo fue la vida, recordar a vuestros padres, vuestros abuelos... No puedo estar presente, pero alguna de mis noticias os la dará en mi nombre Juan Olmeda, de Guadalupe, que está al frente de la Casa de Cultura de esta ciudad de Logrosán. La novela, transcurre en su bella ciudad, Guadalupe.
A vuestra disposición siempre. Ya será poco el tiempo. Sed felices.

Amigo Juan: me queda por enviar “Historia de Logrosán” y “Calle arriba”. En ellas van mis recuerdos de las familias que vivían en la carretera, con alguna anécdota que haga su lectura agradable, y que nos diga cómo era entonces esa población.
Con todo, y estos relatos de la presentación, la Fonda y el Baile, haré un folleto y lo enviaré para aquellos que lo quieran.
Creo que Logrosán podrá poner lo que es el pueblo y su historia, que no está toda en un escrito. Se hará constar que soy su autor.

Andrés Ignacio Plaza Rodríguez. Hoy, 18 de abril de 2009, cumplo 93 años.
Barrio Nuevo 2-2º B.
45 600 Talavera de la Reina. Toledo.
Tfº 925 810 335

Comentario

Don Francisco Audije, al referir la entrega de su paisana la Entranta, hace hincapié en que ella siguió el ejemplo de sus señores: “daban estos sus monedas de oro, joyas, dijes, medallas” para, con sus tesoros, favorecer a uno de los bandos en la reciente guerra. Ella no tenía otro tesoro que la virginidad. Un concepto ahora depreciado, la honestidad, (doncellez, decían los sacerdotes de las desposadas).
En la Fonda de Loro, en la cancela, se encontraba enmarcado un escrito, La Bula de Iglesia, que ella pagaba para que sus clientes pudiesen comer de carne en la Cuaresma. En un cuadro de la pared frontera, un almanaque, del Sagrado Corazón, con el taco de la hoja diaria. Sin duda el zapatero Cascos y doña Carmen también pagarían su bula.
En mi visita a casa de don Alfonso Peña y en otra a las Pelonas, de Berzocana, me hicieron rezar el Santo Rosario. Eran tiempos de reafirmación cristiana.
En las puertas de las casas era frecuente una placa con la imagen del Sagrado Corazón. Aún he encontrado alguna, bajo unas manos de pintura.
En casa de mis padres, nada religiosos, mi padre trazaba una cruz sobre el redondo pan, antes de partirlo. El pan era algo imprescindible, bendito, muy legislado.
Ha transcurrido más de medio siglo. Para ustedes, aquellas normas de conducta no les dirán nada. Les parecerán muy anticuadas, pero las considero fundamentales.
He meditado mucho sobre el crimen de Sevilla, de esa niña que ha importado el buscarla más de cien, millones. Es natural en nuestra sociedad. Inimaginable en la de mi juventud. No siempre vamos hacia el buen camino.
Recordad a vuestra abuela, de una familia normal. ¿Dejaría a su hija como la hemos contemplado nosotros en las fotos, casi desnuda, encima del posible criminal? ¿A la siguiente madre, con la hija de 14 años, a la que el posible criminal vino a contarle su hazaña en la cama? La paseaba la madre, sin pudor, por las calles de Sevilla.
Hemos progresado muchísimo; pero hemos perdido mucho en la dignidad. Sirven de norma a nuestras niñas y a las madres de nuestras niñas, los seriales televisivos. Se precisa una regeneración, no en nombre de la moral cristiana, sino en nombre de la moral tradicional de la sociedad española.

Ignacio Plaza

Puntos:
25-04-09 00:42 #2139950 -> 2138925
Por:Augusto Bravo

RE: PRESENTACIÓN DEL LIBRO
Sencillamente fantastico.Toda una memoria historica de la decada de los cincuenta.
Mis felicidades al autor por tan magnifico escrito y al forero logrosan ,al que nunca podremos agradecer toda la labor de divulgacion y aproximacion del pueblo a las que estamos lejos.
Gracias.
Puntos:
26-04-09 21:42 #2147993 -> 2139950
Por:No Registrado
RE: PRESENTACIÓN DEL LIBRO
Nos has hecho recordar tiempos pasados de nuestra vida.
Enhorabuena
Puntos:
28-04-09 14:37 #2158342 -> 2147993
Por:No Registrado
RE: PRESENTACIÓN DEL LIBRO
gracias
Puntos:
28-04-09 16:27 #2159137 -> 2139950
Por:No Registrado
RE: PRESENTACIÓN DEL LIBRO
ENHORABUENA A LOS ESCRITORES EXTREMEÑOS
Puntos:
14-05-09 16:13 #2258515 -> 2159137
Por:No Registrado
RE: PRESENTACIÓN DEL LIBRO
Me parece bien señalarle que he leido lo que dice en su libro sobre Logrosan y es muy bueno.
Un saludo mi señor Plaza
Puntos:
14-05-09 21:42 #2260850 -> 2258515
Por:No Registrado
RE: PRESENTACIÓN DEL LIBRO
Donde se puede comprar el libro, gracias
Puntos:
14-05-09 22:15 #2261136 -> 2260850
Por:No Registrado
RE: PRESENTACIÓN DEL LIBRO
Si hay personas interesadas en la compra del libro, puede contactar con la Biblioteca Municipal 927 36 08 15 en horario de tarde.
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