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España > Caceres > Escurial
29-01-10 00:28 #4505898
Por:manolitogafotas1

la vergüenza
La vergüenza (texto inconcluso)


Se dan muchas clases de vergüenza. Está la vergüenza de quien se queda desnudo o con poca ropa, también denominada pudor. La vergüenza de quien tiene poco que ofrecer ante aquel que sabe que tiene mucho más. La del que acaba de cometer una falta y se sabe de antemano reprobado. La del que ha caído en la trampa del acto fallido o del lapsus linguae. Pero estos y todos los otros casos de la vergüenza tienen algo en común: sólo siente vergüenza aquel que súbitamente toma consciencia de haber quedado expuesto. Allí donde hallemos vergüenza, tenemos que buscar también una exposición no deseada, la desnudez del cuerpo, de los sentimientos, del deseo, del pensamiento, de la deuda, del perdón, del orgullo. Es importante que la consciencia de esa exposición sea repentina, que se destaque sobre un fondo previamente no reconocido de comodidad, sobre un territorio que se daba por descontado. Por entre ese colchón de plumas debe abrirse paso, como un rayo lacerante, la consciencia avergonzada que revele en un rubor furioso la transparencia previamente no vista de la situación: la nimiedad, la exageración o el patetismo descarnados. Por supuesto, uno suele sentir vergüenza durante un tiempo prolongado, y no sólo en el filo impersonal del instante; el sentimiento puede sostenerse, mantenerse aferrado a la carne, a los ojos y a las mejillas. Pero lo anterior vale siempre para el imprescindible esclarecimiento inicial que anuncia la vergüenza por venir. Sobre ese momento se funda el sentimiento todo. Exposición, desnudez, instantaneidad. Estos tres parecen ser componentes fundamentales de la vergüenza.

Y por supuesto, siempre, el Otro. No sentiríamos vergüenza si no fuese por la mirada del otro, aunque estemos solos y ‘nadie nos vea’. Los ojos del otro, imaginarios o reales, son el escenario siempre disponible para la danza de nuestro pudor, una danza con un solo velo. La vergüenza tiene su razón de ser, quizás, en la despiadada claridad en que de repente nos envuelve la mirada ajena, penetrándonos, acosándonos por todas partes con una profundidad insoportable; en ese instante somos irreductiblemente eso que el otro ve. Caen las máscaras y los entretelones, se abre la última bambalina, aforamos sin remedio; el lenguaje teatral se asocia fácilmente a un sentimiento que sólo surge cuando lo teatral (el artificio) es súbitamente cancelado. Mutis de la apariencia, hace su entrada la verdad. Aunque la apariencia de ahora fuese antes la verdad. Aunque la verdad que hace su entrada se convierta posteriormente en apariencia. Las transiciones posibles no desmienten las verdades eternas del presente-en-proceso.

Eso explicaría muchas cosas. Un estudiante debe entregar un trabajo a su profesor. Sabe que lo ha realizado irresponsablemente y con poco esfuerzo, como queriendo sacárselo de encima. Al leer el trabajo de su compañero, que se ha aplicado seria y esmeradamente, siente repentina vergüenza de entregar el suyo. Una mujer semidesnuda, en el momento cúlmine del juego previo, siente una extraña vergüenza ante su amante por esa semidesnudez, que usualmente consideraría tan sólo como un símbolo de franqueza. Mas con él la vergüenza irrumpe de súbito, porque en un compás de cuerpos entrelazados ella ha cobrado consciencia de que sus sentimientos se han vuelto transparentes. De que su deseo ha quedado expuesto, en toda su extensión inagotable. Ella, en ese momento, es para él todo lo que él ve, toca y siente. Se dirá que uno es siempre lo que los otros ven, que la existencia y la apariencia no son tan diferentes; pero en la vergüenza esta verdad parece agudizarse, hacerse más honda, más acuciante, más densa y filosa. El estudiante ha quedado expuesto a la verdad de su trabajo mal hecho; la mujer ha quedado desnuda frente a la verdad de su sentimiento no esperado. Aunque el detonante de la vergüenza en cada situación particular pueda ser delimitado y puntualmente descrito apelando a las condiciones materiales y los valores culturales de esa situación (por ejemplo, al explicar la vergüenza del estudiante mediante los cánones académicos de su contexto), aunque esto pueda hacerse, y aunque digamos que nosotros también somos “otra cosa” además de lo que el otro en ese momento ve, no por eso deja la vergüenza de comprometernos en todo nuestro ser, en todo nuestro deseo, en toda nuestra distensión existencial.

Se ve entonces que la llamada ‘vergüenza ajena’ no existe ni puede realmente existir: la vergüenza es siempre propia, aunque venga suscitada por la conducta de otro – no sentiríamos vergüenza si esa conducta no nos implicara a nosotros mismos en algún resquicio de nuestro ser. El otro hace algo vergonzoso y nosotros participamos de su vergüenza, justamente porque su acción nos ha dejado, también a nosotros, expuestos.
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