Campo Lugar - Caceres

Buenas tardes a todos. Hoy os traigo aquí un relato de" picaros". Espero que disfruteís con el.

Una vez tenía un labriego una burra muy buena, pero, a pesar de ello, no estaba conforme con ella, y marchó a una feria, donde la cambió por una mula.
Montado en su mula, tan contento, volvía mi labriego para su casa, cuando en el camino se encontró con un gitano, que le dijo:
-Compadre, ¿dónde vas con esa burra?
-No es burra, que es una mula -contestó el labriego siguiendo su camino.
Al poco rato le salió al encuentro otro gitano, que le dijo también que dónde iba con aquella burra, y el labriego, algo mosqueado, le contestó:
-Esto no es burra, sino una buena mula; al primero que vuelva a decirme que es burra, se la doy por cinco pesetas.
No había andado mucho trecho, cuando le salió otro gitano, diciéndole:
-Buena burra llevas, compadre, ¿me la vendes?
-No es burra, sino una mula; pero te la vendo por cinco pesetas -dijo el labriego.
El gitano, que era eso lo que esperaba, le dio el duro y se largó más que a la carrera con su mula, quedándose el labriego sin saber qué hacer con las cinco pesetas. Llegó a su casa y contó a la mujer lo ocurrido, la que le puso de "ropa limpia”, formándole una "pelotera", por lo tonto que había sido, dejándose engañar por los gitanos y quedándose sin su burrita.
Pensó tomar venganza el labriego de la trastada que le habían jugado los gitanos, y cuando se aproximaba la feria de su pueblo y suponía que los gitanos habían de volver, compró dos cabras completamente iguales. Ató una a la reja de su casa y la otra la llevó a vender a la feria, encontrándose a poco con los gitanos, a quienes andaba buscando.
Le saludaron tan amigos y le preguntaron qué bueno llevaba de venta o cambio; que ellos, como nadie le venderían o cambiarían lo que quisiera y había de quedar satisfecho. El labriego, haciéndose el tonto, le dijo que sólo llevaba de venta una cabra, y los gitanos le dijeron:
-No, cabra no compramos; ¿no tienes de venta alguna burra como la de la otra vez?
Contestó que no el labriego; pero les dijo que aunque no hubieran hecho trato, les invitaba a comer un frite en su casa, para lo cual compró media libra de carne, que ato a los cuernos de la cabra, a quien mandó para casa, advirtiendo a los gitanos que aunque tan poca carne había puesto en los cuernos de la cabra, cuando ésta llegase a su casa, entregaría a su mujer unos cuantos kilos.
La cabra, como es natural, no volvió a casa del labriego, sino que salió corriendo para su antigua majada. Pero aunque la cabra no volvió a la casa del labriego, no por eso faltó un buen frite, pues ya sabía la mujer que había de preparar para su marido y unos amigos que este traería, una buena y abundante comida.
Cuando gitanos y labriego llegaron, les refirió la mujer que la cabra la había traído una arroba de carne para hacer un guiso y que allí le tenía preparado. Lo comieron con apetito, y maravillados los gitanos de tal cabra, le preguntaron dónde la tenía.
-Ahí está atada a la reja y descansando, pues bien lo merece la faena que ha hecho. Es una alhaja; para hacerse rico. Yo estoy contentísimo con ella.
Se hicieron señas los gitanos y dijeron al labriego:
-Véndenos la cabra, compadre.
Pero el labriego se negó, repitiendo que para comprar aquella cabra no había dinero en el mundo y que por nada vendería aquella mina de oro.
Insistieron los gitanos, ofreciéndole más cada vez, hasta que ya cuando vio el astuto labriego que se la pagaban como si realmente fuera de oro, se la vendió por una gran bolsa, llena de onzas de oro.
Se marcharon los gitanos muy contentos, pensando haber hecho el mejor negocio de su vida, y llevaron la cabra a su casa. Salieron luego con ella por un poco de carne, que ataron a sus cuernos, enviándola a la casa, en la creencia de que al volver, según habían advertido a sus mujeres, tendrían, por lo menos, un par de arrobas de carne, con la que harían el gran frite, y gitanos, mujeres, y sus arrapiezos se darían el gran banquete.
Pero la cabra, en vez de volver a casa de los gitanos, tiró al monte y se marchó a la majada de donde había salido.
Después de tomar los gitanos unas copas, y bien contentos, esperando el banquetazo que iban a darse, regresaron a su casa, donde preguntaron a sus mujeres si ya estaba el frite; pero éstas les contestaron que ni estaba el frite, ni había vuelto por allí la cabra, lo que dio origen a una gresca enorme entre gitanos y gitanas, que se encontraron unos palos que no esperaban.
Salieron en busca de la cabra pero ésta no parecía. Comprendiendo entonces el engaño del labriego, que les había engañado con la cabra, lo mismo que ellos le engañaron con la burra. Sintieron mucho quedarse sin la bolsa de relucientes onzas que habían dado al astuto labriego, que bien contento con ellas pensaba que quien roba a un ladrón, tiene cien días de perdón.

Hola Avicena, buenas noches:

He leído con atención este relato de "picaros" que nos has traído, me ha llamado mucho la atención el comportamiento de esos gitanos, por su ingenuidad, estos no son los gitanos que yo conozco, sin duda, mucho más picaros que estos del relato que cualquiera podía haberles dado el timo de la estampita, a estos hay que aplicarles el refranero: la avaricia rompe el saco.

Saludos cordiales.