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ARTICULO REVISTA PENCONA AÑOS DE FUTBOL

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ARTICULO REVISTA PENCONA AÑOS DE FUTBOL
A todos nos suele ocurrir en alguna ocasión, especialmente
cuando las cosas vienen mal dadas. Ese camino que durante
años hemos construido y por el que nos sentimos tan seguros
avanzando, de pronto se estrecha impidiéndonos continuar.
Circunstancias de la vida que nos hacen perder el rumbo e
incluso la perspectiva y ante las cuales solo existe una manera
irónica de progresar, que es retroceder y desandar la senda
buscando en nuestra memoria aquellos momentos de felicidad
olvidados en el tiempo; instantes de bienestar pretéritos que
supongan un soplo, una energía renovada con la que ampliar
los costados de nuestra vereda y así permitirnos reanudar la
marcha.
Para ello, cerramos los ojos con fuerza e intentamos
trasladarnos a esa época en la que, cada uno a su manera y a
través de sus personales evocaciones, percibe la dicha que la
vida le otorgaba por aquel entonces. No siempre surgen escenas
importantes, a veces ni tan siquiera imprescindibles, pero que
sin saber muy bien el porqué, se convierten en hechos que
marcan el resto de tu existencia. Un simple amor de verano, un
viaje de fin de semana, el paso por el instituto, un concierto…,
cualquiera de ellos puede aflorar y acudir inexplicablemente a
nuestras mentes revelándose como el más bello de nuestros
recuerdos.
En mi caso, la memoria me lleva a los años vividos en el
Aldeanovense, C.F., allá por los noventa, pero para ser justo,
debería alejarme un poco más y situarme en el antiguo campo
de fútbol de “La Caseta”, en donde curiosamente nunca llegué a
jugar. En aquella década, la de los ochenta, el mando a distancia
de la televisión (para el que lo tuviera), solamente daba dos
opciones: la primera y el UHF (la dos), y era complicado ver más
de un partido de fútbol semanal, por lo que los amantes de este
deporte, mayores y niños, debíamos conformarnos con subir al
actual tanatorio para poder ver rodar el balón. Desde el interior
del coche de mi padre, ubicado en las alturas, les observaba
jugar y suspiraba por ser uno de ellos. Envidiaba a los tres
hermanos Bernabé, a Chovi, a Manolo “Avelina”, a Periquillo, a
Pepe “Pititi” o a Zapata, incluso a los más jóvenes como Jesús
Mari o Chuchi “Nino”… a todos y a cada uno que, sin nada a
cambio y soportando el habitual frío de aquel paraje (sobre todo
Paulino en la banda), se jugaban la pierna en cada envite.
Pasaron algunos años y, progresivamente, la mayoría
de esos jugadores fueron dejando paso a los que por detrás
llegábamos con ilusión. Los primeros fueron Ricardo Lozano,
Carlos Casado, Carlos “Bujerillo”…, que estrenaron un nuevo
escenario, el campo de “Los Porrejones”. Yo, por edad, aún
no pude. Tuvo que pasar un invierno más para que se hiciera
realidad mi insignificante y a la vez inmenso sueño. No recuerdo
el día de mi debut, ni si jugué bien o mal o si marqué, sólo sé
que a partir de aquel instante, viéndolo ahora desde la distancia,
se inició una de las etapas más bonitas de mi vida.
Carlos Martínez, un ex jugador del Moralo y director del
extinto Banco de Extremadura en nuestro pueblo, fue el primer
entrenador con el que coincidí en el club, después llegaron
otros como Pedro Frías, Felix “Conejillo” o el mismo Ricardo.
Aquella primera temporada fue un poco extraña pues aunque el
campo estaba dotado de iluminación, la falta del enganche hizo
que nos viéramos obligados a entrenar por las calles del pueblo,
bajo la luz de las farolas públicas y la extrañeza de los vecinos.
Corriendo por aquel asfalto, no sólo estaban todos los chicos
del pueblo que se habían incorporado junto a mí (Pedro Lozano,
Raúl Ruiz, José Pedro García, Juanjo “Quijano”, Javi “Canario”…),
sino también chavales foráneos que complementaban la
plantilla. Algunos venían de Cuacos (Eustaquio, Pino, Kubala);
otros de Jarandilla (Millanes, Manolo Cano) y otros que, al
casarse y establecerse en nuestro pueblo, no les quedaba más
remedio que defender nuestros colores (Miguel “Miramontes”,
Miguel “Tietar” o Eugenio Esteban, también de Cuacos).
Las temporadas de esa última década del siglo XX fueron
pasando. Algunos integrantes nos abandonaron, otros
retornaron y, por supuesto, un gran grupo de gente nueva se
unió (Miguel “Ratilla”, Ángel García, Zurra, Rubén “Quijano”,
Ramón “Miano”, Carlos Gilarte, May y su hermano Juanma, José
Lozano, Jesús Durán…), todos con la idea clara de mantener la
esencia del club, aquella que nos habían legado los jugadores
de “La Caseta”.
Jamás ganamos un título, nunca jugamos promoción de
ascenso, tampoco descendimos (cierto es que era imposible,
pues no existía en nuestra zona categoría inferior), pero
todos aquellos momentos que vivimos juntos, y que fueron
muchos, quedaron grabados en la memoria de todos los que
pudimos compartirlos. Hubo compañerismo, también roces y
encontronazos, pero sobre todo horas y horas en un autobús y
sobre un campo de fútbol. Miles de anécdotas divertidas, otras
no tantas (expulsiones y agresiones), lesiones graves y leves
que se olvidaban a la hora de celebrar un gol. Personalidades
variadas y extrañas que se entremezclaban en un vestuario
sin agua caliente muchas veces. Soportamos caer nieve como
puños en Piornal, lluvia torrencial en Jerte o calor asfixiante
en Almaraz; sufrimos goleadas bochornosas y disfrutamos de
triunfos inesperados.
Durante todos los años que tuve la suerte de pertenecer al
club (12 aproximadamente), éste pudo salir adelante gracias
a la aportación de trabajo e ilusión de personas que con un
altruismo en ocasiones difícil de entender, desempeñaron
todo tipo de tareas con un único fin: que pudiéramos jugar
al fútbol. Antonio Melchor, Pedro “Castellano” y Jesús Durán
como presidentes, Ramón de Caja Duero o Juán Guervos
como tesoreros y colaboradores, Cristina Paz, la tristemente
desaparecida Ángela o Maria del Mar contribuyendo en todo lo
que estuviera en su mano, y más y más personas a las que no
les importó cedernos su preciado tiempo para vernos felices.
Esta última parte del texto deseo dedicársela a una persona
en especial. Alguien con quien tuve la inmensa suerte de
compartir varios de aquellos años y muchos de los momentos
reseñados. Resulta curioso que, como dije antes, no recuerde
mi debut en el equipo pero sí el suyo. Fue en Casatejada,
cuando contando con apenas dieciséis años, nuestro portero se
lesionó con el marcador en contra por dos goles a cero. Solía
acompañarnos aún a sabiendas de que debido a su corta edad,
no le estaba permitido tener ficha. Pero aquella tarde poco
importó su fecha de nacimiento. Salió y a todos nos contagió
su coraje, sus ganas y su valentía. Ganamos, pero no sólo aquel
partido, también a un compañero que trágicamente nos dejó
hace ya unos años en un miserable accidente. Mario no sólo
me acompañó en el Aldeanovense, también lo hizo en cientos
de partidos de fútbol sala en dónde sí ganamos campeonatos
y trofeos que perdieron su valor desde aquel fatídico día. Se
hizo un partido de homenaje a su memoria en “Los Porrejones”
y hasta la fecha, esa ha sido la última vez que he jugado en ese
campo.
Enviado por: celentereo | Ultima modificacion:16-08-2011 23:03
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